'Jauja': Parajes lunares
62ª edición del Zinemaldia. Planta subterránea del Kursaal. Sala de prensa. En una sesión cualquiera de los Desayunos de Horizontes Latinos, los miembros más famélicos de la crítica cinematográfica (entre los cuales, servidor), se estaban poniendo las botas. Cual hobbits. Un día más. Lejos y enterrado estaba ya el recuerdo del año pasado; de aquel funesto día en que un miembro de la organización se vio obligado a llamarnos la atención, porque aquello ya se estaba saliendo de madre. "Vamos a ver, gentuza... ¡que estáis aquí por las entrevistas, no para gorronear!" Y sí... pero no. A todos nos interesaban muchísimo las nuevas tendencias en el cine sudamericano, pero si nos ponían a un lado a Lisandro Alonso (por poner un ejemplo) y en el otro una barra repleta de croissants y zumitos de fruta variados (¡y gratis!), la verdad es que no había color. Se siente, pero es así. Hay hambre, y mucha... Y nos vendemos por tan poco, sí. Gajes del oficio...
Hasta que apareció, precisamente, Lisandro Alonso. Miradas furtivas a los demás cómplices del crimen. Pellizcos en la mejilla. Tos nerviosa. Espasmos de la faringe... y por poco no vomitamos, cada uno, las veinte pastitas con chocolate que habíamos colocado en el estómago. Acompañándole estaba un tipo que, saltaba a la vista, se había pasado cuatro pueblos con el agua oxigenada. Arrugadito y encogido; tímido, podría decirse también. Hasta que no abrió la boca no acabamos de creernos que era quien nos habían vendido. Viggo Mortensen. As himself, efectivamente. En éstas que el famoso actor suelta: "Si haces algo para gustar a todo el mundo... no gustarás a nadie. Lisandro tiene esto muy en mente." Ya no había dudas: el festín de gratis de aquel día cualquiera había sido la antesala de la puesta de largo, en Donostia, de una de las películas más esperadas no sólo de aquella sección, sino directamente de todo el festival. 'Jauja' llegaba tras haber superado una de las pruebas de fuego más duras a las que se puede someter hoy en día una película. Venía de Cannes, sí, pero... ahí, los programadores (tan mala gente como lo sería, pongamos, un francés en un gag de los Monty Python) habían decidido reservarle el peor de los destinos, dentro de su parrilla. Lo nuevo del idolatrado Lisandro Alonso vendría justo antes de una de las cintas más esperadas de aquella edición, puesta, casualmente, en una de las plazas con aforo más limitado (siempre en términos relativos, claro). Resultado: algunos decidieron saltarse esa cita previa y empezar a hacer cola para la que, supuestamente, importaría de verdad. De los que decidieron entrar, otros muchos estaban más pendientes de salir escopeteados a la mínima señal de "The End", que de cualquier otra cosa. Y a pesar de todo esto; a pesar de jugar, apriorísticamente, con todos los astros en contra, el equipo argentino triunfó... y por poco que al malvado de Kornél Mundruczo no le obligan a arrodillarse y a pedir perdón por haberle ''robado'' a Alonso el Premio a la Mejor Película en la sección Un Certain Regard. Por cierto, si a alguien le interesa, quien ahora escribe no se encontraba entre los exaltados. 'Jauja' es el inesperado giro del director Lisandro Alonso... hacia la nada. No sería un problema, sobre todo si se tiene en cuenta que ésta misma es la intención del autor... pero, ¿y si se ha pasado de frenada? Ahora sí: sirenas alarma. En pantalla cuadrada y con un gusto extenuante por los silencios, la acción escueta y la filosofía y poesía existencialistas con excesivas tendencias al besugueo mental, el filme nos presenta a un grupo de militares sumidos en la búsqueda imposible del paraíso terrenal. ''Creo que ya no estamos en Los Angeles''. Comandada por Viggo Mortensen (de largo el mejor activo con el que cuenta la cinta), la expedición no tardará en encontrar lo contrario a lo que andaba buscando. Flotando en el aburridísimo vacío entre Conrad y Herzog, ni la exquisitez en la técnica consigue arrancar suficientes briznas de interés para que el via de crucis de los protagonistas deje de contagiarse tan bien en un patio de butacas que al final de la proyección quedó casi tan desértico, palabra, como los parajes lunares visitados a lo largo de tan anodina odisea. Algunos llegaron a Cronenberg, de acuerdo. Muchos se perdieron, admitámoslo, un final maravilloso. Uno de esos últimos-giros que parece que nos obligue a replantear no sólo el sentido de la historia del filme, sino incluso el del propio séptimo arte. Lástima que para todo esto ya fuera tarde... Nota: 4 / 10por Víctor Esquirol Molinas