Cal McCaffrey es un astuto periodista de Washington DC que está escribiendo un artículo sobre un asesino que ha sembrado el terror en las calles de la capital estadounidense. Stephen Collins es un joven y enérgico congresista que ha decidido centrar todos sus esfuerzos en la labor de sacar a relucir toda la verdad referente a una misteriosa empresa de seguridad y defensa. Della Fryer es una entusiasta reportera de la edición digital del Globe, y cree que el presunto suicidio de Sonia Baker puede salpicar directamente la carrera política de Collins. A medida que las distintas investigaciones vayan avanzando, los destinos de los tres protagonistas irán convergiendo.
El espectáculo debe continuar. A sabiendas que hay mucho dinero en juego, la maquinaria cinematográfica no puede dejar de funcionar en ningún momento, y si se llega al extremo de quedarse sin inspiración, no hay más remedio que ir a buscar las musas en otro sitio. Ésta es una lección que Hollywood (donde supuestamente están los niños más listos de la clase) ha aprendido a la perfección. La muestra de ello es que en los últimos años hemos presenciado un auténtico boom de secuelas, precuelas, adaptaciones y remakes. Precisamente en éstos dos últimos grupos cabría situar ‘La sombra del poder’, ya que bebe directamente de la serie británica de culto ‘State of Play’, emitida el año 2003 en la BBC.
Es importante constatar los orígenes de lo nuevo de Kevin McDonald, para comprender de dónde vienen sus virtudes y sus tropiezos. En el apartado de aciertos encontramos la elección de los actores, que al igual que en el producto original, se caracteriza por el toque de glamour. Aquí los Morrissey, Nighy y McAvoy son sustituidos por Russell Crowe, Ben Affleck, Rachel McAdams, Helen Mirren y otras caras bonitas por las que más de un director suplicaría para tenerlas bajo sus órdenes. Reparto al que, sabiendo la calidad que atesora, cabría exigirle un poco más de intensidad, pero que al mismo tiempo hay que agradecerle el saber llevar bien el ritmo de este a la postre ajetreado amalgama de géneros.
Aquí se encuentra justamente la trampa en la que cae ‘La sombra del poder’. En ocasiones como ésta es cuando conviene echar una mirada atrás para aprender de los errores del pasado. Para citar un ejemplo local, retrocedamos tres años para recordar que lo que acabó en cierta manera lastrando al proyecto más ambicioso del cine español -‘Alatriste’- fue la voluntad suicida de querer condensar en una sola película la friolera de cinco novelas. ¿Resultado? Una aglomeración de tramas a las que dos horas se les hacían demasiado cortas. Con este thriller sobre complots ocurre algo similar. Y es que reducir a poco más de dos horas seis capítulos de una hora cada uno, es una tarea harto complicada. ¿Resultado? Teorías de la conspiración, embrollos amorosos, tímidas reflexiones sobre el rol de la prensa en la sociedad actual...
Un revoltijo cuyo mayor defecto es soltar al aire todos estos -y muchos más- temas y no acabar tratando seriamente ninguno (lejos estamos de Alan J. Pakula, lo cual es una auténtica lástima, sobretodo conociendo la fama de gran documentalista que precede a Kevin McDonald). Es un revoltijo que, a pesar de todo, es al mismo tiempo lo suficientemente listo como para usar este defecto a su favor. Con un gran sentido del espectáculo y sin llegar nunca a marear, la película hace auténticos juegos malabares con los frentes abiertos de los que dispone. De modo que la diversión está garantizada. Y éste es el gran triunfo de ‘La sombra del poder’, que consigue que nos olvidemos de cualquier expectativa que pudiera haber provocado al principio. Consigue que pase por alto las lagunas y/o incongruencias del guión. Consigue entretenerme. “Objetivo menor” dirán algunos… “misión cumplida” dirán otros.