Los ignorantes que no acabamos de entender cómo funciona el complejo y larguísimo proceso creativo cinematográfico, vemos, demasiado a menudo, cómo se desploman nuestros -endebles- esquemas. A falta de más información aparte de la que nos proporcionan nuestras patéticas cavilaciones, la población de cineastas queda dividida, siempre a nuestros ojos, en dos categorías. Más simple imposible. En un lado están los que, bien por ser titulares de una inspiración fuera de lo común, bien por ser víctimas de la dejadez de quien no se toma demasiado en serio ese mismo proceso de parto al que tanto desprecio dedicamos. En el otro extremo se encuentra, claro está, el clan Malick. El compuesto por directores que justo cuando presentan su trabajo en sociedad, corren, como alma que lleva el Diablo, a recluirse. A cortar cualquier contacto con el mundo exterior. Porque lo desprecian, pero sobre todo porque necesitan su rinconcito de privacidad para
sumergirse, durante el tiempo que haga falta, en la preparación de su nueva obra. El cuidado y el mimo (que por supuesto van a verse en el resultado final) como principales signos identificativos de una carrera que no sabe vivir sin la pausa. O esto pensamos los que no sabemos de lo que hablamos.
El caso es que en el año 2007 se da a conocer, para muy poca gente, un tal Jeff Nichols. Bajo el brazo lleva un pequeño diamante en bruto titulado 'Shotgun Stories', a día de hoy casi inédita película en la que, asociándose ya con el gran (pero por aquel entonces también casi desconocido) Michael Shannon, nos llevaba a su Arkansas natal para hablarnos de cómo las pulsiones más animalizadas del ser humano esperaban en tensísima calma el momento ideal para dispararse cual escopeta de alto calibre en un espacio cerrado. Devastación asegurada. Después de abrir fuego, Jeff se fue y no volvió a hacer ruido hasta pasada una olimpiada. Tiempo suficiente para
reflexionar, meditar y pulir -¡de qué manera!- la que sería (al menos debería ser) una de las obras más importantes (y por ello, imprescindibles) del cine americano moderno. 'Take Shelter' iba mucho más allá de la pirueta genérica y se descubría, del primer al último fotograma, como la que seguramente sea la radiografía más inteligente y desgarradora que de momento haya dado el cine sobre la sociedad estadounidense post-11S.
Normal, las ecuaciones más rancias indicaban que el hombre se lo había tomado con calma. Con la medida cogida a este timing, parecía que el mundo solo tenía que sentarse y esperar pacientemente a que el autor, también pacientemente, se sacara otro conejo de la chistera. Pero no, apenas un año después de presentarse tal y como exigía (por todo lo alto )su talento, a Nichols le entraron las prisas, y en un abrir y cerrar de ojos, se había colado en la Croisette para clausurar el concurso de 65ª edición del Festival de Cine de Cannes. A malas horas le entraron las prisas si el camino terminaba en esta trampa mortal que es el presentar un trabajo durante el último día de celebración de un certamen cinematográfico... Pero no. Nichols lo volvió a hacer. Sin apenas tiempo aparente -ni caso a esto- entre proyecto, poco le faltó a la promesa convertida en garantía para dar la campanada.
De la eclosión en 2007 a la -Señora- confirmación en 2011... y a la consagración definitiva sólo un año después. Que no engañe el breve lapso entre sus dos últimos trabajos, 'Mud' es, y esto salta a la vista,
una obra a la que se ha dedicado infinidad de tiempo... y cariño, y todavía más mimo. Jeff Nichols vuelve a demostrar carácter de cineasta de pura cepa y se embarca (y mejor aún, nos embarca a todos) en la costosa realización de otro guión suyo, cuya acción descrita transcurre, cómo no, en su territorio. Vuelve la
América profunda y pantanosa, siempre dispuesta a desenfundar, en menos que canta un gallo, tanto su faceta más tierna como la más violenta. En estos preciosos pero a la vez hostiles parajes pasean dos chavales a las puertas de la adolescencia que responden respectivamente al nombre de Ellis y Neckbone. Transcurren las horas, y aunque parece que andan siempre ocupados en las tareas más importantes que pudiera pedir cualquier otro chaval de su edad, no parece que éstas les lleven jamás a las inmediaciones de algún instituto o sucedáneo. La máxima del maestro, ''Nunca permití que la escuela interfiriera en mi educación'' parece que sigue teniendo vigencia.
Y por ''maestro'' obviamente se entiende a
Mark Twain, cuyo legado artístico, a pesar del paso del tiempo, sigue vigente. Cosas de los clásicos. Jeff Nichols, como no podía ser de otra manera, lo entiende, y sabe que
no necesita actualizar su discurso (porque de esto ya se encarga él mismo), sino cambiar las formas en la justa medida y usarlo como vehículo para reflexionar sobre los temas que más le inquietan en ese momento. Si bien la envergadura de 'Mud' puede dar la apariencia de ser mucho más pequeña que la de 'Take Shelter' (y a pesar de, una vez más, el poco tiempo transcurrido entre ambas), la ambición que las mueve es exactamente la misma. Lejos de querer angustiar al espectador con la deriva que ha tomado la América más esquizofrénica y bunkerizada, de lo que se trata aquí es de servirse de las aventuras de estos Tom Sawyer y Huckleberry Finn modernos para
dejar en la audiencia un contundente poso sobre todo aquello que se va (en el mejor de los casos, todo lo que corre riesgo de irse).
Así, el flare azul y la obsesión por los cogotes hacen acto de presencia hasta en la riba del Mississippi y
se implementan perfectamente en el ambiente para configurar la preciosa fachada de un documento igualmente bello, con un
magnífico aire crepuscular. Un modo de vida anclado en lo más hondo de un río milenario, la amistad pre-hormonal, la familia tradicional, los primeros amores y, por supuesto, la infancia, entendidos como
tesoros en peligro de extinción. No necesariamente condenados a muerte, pero sí empujados a someterse a un cambio radical en las reglas del juego que marca su destino. En el ojo del huracán, un outsider. Un gigante con pies de barro, nunca mejor dicho, y herido de amor.
Matthew McConaughey, genial tanto de forajido como de figura paterna de emergencia, sigue demostrando que su talento no solamente crece cada día que pasa, sino que además lo hace de forma exponencial. Lo mismo sucede con un director que, visto lo visto, puede tardar tanto -o tan poco- como quiera para volvernos a enamorar.
Jeff Nichols, genial sublimador de la esencia indie, firma, como ya hiciera dos años atrás, una de las películas más reivindicables de la cinematografía estadounidense, confirmándose él de paso como uno de sus más sólidos valores. Al igual que los referentes en los que se fija,
sus creaciones desprenden el mismo aroma de imperecedero clásico.
Nota:
8 / 10
por Víctor Esquirol Molinas