El director londinense Steve McQueen, tras haber demostrado al mundo su buen hacer y su firme pulso detrás de las cámaras con su ópera prima, "Hunger", vuelve a las salas de cine con un trabajo controvertido y desarmante y que, a pesar de haber sido una de las grandes olvidadas en las nominaciones a los Oscar 2012 (quizás porque una película tan subida de tono no le gusta demasiado a la academia), se ha granjeado elogios en los diferentes festivales en los que se ha presentado, especialmente dirigidos al director y al actor protegonista (Fassbender).Los elogios al director, en primer lugar, están más que justificados. En ésta, su segunda obra, nos confirma que es un director de estilo aunque no de género (ya está preparando para 2013 una película sobre la esclavitud que también contará con Fassbender y al que se sumará Brad Pitt), pues vuelve a mostrarse como un artesano minucioso, detallista, constructor de escenas con inicio nudo y deselance en sí mismas, que persigue a sus personajes en una secuencia larga hasta que nos ha brindado toda la información necesaria para continuar con la trama, hasta que ha exprimido el más oculto sentimiento, no importándole si la escena dura tres o diez minutos. McQueen domina las distancias cortas, los gestos, las miradas, aunque esta vez apostando más por la diversidad de planos combinados en el montaje, frente a esos larguísimas secuencias de cámara fija y sin cortes que maravillaron a los espectadores en "Hunger" (recordemos la escena del miembro del Ira y el cura).
La película es un drama durísimo, adulto, carnal, que nos habla de un señor de treinta y tantos años totalmente adicto al sexo y que es incapaz de engancharse emocionalmente a nada ni a nadie. Lógicamente la reflexión va más allá de unas cuantas escenas de sexo solitario, en dúo o en trío, y, precisamente, el hecho de que haya mucho sexo y, sin embargo, sea una película pura de sentimientos, algunos enterrados y otros desbordados, vuelve a ser una constatación del buen hacer del director británico. En ningún momento uno siente reparo o vergüenza por lo que está viendo en pantalla, porque está narrado con elegancia y plena justificación.
Cada escena profundiza más en la degradación y autodestrucción del protagonista, que busca el sexo como un perro detrás de un hueso, persiguiendo el hedonismo más superficial y alienador, haciéndole olvidar por unos momentos quién es y quién le necesita y que su vida no es o ha sido la más generosa y solidaria del mundo.
Para demostrarnos que tras el hombre gélido y egoísta hay una dramática historia sobre la que poner arena y cal, hay un personaje opuesto a él, el de su hermana Sissy (Carey Mulligan), emocionalmente inestable, indefensa, dependiente de los demás y que sólo busca llamar la atención. La silenciosa y a la vez estruendosa lágrima de Fassbender durante la deliciosa interprestación de Mulligan del "New York, New York", en todo dulce, cadente y embriagador, es un regalo para los sentidos y un hermoso detalle más en la descripción del personaje de Fassbender, que se va desnudando interiormente de forma paulatina, mientras que exteriormente está desnudo desde el principio, sin pudor.
Los elogios a Fasbender, por otro lado, son más que merecidos, pues la actuación que nos ofrece está a un nivel espectacular, siendo comedido y frío cuando ello es vital y desgarrador en algunos compases, cuando, ya vestido, es su alma la que se nos presenta sin ambages ni circunloquios.
Algunas secuencias son bellísimas, como la del deseo fugaz en el metro, la de los bares que provoca el corte en la mejilla o la de Fassbender corriendo por las calles bajo los acordes de la música de Bach.
Mención aparte merece la banda sonora, compuesta por Harry Escott, y que una vez que te pilla no te suelta y se queda como un eco en tu mente cada vez que rememoras mentalmente algún momento de la película. Espectacular es poco. Además, incorpora temas jazzísticos de Coltrane o Kander (New York, New York) y clásicos como las Variaciones Goldberg interpretadas por Glenn Gould (y que a los más cinéfilos les recordará a la banda sonora de El paciente inglés, en donde también se hacían bien presentes).
En conclusión, una película trágica, sobrecogedora e hipnótica, que bien merece un visionado.
Nota:
8.0
por Reyes Gómez