El joven abogado de Londres Arthur Kipps se ve obligado a dejar a su hijo de tres años para viajar al remoto pueblo de Crythin Gifford y encargarse de los asuntos del propietario recientemente fallecido de Eel Marsh House. Sin embargo, cuando llega a la vieja y escalofriante mansión, descubre siniestros secretos del pasado de los lugareños, y su inquietud no hace más que aumentar cuando vislumbra a una misteriosa mujer vestida enteramente de negro que tiene aterrorizados desde hace años a todos los habitantes de los alrededores.
En unos tiempos en los que se mira con recelo a los peces gordos, por el simple hecho de tener más que nosotros, es de agradecer la reciente resurrección del legendario sello Hammer. Las productoras, auténtico motor de la industria cinematográfica (no hay más que fijarse en las diferencias entre el funcionamiento de ésta en los Estados Unidos y el resto del mundo), no obstante vienen precedidas por una aura negra de impopularidad, al proclamarse que su visión excesivamente mercantilista del séptimo arte (lo cual es, si se me permite, una soberana perogrullada) está destruyendo la poca creatividad que le quedaba a este -no lo olvidemos- negocio. La correspondencia con la realidad de dichas acusaciones está aquí fuera contexto.
Más aún cuando la obra más importante desde dicho celebrado regreso fue un remake de altísima calidad, 'Let Me In', revisión firmada por Matt Reeves de la maravillosa 'Déjame entrar', de Tomas Alfredson. Con el lanzamiento de aquella película, parecía que realmente esta segunda oportunidad iba en serio, y que cabía esperar algo bueno -incluso algo grande- de ella. Se palpaba en el ambiente cierta responsabilidad, un compromiso de cara al respetable que, sin obligar a nadie a renunciar a la emblemática -y sana- serie B, sí desprendía tácitamente una promesa de ofrecer al menos un título de calidad remarcable por temporada. Con la historia de pueriles enamoramientos vampirescos la jugada salió bien. De hecho fue casi redonda.
Ahora, con 'La mujer de negro', claramente la gran apuesta de la Hammer para este año, los más temerosos contienen la respiración y rezan en voz baja para que el buen trabajo hecho hasta la fecha no se tire por la borda. Antes de que zarpe el buque, una buena noticia. Para evitar males mayores y para que no haya ningún naufragio que lamentar, lo mejor es buscarse un buen capitán. Éste responde al nombre de James Watkins, y como principal credencial tiene el título de culto de terror 'Eden Lake', en el que Michael Fassbender y Kelly Reilly, que se las prometían muy felices en un romanticón fin de semana cerca de un lago, las acababan pasando canutas a cause del brutal acoso perpetuo al que les sometían una banda de adolescentes desbocados.
Para esta ocasión, el director deja de lado el lado más survival y sucio del género para echar la vista para atrás y echar mano de cánones más clásicos. Esto es, una historia de fantasmas de inspiración gótica. Basada en el best-seller de Susan Hill, que tuviera su adaptación televisiva y teatral. Ésta última cambiaba ligeramente tanto el planteamiento como la óptica de la trama para, con una economía en la puesta en escena encomiable, conseguir algo que en un principio parecía imposible: pasar miedo -y mucho- en un sitio tan cercano y familiar como una sala de teatro. Vista la proeza, saltaba a la vista que la materia prima era de calidad, lo cual se traducía en un camino un poco más allanado para Watkins... así como un poco de presión añadida a la causa.
Habiéndonos puesto ya en antecedentes, empieza la proyección y lo hace de la mejor manera posible. 'La mujer de negro' arranca con un prólogo impecable, en escalofriante silente, que nos pone en situación. No queda nada clara la razón de por qué ha pasado lo que hemos visto, lo cual ayuda a crear un misterio que sirve como anzuelo, además de -y ahí vamos- construir un ambiente que pone los pelos de punta. Este es el gran mérito de 'La mujer de negro', y es que en una época en la que el género está dominado (secuestrado, dirán otros) por su vertiente torture porn, es un auténtico alivio que alguien (cuyos orígenes están irónicamente vinculados a esta dimensión tan sanguinolenta) siga apostando por echar mano de las armas de antaño para ponernos los pelos de punta.
Así, ahí está una mansión encantada aislada del resto del mundo y fuente inagotable de maldad. En ella se acumulan las telarañas, las ropas raídas, los documentos enmohecidos, los retratos tétricos de los antiguos ocupantes, unos muñecos más escalofriantes que aquellos autómatas siempre al acecho de la última obra maestra de Joseph L. Mankiewicz, 'La huella', y cómo no, el maldito balancín. Juntos conforman un entorno ideal para que afloren todas la malas vibraciones imaginables. No obstante, no puede hacerse un análisis completo de 'La mujer de negro sin hacer una mención a sus fallos, algunos más garrafales que otro. A saber, el abuso del burdo recurso de subir el volumen repentinamente (aunque ello dé en la recta final una divertidísima y sádica batería de sustos), un epílogo totalmente fuera de lugar, y el error de casting con la elección de Daniel Radcliffe como protagonista (se aceptan apuestas sobre si batió el record de precocidad de la época a la hora de tener un hijo). Afortunadamente, prevalece la virtud por encima de los tropiezos. Permanece ese fundamental uso del factor ambiental, empleado aquí con clásica maestría, como catalizador perfecto de nuestros miedos más profundos.
Nota:
6 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas