Afirma el dicho, y no sin razón, que tanto en el amor como en la guerra, todo vale. ¿Y qué es la política sino una guerra sin cuartel por hacerse con el amor incondicional del contrib... perdón, del votante? La regla de tres a veces funciona, y sí, en la política también vale todo. En las campañas que determinan el inicio y el final de sus reinados, ni falta hace decir que también. Al fin y al cabo, el premio que va a llevarse el ganador es el más deseado; el más suculento que se pueda imaginar. El poder. La capacidad de tomar las riendas y hacer que la voluntad propia se imponga sobre la presunta inamovilidad de un sistema que se nos ha vendido como perfecto, pero que a la vez nos esclaviza con sus fallos. América, más que ser la excepción a la regla -¿existe ésta?- es el buque insignia de dicha realidad.
No desde hace poco, cuando la evidencia en la corrupción de sus valores primitivos, tanto a nivel externo como interno, ha dejado entrever la imagen de un gigante con pies de barro (instantánea que por cierto está dando fuerzas a unos competidores en la carrera por la ''presidencia mundial'' que ven cada vez más reducida la distancia con respecto a su rival), sino ya desde sus inicios en el rol de primera superpotencia del planeta. Eran aquellos, no obstante, buenos tiempos, en los que la Santísima Trinidad compuesta por William Wyler, John Ford y Frank Capra era ama y dueña de la fábrica de los sueños. Porque efectivamente todavía podía soñarse en la utopía de un mundo mejor; en una sociedad ajena a cualquier tipo de injusticia.
En este sentido, gran parte de la obra del tercero en discordia respondía al mismo planteamiento, tan camaleónico en apariencia como imperturbable en su esencia, y a la postre, efectivo en todas las esferas en las que se movía. La visión de la tierra de las oportunidades, en la que por supuesto todo era maravillosamente posible, no estaba exenta de apuntes dedicados a los innumerables elementos distorsionadores; parásitos de unos mecanismos que desgraciadamente no se quejaban en exceso de su presencia. Por suerte, el bien triunfaba sobre el mal en una catarata de lágrimas y buenas intenciones que convencía no solamente por la calidad fílmica del producto, sino porque, como se ha dicho, era aquella una época en la que las grandes palabras e ideales todavía tenían cabida en la comprensión colectiva.
Ahora...? Estas milongas han sido reemplazadas por cosas que realmente importan, como patéticos graciosillos creciditos por el peligroso altavoz de las redes sociales, insufribles estrellas del pop concebidas en internet y vendedores de teléfonos móviles canonizados pocos segundos después de su pronta muerte. Me hago viejo. El Apocalipsis -ahí están las señales- llama a la puerta de nuestra casa, pero incluso en este infernal panorama, hay tiempo para que podamos ejercer nuestro más sagrado derecho -u obligación- como ciudadanos: votar. De aquí poco más de un mes, tres de nuestras comunidades autónomas en las que más intenso se muestra ahora mismo el debate nacionalista, habrán decidido su futuro inmediato (y esperemos que también a largo plazo) pasando por las urnas. Mientras, al otro lado del Atlántico, demócratas y republicanos vuelven a afilar sus puñales con la vista puesta en la Casa Blanca. ¡Rock and roll!
Como el séptimo arte no puede quedarse atrás en lo que se refiere a ser el principal proveedor de espectáculo del mundo (si es que la industria del videojuego no le ha arrebatado ya dicho honor), ahí va una película sobre el escabroso mundo electoral que cae en el mejor de los momentos. Su título es, cuál sino, 'En campaña todo vale' y viene dirigida por alguien cuyas credenciales hablan de él como un experto en la materia. Y es que Jay Roach fue el encargado de dirigir 'Recuento', aclamada TV movie de la HBO donde se narraba cómo George W. Bush escaló el último peldaño para convertirse en el máximo mandatario de su gran nación, en lo que sin duda fue uno de los mayores escándalos -tapados- de la historia reciente de la democracia. En un mundo justo, en el que el la voluntad del pueblo realmente decidiera, Al Gore hubiera cumplido como mínimo una legislatura en el despacho oval. Pero ya se sabe, en campaña todo vale.
