Fran cumple todos requisitos para ser considerado un adolescente problemático. Al paulatino abandono de sus estudios y sus demás obligaciones hay que añadirle un comportamiento errático y violento, el consumo desmesurado de drogas y una relación cada vez más insostenible con su padre, que después de que su madre se fuera de casa, se ha quedado como la única persona que cuida de él. Precisamente será éste último el que decida internarlo en un centro especializado en la reeducación de menores. Un centro que promete devolver a sus alumnos plenamente disciplinados... sin importar los efectos secundarios que entrañen sus brutales métodos.
Los Ni-Ni (que son aquellos jóvenes que Ni estudian Ni trabajan) están en boca de todo el mundo. No sólo por los programas de televisión que nos los dieron a conocer, sino también porque ahora parece que van a jugar un rol importante en la agenda electoral de más de un partido político de cara a las inminentes elecciones autonómicas y municipales. Y es que ahora se ve que llevar una vida más parecida a la de un parásito ha enternecido a más de un mandatario que, de cara a los nuevos comicios y teniendo la mente puesta en las urnas, ha prometido a esos individuos una nada desdeñable suma de dinero, siempre y cuando se incorporen al mundo académico o al mercado laboral... faltaría más. La polémica está servida.
Los protagonistas de 'Cruzando el límite' hacen méritos de sobra para entrar en este infame grupo. Un día en su vida implica ponerse ciego de cualquier sustancia ilegal, liarse a ostias con otro grupillo, al igual que Alex y sus ''drugos'', desplomarse en una buena rave, y sobre todo, guardarse un poco de su valiosísimo tiempo para atormentar a sus ''viejos''. Es una horda de pequeños déspotas que han cimentado su reinado del terror y del exceso amparados por la tutela negligente de unos padres que lejos de propinarles la bofetada que hace tiempo que piden a gritos, ponen las mejillas que hagan falta para recibir una nueva muestra de ''cariño'' de sus vástagos... mientras se preparan para saltar a la yugular del que intente corresponderles con el mismo trato. Ante tal panorama se antoja imposible simpatizar con tales personajes, tanto con los monstruitos como con sus creadores.
Éste es el primer escollo que debe sortear la película, ya que basa gran parte de sus argumentos en la empatía que puedan despertar sus protagonistas, que es más bien escasa. Debería bastar con decir que las primeras escenas tienen un más que preocupante parecido razonable con la infumable 'Mentiras y gordas'. Afortunadamente el guionista Pere Saballs i Nadal no sigue la hoja de ruta de González Sinde y compañía, simplemente la toma como punto de partida. El desarrollo lo resume el acrónimo CIMCA, que significa Centro de Internamiento de Modificación de la Conducta Adolescente. Esta unión de palabrotas se traduce en el sitio donde dan caña a los jóvenes descarriados. Quien dice "dar caña" obviamente se refiere a "torturar", en lo que acaba siendo una mezcla letal de secta religiosa y Guantánamo a la española. Tremendo.
Algo terrible, más teniendo en cuenta que el filme está inspirado en hechos reales. Pero ahí es cuando reaparece el problema antes comentado: las víctima se hacen tan antipáticos que es imposible solidarizarse con ellos. Es obvio que el via crucis por el que pasan es repugnante y condenable a todos los niveles, pero por la manera en que se han presentado/definido, el sufrimiento de los protagonistas Ni me horroriza-Ni me escandaliza. Lo que sí es indignante es que el debutante Xavi Giménez (reputado director de fotografía), se empeñe en maltratar también al espectador. Las imágenes de los castigos ya son suficientemente duras como para que además tengamos que sufrir unos excesos más acordes a una película de terror mala.
Otras referencias igualmente terroríficas de 'Cruzando el límite' parecen ser aquellas que pueblan nuestra parrilla televisiva durante la hora de la digestión (de hecho, ¿no se hizo ya una TV movie al respecto?). Son aquellos productos ultra efectistas, especializados en la sordidez y las miserias humanas; imposibles de tomarlos en serio por estar en manos de pintores de brocha gorda, de filósofos baratos o de tristes aspirantes a poeta. ''¿Por qué cambiamos la vida, cuando la vida nos ha cambiado a nosotros?'', se pregunta una sufridora -qué raro- Emma Vilarasau, a lo que Adolfo Fernández debería replicar ''¿En qué posavasos has dicho que leíste esto?''. No lo hace porque se siente muy solo. Más: mientras los malvadísimos jefes del centro de reeducación incitan a los padres a disfrazarse de payaso y bailar el ''Follow the Leader'' (¿se puede ser más obvio?), a sus queridos hijos les obligan a bailar un vals y a beber zumo de naranja. ¡Que alguien detenga a estos nazis! Pero sobre todo, que alguien encuentre una solución seria a la lacra de los Ni-Ni... ni que sea para no cruzar el límite otra vez.
Nota:
3,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas