Aviso importante: ésta no es una película sobre Banksy. O quizás sí, pero seguro que no lo es de la manera que lo esperaba la gran mayoría. Al fin y al cabo, ¿cómo se puede filmar a un fantasma? El falso (luego ya entraremos en esta consideración) documental que lleva como título la intrigante frase de 'Exit Through the Gift Shop', que traducido literalmente vendría a ser algo como “Salida por la tienda de regalos” (en referencia a la clásica manera de abandonar cualquier museo que se precie), más que tratar sobre el más famoso de los graffiteros, es una cinta hecha por él. Dirigida, escrita... completamente concebida por él. Así lo dice su voz metalizada: “Ésta es la película sobre el tío que quería hacer un documental sobre mí. Lo que pasa es que yo no era suficientemente interesante”. Ahí va la primera mentira de una larga serie.
Y que nadie se haga el sorprendido/ofendido, pues del maestro del trampantojo y de otros espejismos visuales sólo podía esperarse un gran y maravilloso engaño. De modo que, superado el primer chasco, no nos queda otra que seguir los pasos del susodicho “tío que quería hacer el documental sobre Banksy”. Thierry Guetta, rechoncho padre de familia de origen francés pero residente norteamericano desde hace tiempo, comerciante de ropa y enfermo de dos obsesiones que siempre le acompañan: el arte callejero y filmar absolutamente todo lo que pasa a su alrededor. De esta combinación nace un relato cuya -falsa, otra vez- apariencia de divertimento naïf no permitirá apreciar a algunos unas aguas ciertamente profundas en las que se esconde mucho más que la simple búsqueda del ídolo anónimo.
Es de agradecer pues que, en lugar de satisfacer nuestra curiosidad morbosa (y por lo tanto, poco relevante) concerniente a los datos más banales sobre Banksy, se nos instruya sobre temas que sí merecen ser estudiados a fondo. En vez de recibir datos insustanciales sobre el lugar exacto de nacimiento del graffitero o su infancia, se nos ilustra con mucha gracia sobre por ejemplo qué es lo que realmente significa el conocido como street-art. En cuanto a la forma, lejos de la clase magistral cargante, se apuesta por mostrarnos una historia que, por empática y extravagante, atrae nuestra atención sin ningún problema, al mismo tiempo que quedan en nuestra memoria lecciones y conclusiones (por mucho que se nos asegure que las vivencias de Thierry Guetta no tienen ninguna moraleja... he aquí otra mentira) sobre el arte en general, este mundo/negocio en el que cada uno -erudito o cretino- se cree poseedor de la única opinión válida.
Tenemos una nueva y cada vez más consolidada forma de expresión surgida de la mezcla explosiva del pop art (la sombra de Andy Warhol sigue siendo muy alargada) y el arte conceptual (ahí está la herencia de Christo Javacheff en la voluntad de transformar creativamente nuestro entorno). Lo que muchos consideran todavía vandalismo, otros lo ven como la revolución artística definitiva. Pregonaba Francis Ford Coppola al final de aquel absorbente testigo de su carácter obsesivo titulado 'Hearts of Darkness: A Filmmaker's Apocalypse' que llegaría el día en el que “una chica gorda de Ohio se convertiría en la nueva versión de Mozart al filmar una auténtica obra maestra con la cámara de su padre... y así el llamado profesionalismo en el cine moriría, de modo que por fin podríamos hablar de verdadero arte.” Dicha profecía, aunque no remota, merced al boom de las producciones low-cost, no ha llegado todavía al celuloide... pero sí a la calle.
Como muestra el acertadísimo prólogo, con la voz de Richard Hawley recordándonos irónicamente aquello de que “las calles son nuestras”, gente como Shepard Fairey, Space Invader, Mr. Brainwash (¿?) o el propio Banksy se mueven en la sombra de la noche para evitar ser vistos por las autoridades mientras están dando a luz su nueva criatura. Cuando llega la luz del día, algunos viandantes olvidan por un momento sus preocupaciones y sonríen al ver una cabina telefónica herida de muerte al ser brutalmente empalada; el equipo de un prometedor político que debe darle un baño de renovadora esperanza a la primera superpotencia mundial, acierta al ver en las obras de uno de estos “gamberros” una capacidad comunicativa colosal... y por supuesto, los museos se debaten entre escandalizarse y ponerse manos a la obra para encerrar en sus muros estas obras. Primer síntoma de la esquizofrenia colectiva que padecen estos tiempos virales.
Pero si los peces gordos no consiguen salir del dilema, lo mismo puede decirse de los artistas, que si antes se rebelaban ante tanto elitismo, ahora no ven con tan malos ojos el que el fruto de su esfuerzo esté bien resguardado, evitando así la condena a lo efímero dictada por su anterior exposición a la intemperie. Si además con la experiencia consiguen fama y fortuna (porque sí, todo es susceptible de ser comprado), el caramelo hace salivar aún más. Que tire la primera piedra el que no se haya sentido tentado por tal horizonte. En medio de este caos, mueve los hilos con irreverencia, frescura, sentido auto-paródico y mucha clarividencia un hombre inidentificable que, al igual que el Orson Welles de 'Fraude' (por temática y discurso, la hermana mayor de 'Exit Through the Gift Shop'), oscila constantemente entre la verdad y el engaño para servir a propósitos mayores: reflejar el anárquico estado actual del arte, reflexionar sobre todo lo que ha aportado su figura a este enloquecido siglo XXI, mostrar las hábiles y afiladísimas zarpas del mercantilismo, de las que nadie escapa... ¿Seguro que no hay moraleja?
Nota:
7,4 / 10
por Víctor Esquirol Molinas