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'Luna caliente': Crimen y... sexo

Vía El Séptimo Arte por 04 de febrero de 2010

Juan, un poeta autoexiliado que trabaja en París para la UNESCO vuelve a su hogar, la España franquista de los años setenta. En Burgos se están celebrando los famosos procesos en los cuales se enjuicia a varias personas relacionadas con ETA, pero al poeta esto no parece importarle demasiado, ya que, como no se cansa de repetir, la política no es lo suyo. Él ha vuelto a su ciudad natal para relajarse y desconectar de su trabajo, pero la tranquilidad que tanto ansiaba le va a ser negada cuando visite a un amigo de la resistencia, pues desde el mismo momento en que ponga los pies en su casa, va a sentir una fuerte atracción hacia Ramona, su hija.

Los cineastas longevos están de moda... o por lo menos se resisten a ser barridos por las ingentes hornadas de jóvenes directores que piden a gritos ser el centro de atención. Así, en pocas semanas nos han llegado los nuevos trabajos de Clint Eastwood, Michael Haneke, Werner Herzog, y cómo no, del incombustible Manoel de Oliveira. Todos ellos auténticos dinosaurios (por aquello de pertenecer a una industria que suele mirar con malos ojos la edad avanzada) pero que con todo merecimiento siguen dando mucho que hablar cada vez que aparecen en escena. Aquí en España uno de estos casos es sin duda el de Vicente Aranda, un autor que a sus 84 años de edad sigue manteniendo un ritmo de producción asombroso, a la vez que levanta controversias debido principalmente a su acercamiento a temas poco... aptos (o bajo perspectivas algo subiditas de tono).

En este aspecto ‘Luna caliente’, adaptación libre de la novela homónima de Mempo Giardinelli, encaja a la perfección con el modus operandi de Aranda. Esto es, una espiral tremenda de sexo y violencia que empieza a gestarse desde los primeros compases, y obviamente, como la bola de nieve que va cayendo por la pendiente, va haciéndose más y más grande. Lo que cabe preguntarse es si detrás de las voluptuosas curvas de Thaïs Blume hay un mensaje implícito, o simplemente el regocijo de ver a la despampanante hija del doctor montándoselo compulsivamente con el artista calenturiento.

Las frases que marcan el inicio o el fin de cada capítulo (un recurso a medio camino entre la pedantería y la ayuda caritativa para todos aquellos a quienes nos cueste enterarnos de qué va realmente el asunto) dejan constancia de adónde quiere llegar el director. En efecto, ya sea por las personas o personajes que citan, ya sea por el propio mensaje que desprenden, se nos inculca constantemente la idea de la bipolaridad. El propio protagonista adolece de este “mal”. Es una persona respetable tanto a nivel institucional como artístico; tanto fuera como dentro de España, donde los peces gordos se lo rifan para ayudarles a perpetuar el régimen dictatorial, pero que demasiado a menudo se transforma en una bestia, lo cual conlleva siempre funestas consecuencias.

Esta transformación Jekylliana no es debida a ningún tipo de brebaje, sino a fuertísimos estímulos/pulsiones sexuales, síntoma inequívoco de una represión continuada. ¿Puede extrapolarse “el extraño caso del poeta Juan” a la sociedad? Por supuesto. Y así se deja entrever en las constantes referencias al famoso proceso de Burgos, o a los poco éticos procedimientos policiales, o simplemente con la aparición de ciertos personajes, que ayudan a crear el dibujo de un país que vive cada día con el miedo y la violencia. Es por eso que, entre esa gente, cualquier incitación, por pequeña que sea, puede despertar los instintos animales que cada uno lleva consigo.

La lástima es que tan buenas intenciones no se vean del todo bien ejecutadas. Y es que precisamente -y por desgracia- ésta es una lacra imborrable en la carrera de Aranda: saber crear grandes momentos... sin rematarlos. ‘Luna caliente’ tiene tensión, intriga y los suficientes alicientes como para seguir su historia con interés, pero acaba siempre conformándose con lo mínimo (como ejemplo más ilustrativo los actores, correctos todos ellos... cuando esto es lo menos que se les puede pedir), resultando el conjunto demasiado irregular, e incluso ridículo -por no saber encontrar el tono adecuado- en algún que otro tramo. Pero a pesar de ello hay que estar agradecidos porque Vicente Aranda siga al el pie del cañón, ya que con él queda claro que está asegurado el cine estimulante (eso sí, cada uno ya decidirá qué órgano es estimulado concretamente por sus películas).

por Víctor Esquirol Molinas

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