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'Siempre hay tiempo': El abuelo existe

Vía El Séptimo Arte por 13 de mayo de 2010

Héctor es uno de los últimos habitantes que quedan en un remoto pueblecito. Unos cuantos años atrás el alcalde del municipio no puso ninguna objeción a que una autopista pasara por su localidad, lo cual empujó a los lugareños a hacer las maletas para que pudieran proseguir las obras. Sin ningún sitio en el que dejarse caer, a Héctor no le queda más remedio que instalarse en el hogar de su hijo, con el que ha mantenido siempre una relación más que tensa. Pero lejos de venirse abajo, verá esta nueva situación como un reto que hay superar y así reconciliarse con su retoño, ganarse el cariño de su nieto, darle una segunda oportunidad al amor...

En la sociedad de la información, en la que todo parece ir a la velocidad de la luz, la obsesión por mirar hacia delante y por estar mejor conectado con el resto del mundo quizás nos ha hecho olvidar a gente mucho más próxima que por edad, parece no tener cabida en nuestra burbuja ultra-moderna. Pero pasamos por alto que todo lo que hoy parece haber quedado desfasado ha jugado un papel clave a la hora de definir nuestro actual status. Es decir, a este mundo “arcaico” del que renegamos; al que le hemos dado la espalda, tendríamos que agradecerle el estar donde estamos ahora... pero en vez de esto lo ignoramos, librándolo a su total destrucción.

En este sentido, la metáfora del pueblo dejado de la mano de Dios comido literalmente por la construcción de una autopista es tan obvia como elocuente y efectiva. Sirve al mismo tiempo para construir el clásico discurso de “televisión pública”. Esto es, los toques de atención que de vez en cuando sin darnos cuenta pedimos a gritos para tomar conciencia de la realidad que nos rodea. Nos situamos entonces en el conflictivo territorio fronterizo entre lo poco atractivo, por el ya comentado olvido al que hemos condenado a ciertas temáticas, y lo necesario, por el compromiso social que destila la propuesta en términos generales.

Así pues, no hay que caer en el error inducido por algún cartel promocional, o por el propio título de la cinta, que podría remitirnos a ‘Nunca es tarde para enamorarse’, aquella cinta relativamente reciente en la que unos creciditos Dustin Hoffman y Emma Thompson descubrían que las dulces mieles del amor no tienen fecha de caducidad. Ciertamente el personaje encarnado por Txema Blasco va a pasar por esta etapa acaramelada, pero ‘Siempre hay tiempo’ intenta ir más allá, contando su guión un abanico bastante amplio de frentes que vienen a reflejar diversas problemáticas de calado social: el choque entre el mundo rural y el urbano; lo antiguo y lo moderno, la desconexión intergeneracional, las tensiones familiares, el bullying...

Es a causa de esta ambición que el primer largometraje de Ana Rosa Diego acaba ligeramente estancado. Y es que ni es la primera vez ni tampoco la última en la que una película cae en la trampa de querer hablarnos de demasiadas cosas. Se agradece el intento de ponernos al día de casi todas las incidencias de la sección de sucesos, pero como viene siendo habitual, eso al mismo tiempo conlleva no ahondar satisfactoriamente en ningún tema... e incluso resolver alguna que otra situación de forma peligrosamente superficial, como sucede con el caso de acoso escolar. La troupe de súper-abuelitos, ataviada con el uniforme de gala, acude al rescate del nieto en apuros y pone en su sitio a la pandilla de matones. ¿Manera simpática de sacarse de encima el estorbo? Sí, y también algo frívola.

Aun así, la ocasión exige quedarse con los puntos positivos, como unas interpretaciones que lejos de ser memorables, no chirrían, o una historia que no se alarga y que sabe coger las sendas adecuadas, aparte de terminar en el momento preciso, para no llegar a hacerse pesada al espectador. Por supuesto hay que reprocharle el no haber concretado la disertación de denuncia/concienciación a la que apuntaba al principio... pero a ver quién puede ponerle mala cara a esta historieta bienintencionada y correctamente narrada sobre esos entrañables personajes que se reivindican, negándose a jugar el triste rol de espectadores silentes. Servidor desde luego no.

Nota: 5 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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