David Ayer ha decidido que ya hace demasiado tiempo que no sale de su querida y soleadísima California, de modo que llama a un colega suyo de Georgia (Estados Unidos, cuidado) que hace siglos que no ve y le comunica su deseo de recuperar, en la medida de lo posible, el tiempo perdido. El otro se muestra encantado, de modo que David hace rápidamente las maletas y pone rumbo a Atlanta. Una vez allí, las abrazadas y palmaditas a la espalda de rigor dejan paso a uno de los rituales más sagrados entre ambos amigos:
encerrarse en una habitación y viciarse, hasta que sangren los ojos, al ''Call of Duty''. Pero no a cualquiera, sino al ''Bad Company''. Al primero o al segundo, da igual, que sus exigencias sibaritas no exigen tanta precisión. De modo que le dan al Start, y empieza el show. Cinco días después,
aquella casa huele a tigre podrido. Ni uno ni el otro ha parado ni siquiera para atender a sus necesidades más básicas. La comida (ganchitos, básicamente) la tienen al alcance de la mano y lo demás... bueno, directamente se lo hacen encima.
Parece que nada ni nadie vaya a lograr poner pausa a tal vorágine de disparos, explosiones y gritos de dolor... hasta que al compañero de armas de Mr. Ayer se le enciende la bombilla.
''Oye David.'' ;
''Dime.'' ;
''Es curioso... mira, no sé por qué he pensado en esto, pero le doy vueltas al asunto y no me lo quito de la cabeza.'' ;
''Venga, hermano. Dispáralo.'' ;
''Ok, allá voy... No sé ¿se te ha ocurrido pensar en el argumento de este videojuego? Quiero decir, le he dedicado a los ''Bad Company'' mucho más tiempo del que jamás haya dedicado a mis hijos... aun así, ahora mismo no sabría decirte de qué trata el juego. No sé si tiene una historia detrás de tanto ruido, ya me entiendes.'' David no contesta. Ahora sí que le sangran los ojos. Pero no porque haga ya casi una semana que no los aparta de la pantalla del televisor, sino porque acaba de recordar por qué hacía tanto tiempo que no se pasaba por Atlanta. Básicamente porque su colega es un mierda. Ante él (y el mundo entero), la enésima demostración: acaba de cargarse la magia de uno de los espectáculos más bonitos del mundo.
David está furioso. Ha perdido toda comunicación con el sentido común e intuye que algo malo va a suceder. Algo de lo que va a arrepentirse. El cerebro se ha dado de baja; sólo manda el instinto, quien le dice que se levante, que se vaya corriendo sin mirar atrás y que no vuelva al Sur durante una larga temporada... Pero antes de todo esto, y para evitar malentendidos tiene que dejar las cosas claras. Así que se gira, mira fijamente a su amigo del alma y le esputa:
''¿¡Pero tú estás loco o qué!? ¿¡Cuál es tu maldito problema, eh!? ¿¡A QUIÉN COÑO LE IMPORTA EL ARGUMENTO DE UN CALL OF DUTY!? ¡PUTO ENFERMO MENTAL!'' Y se va. Y sabe que con toda seguridad, no volverán a verse en años. Es triste, y muy duro, pero el código de honor entre los hombres de verdad funciona así, y hay que respetarlo. Lo pone bien claro en el preámbulo:
a un hermano de sangre no puede jodérsele el gozo de una orgía de disparos aduciendo a sus neuronas. La razón es sencilla, hay que cosas que, por mucho que se intente, no casan.
'Sabotage' vendría a ser un -excelente- ejemplo gráfico de ello. Pero por encima de cualquier otra cosa, se descubre como un completísimo escaparate donde sale a relucir la práctica totalidad de
-potentes- virtudes y -divertidos- defectos en el cine de David Ayer. Es, para entendernos, una orgullosa muestra de película de acción guarrísima. Volviendo a la historia probablemente-verídica de antes, es como deleitarse con las incursiones letales de uno de los mejores jugadores de shooter del planeta... pero al mismo tiempo, verse obligado a tragarse el nauseabundo olor a orín y excrementos que el muy cerdo ha ido acumulando en sus calzoncillos durante los últimos días. El argumento, que lo hay, nos habla de un equipo de élite de la DEA que decide, por su cuenta y riesgo, tentar a su propia suerte. Durante una operación contra uno de los cárteles de la droga más sanguinarios, deciden agenciarse parte del botín de dicha organización, algo que les llevará problemas no solo dentro de la agencia, sino también con el grupo criminal al que acaban de robar. Elemental.
El problema (mentira) es que los protagonistas, como sucediera en ''Bad Company'', también son unos señores delincuentes, con lo que el rollo ese del cazador-cazado no hace sino estimularles sobremanera la líbido. Las muertes, a cada cual más horrorosa, se suceden. Cada vez más rápido, lo cual al principio les asusta un poco, vale, pero en el fondo les pone. Al fin y al cabo, el destino les está ofreciendo la enésima oportunidad para hacer lo que más les gusta.
Sangre llama a sangre. Al fin y al cabo, esto es una película de David Ayer, ese macarra pandillero urbano a quien le gusta rodearse de mandriles; de machos alfa en celo expertos en
disparar (en toda la cabeza) primero y no-preguntar en su puta vida. ¿Qué falta hace? Dicho de otra manera, ¿qué falta le hacía al mamón aquel de Atlanta preguntar por la historia de un Call of Duty? Ninguna, exacto. Y mejor así, porque el que fuera guionista de 'Training Day', o de 'S.W.A.T. Los hombres de Harrelson', no lo olvidemos, parece haberse abonado a esta segunda faceta. Peligro.
Mal por la congruencia, solidez y veracidad de la propuesta... bien por un espectáculo totalmente adicto al próximo subidón de adrenalina. La troupe apenas ha apretado el gatillo para cargarse a un testigo fundamental, y ya está pensando en el siguiente head-shot, en el próximo cuello roto o en cuántas tripas va a rajar. David Ayer refuerza su propio sello siguiendo fiel al
intensísimo proceso de destilación del género acción, emprendido en 'Dueños de la calle' y confirmado (además de mejorado) en 'Sin tregua (End of Watch)'. En este sentido, la calidad (poca coña) de los arrebatos de violencia de 'Sabotage' se sitúa ligeramente por debajo del segundo referente, pero bastante por encima del primero.
Directa, moralmente execrable, semi-inmersiva, bestia, desprovista de glamour pero saturada de ese factor casposo-cool que, admitámoslo, tanto nos gusta.
(Hay quien, por cierto, sigue empleando el término ''videojuego'' para poner a parir una película.) La satisfacción, sobre todo de quien va al cine (o a Pirate Bay) sabiendo lo que va a ver, es casi inevitable. La torpeza que nos lleva de una carnicería a la otra se reivindica, casi sin quererlo, como un desengrasante perfecto que mantiene nuestra atención en lo que realmente importa. Cáguense a gusto en al argumento y hagan sus apuestas: ¿De qué forma horrible palmará el siguiente desgraciado? ¿Quién será su verdugo?
Schwarzenegger, seguro, glorificado aquí (ese fantástico epílogo) por un director enamorado de sus arrugas, y de ese cine guarro, guarrísimo, que ya no se hace... si acaso, se actualiza.
Nota:
6 / 10
por Víctor Esquirol Molinas