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'¿Hacemos una porno?': Boobie Nights

Vía El Séptimo Arte por 18 de junio de 2009

Zack y Miri, amigos desde la infancia, viven juntos en un humilde piso de Pennsylvania. Ahogados por las deudas, la solución a sus problemas financieros la encontrarán en una fiesta de antiguos alumnos del instituto. Allí conocerán al novio de un excompañero que afirma ganarse muy bien la vida rodando películas porno. Vista su lamentable situación, los dos amigos verán pocas pegas para poner en práctica el que será su plan de salvación: montar una empresa para grabar porno amateur con sus amigos.

No éramos pocos los que nos preguntábamos si el cerebro de Kevin Smith había sido exprimido por completo. Aquel realizador gamberro y deslenguado que tanto sorprendió con sus tres primeros largometrajes, ya llevaba casi una década desaparecido en combate. A las decepcionantes ‘Jay y Bob el silencioso contraatacan’ y ‘Jersey Girl’ se le unió el aceptable pero muy tramposo “back-to-classics” que supuso ‘Clerks II’. Ante tan desalentador panorama, los más devotos debíamos contentarnos siguiendo a Smith por las universidades de todo el mundo en las dos entregas del “ego-cumental” ‘An Evening with Kevin Smith’.

Migajas. Las sobras del que antaño fuera un auténtico portento del ingenio y el humor. La raíz del problema parecía ser que el universo del irreverente director se había colapsado. Por lo visto, la energía que movilizaba aquel rico microcosmos no era tan duradera como algunos hubiéramos esperado. Personajes cada vez más inverosímiles, situaciones descaradamente forzadas para buscar el gag soez, y un estado de continua embriaguez causada por ególatras autorreferencias. ¿Resultado? Una auténtica crisis en todos los sentidos de la repetitiva fórmula del éxito.

Curiosamente en tiempos de crisis financiera global el cineasta más malhablado de la actualidad se ha inspirado y ha dado un soplo de aire fresco a su agonizante carrera. Sería inadecuado hablar de una reinvención, pero lo que sí es obvio es que con ‘¿Hacemos una porno?’ estamos por lo menos ante una reinterpretación de los estándares del cine “smithiano”. Ya no estamos en Nueva Jersey, pero el invierno de Pittsburgh sirve también para dibujar un entorno gris en el que los cada vez menos jóvenes protagonistas vean justificada su desencantada visión de la vida. Ni rastro de los freaks más emblemáticos de la galaxia, pero -por suerte- ahí siguen estando Jason Mewes y Jeff Anderson; por su parte, Seth Rogen (uno de los abanderados del imperio Apatow) es la perfecta reencarnación de Kevin Smith ante las cámaras. Se han cambiado los videoclubs -templos de sabiduría nerd- por un sofisticado café de la era Starbucks... no obstante, los Pixies siguen sonando de fondo: la Generación X aún vive.

Las peripecias de de Zack y Miri tanto para esquivar las penurias económicas como para descubrir los sentimientos enterrados en su corazón, se traducen en un lavado de cara que el mundo de Kevin Smith pedía a gritos. Pero lo mejor de ello es que esta operación de cirugía estética ha afectado sólo la fachada, dejando intacto el espíritu transgresor del director. Muy hábilmente, el cine pornográfico acaba convertido en la excusa perfecta para indagar en el sinsentido de un sistema moral hipócrita y obsoleto. Tal y como reza el propio póster promocional de la cinta: “En tiempos desesperados, medidas desesperadas...” En otras palabras, no hay más que cortar el suministro de luz y gas para que caigan en el olvido todos los cánones morales de los que tanto alardeamos.

Entre senos, genitales y excrementos, Kevin Smith se siente como pez en el agua. Seguramente es esta comodidad la que le hace recuperar buena parte de la frescura en sus diálogos, a la vez que un más que deseado reencuentro con la gracia que parecía haber perdido a lo largo de estos últimos años. El ritmo del filme es constante, y los grandes momentos hacen olvidar los antojos azucarados que tanto gustan ahora a este nostálgico cineasta. Además, la buena química entre Seth Rogen y Elizabeth Banks dota al conjunto de credibilidad y le da un aire salvaje y entrañable. Al finalizar la película, a uno le invade la reconfortante sensación de que Kevin Smith, como los viejos roqueros, nunca nos abandonó, sino que sólo estaba hibernado. Lógica conclusión, o -por emplear la jerga al uso- “semental, mi querido Watson...”

por Víctor Esquirol Molinas

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