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'Estigmas': El héroe desangrado

Vía El Séptimo Arte por 06 de mayo de 2010

Bruno es un expresidiario que intenta olvidar su conflictivo pasado y ganarse un sitio en la sociedad como una persona normal. No obstante, todos los factores parecen estar en su contra: a su alcoholismo hay que añadirle las constantes amenazas de desahucio y un empleo sin futuro con un jefe que le desprecia y que nunca está dispuesto a echarle una mano. Además, de un día para otro van a empezar a sangrarle de forma incesante las manos. Una enfermedad inexplicable para algunos; para otros una señal irrefutable de que Bruno es un santo. Sea como fuere, este robusto y silencioso hombre deberá aprender a convivir con sus estigmas.

La semana pasada nos detuvimos a comentar brevemente el curioso -y atípico dentro de nuestras fronteras- caso de Eduard Cortés, un cineasta que después de haberse afianzado con los filmes de género se quemó con su primer y más claro coqueteo con el cine de autor. No pasó por el primer estado Adán Aliaga, que ya en ‘La casa de mi abuela’ se deshizo de los convencionalismos de la no-ficción para configurar un singular documental en el que quedaba clara la voluntad del director para dejar bien visible su firma. Se trata pues de un cineasta que por su coraje a la hora de alejarse de los discursos más predominantes, puede situarse en la esfera de autores con todas las de la ley, como lo son por ejemplo Marc Recha o Javier Rebollo.

Esta catalogación implica buenas y malas consecuencias. En el lado positivo encontramos obviamente la seguridad de que el producto que vamos a ver no será necesariamente nuevo, pero desde luego sí diferente a lo que estamos más acostumbrados a encontrarnos. Donde ya empiezan las arenas movedizas es en el propio factor diferenciador, el mismo que nos atrae; el mismo que nos repele. Es lo que sucede en la mayoría de estas ocasiones, que no dejan indiferente a nadie, sin entender de términos medios. Obviamente ‘Estigmas’ no es la excepción y servidor debe confesar que fruto de la desesperación, en esta ocasión acabó tirando la toalla.

Quizás será culpa de mi mente obtusa que sigue sin estar demasiado abierta a nuevas experiencias, pero lo cierto es que la cinta tampoco pone demasiado de su parte. Por ejemplo, para alguien acostumbrado a la comidilla hollywoodiense, le cuesta Dios y ayuda ver de qué va el asunto. Es por ello que los indicios externos como el que el guión esté basado en un comic de Lorenzo Mattotti y Claudio Piersanti insinúan que quizás (y sería conveniente repetir la palabra “quizás”) todo se trate de un peculiar acercamiento al mundo de los superhéroes. De hecho, esta vía goza de los puntos suficientes como para contemplarla como una opción sólida. A saber, la presentación del protagonista como un ser distinto a los demás, la caracterización de sus némesis, incluso las ligeras reminiscencias de Shyamalan (en el descubrimiento de un héroe anónimo que se fomenta en la cotidianidad) o Daniel Knauff y su obra maestra televisiva, ‘Carnivàle’ (por su recta final, sus pasajes oníricos, o lo tenebroso de su propuesta visual, marcada por un blanco y negro muy oscuro).

Pero ‘Estigmas’ no es algo tan sencillo. Su narrativa bizarra, bastante acorde con la radicalidad formal del comic original, insinúa que detrás de las -aburridillas- vivencias de este santurrón marginado se esconden conceptos de altos vuelos y muy trascendentes... pero a uno esto le trae sin cuidado debido al maltrato al que le somete un Adán Aliaga sin duda valiente, pero también descontrolado. En los demás apartados la hemorragia también es incontenible. La elección del lanzador de peso Manuel Martínez como héroe de la función es digna de medalla en lo que a físico se refiere... pero de descalificación cuando el corpulento atleta abre la boca.

En el plano técnico sorprende, después de ver la agilidad con la que fue construida ‘La casa de mi abuela’ y la torpeza mostrada ahora a la hora de empalmar determinadas escenas, que a ‘Estigmas’ no le hubieran sentado nada mal unas cuantas horas más de tratamiento en la sala de montaje. Esta suma de contrariedades produce una sensación generalizada de descontento e irritación, y al mismo tiempo nos lleva a la conclusión que el nuevo trabajo de Aliaga quizás debería haberse quedado exclusivamente en los dominios del streaming, pues no hay que menospreciar la diferencia entre un espectador cabreado... y un espectador cabreado que se ha gastado dinero en una entrada de cine.

Nota: 3 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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