Bajo este lema de incontestable validez arranca una de las más prometedoras joint ventures de la más reciente nueva comedia americana, al conjurar ésta a dos de sus valores actualmente más sólidos. Will Ferrell y Zack Galifianakis ponen su talento al servicio de la misma causa... y se enfrenan a muerte para ver quién es el más popular en los comicios de Carolina del Norte, que serán clave para determinar la mayoría en un Congreso de Washington D.C. con predominancia partidista todavía por determinar. Para hacerse cargo de todo el material, la elección de este duelo actoral se antoja desacertado; mejor dicho, desubicado, al exigir la temática puesta sobre la mesa una seriedad y un rigor que parecen fuera del alcance, o en el mejor de los casos, fuera de sus pretensiones.
Aunque también sería injusto no tener en cuenta que la política, más aun en los todopoderosos Estados Unidos, se ha convertido en otra manifestación del muy característico showtime. De lo que se trata aquí ya no es de convencer con el programa más sólido y atractivo, sino de presentar el peinado y el traje más llamativo, de tratar de no sudar a la hora del primerísimo primer plano, de tener magnetismo con la cámara, de tocar el violín cuando la ocasión lo requiera y claro está, de soltar la burrada más gorda. Los contendientes presumen de elegancia, pero en realidad no son más que sucios gladiadores, que saben que el fin justifica toda la sangre vertida sobre la arena. Resultado, hay sitios donde votan a Chuck Norris... y como aquí nadie está libre de pecado, hay otros lugares en los que Joan Laporta es parlamentario. El chiste es triste... y buenísimo.
Es por esto que la elección de Roach (en cuyo currículum, a parte de la también temática 'Game Change' destacan también comedias como la trilogía Austin Powers o los dos primeros títulos de la saga ''Los padres de...'') para llevar a cabo 'En campaña todo vale', se descubre como un acierto. Así, esta desmadrada y ácida sátira política tiene el logro de, a pesar de estar en las antípodas de títulos como (por citar algún antecedente cercano) 'Los idus de marzo', de George Clooney, hablar sobre temas presuntamente trascendentales casi con la misma contundencia y, sí, seriedad. Como exige el cartel, el humor soez y los golpes de efecto barriobajeros están asegurados, mostrando la mayoría de ellos una efectividad tan inesperada como bienvenida, siendo ésta atribuible no solo a la pareja protagonista, sino también a la muy coherente decisión de tirar de una comicidad basta, sucia... casi pornográfica, calidades todas ellas presentes en nuestra política, por cierto.
Entre desnudos integrales, palabrotas, puñetazos en la cara y escándalos sexuales cometidos por candidatos / títeres al servicio de grandes multinacionales y sus perros de caza (geniales las apariciones de Dylan McDermott), se suceden los dardos envenenados con mayor o menor acierto a la hora de hacer diana, pero siempre apuntando hacia unas élites políticas tan desvinculadas de la realidad social como acomodadas en la putrefacción y degeneración de su opulencia. Y ahí está el mérito, y es que una vez pasado el olor de la enésima ventosidad, queda la constatación de que los caballeros sin espada de la era 2.0 ya no recurren a herramientas tan nobles como el filibusterismo parlamentario (''¿qué es eso?''), sino que se sirven de las más viles trampas en la edición de contenidos o de recursos dialécticos típicos de cualquier debate de programa del corazón, para que su voz -que no su mensaje- se oiga más alta -que no más clara- que la de al lado.
Puede que hubiera un tiempo en el que el ''populacho'' escuchaba a genios como Capra... iluminados sigue habiéndolos, pero éstos han quedado irremediablemente desterrados del interés popular. Quizás por ello hasta se dé el escenario surrealista en que tengamos que darle las gracias a Roach y compañía, al ser 'En campaña todo vale' un preciso retrato de una civilización inmersa en un dramático proceso de involución troglodítica inducida por sus propios excesos, y al ser también seguramente el único manual de buena -a partir de la mala- política capaz de llegar -quién sabe si calar- en el espectador medio. Tal vez esta lección es a lo único que se puede aspirar. Desde luego es lo único que ahora mismo nos merecemos.
Nota:
5,5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas