Igual que las películas en según qué circunstancias bien pueden valer como sucedáneo de la vida más que como un pasatiempo, 'Como la vida misma' bien puede valer en según qué circunstancias como sucedáneo de una película más que como un pasatiempo. En según qué circunstancias... si es que alcanza para ser un pasatiempo en otras, porque aunque pueda ayudar a que pase el tiempo de manera algo más distraída que, por ejemplo, mirando durante dos horas una televisión apagada, en pocas ocasiones podrá ser confundida con una película de verdad... si es que lo merece.
No confundir. 'Como la vida misma' es una de esas películas que no es que sean malas, pues no es más que lo que pretende ser por mucho que sus expectativas sean tan pequeñas como el hueso de una aceituna sin hueso: un sucedáneo que rellene un hueco en la cartelera, y de paso engrose las cuentas corrientes de sus principales responsables. Es una de esas producciones 'light' que sirven para mantener la línea de montaje en funcionamiento, que han sido elaboradas con la misma pasión con la que uno mete una pizza precongelada en el horno y que causan tanto revuelo como paz dejan una vez han pasado sus 15 minutos de fama el día de su estreno. La definición de "anodina" es: Insustancial, insignificante o que carece de interés o importancia. Y ésta misma podría ser, perfectamente, la definición de 'Como la vida misma', una pretendida comedia romántica con ínfulas dramáticas y bebé de por medio. Da igual, ni al drama se le deja tomar aire ni al bebé se le permite ser más que un chiste con patas (de sobras conocido para cualquiera que haya sido padre, o haya tenido un niño cerca). Lo único que acaba importando es comprobar si Heigl y Duhamel acaban finalmente juntos como pareja, respuesta a la pregunta más aburrida de entre todas las que el film se podría plantear (que no son pocas) y que además se responde sola... porque siempre resulta más fácil salirse por la tangente y soslayar (viene en el diccionario, ¡¿qué pasa?!) cualquier posible conflicto que pueda romper la magia del mundo perfecto y maravilloso que existe al otro lado de la pantalla del cine más rancio y moldeado de Hollywood, permaneciendo así de inquebrantable el bienintencionado ideario de la familia tradicional blanca norteamericana de buena voluntad. Y es que "como la vida" más bien poco.
Esta nueva muestra que me reafirma aun más si cabe en mi rechazo hacia la insoportable Katherine Heigl no es que sea una mala película porque, para que lo fuera, antes tendría que pretender ser una película, cosa que evita a toda costa, y en todo caso cuando lo aparenta coincide con aquellos momentos que nos recuerdan a otras tantas películas por el estilo. De todo tiene que haber en la viña del señor, y no hay mal que por bien no venga; en no pocas ocasiones trabajos que podemos considerar puramente alimenticios se presentan como más que efectivas propuestas donde la falta absoluta de expectativas se convierte en su mejor arma (caso de la inminente 'The Green Hornet', por ejemplo). No es el caso de 'Como la vida misma', cuyos esporádicos y vacuos intentos de dramatizar su contexto juegan en contra de un relato que evidencia ser víctima del conservadurismo cinematográfico actual derivado del sectarismo de lo "políticamente correcto": es como si a una comedia normal y corriente de los 80 le añadiésemos unos cuantos "perdones" por el camino, lo que encima provoca que su duración se extienda hasta rozar las peligrosísimas (y excesivas) dos horas de duración, otro grano en el culo provocado por aquellos que confunden metraje con seriedad.
Tengo que matizar que mi poco aprecio hacia la figura de la Heigl, quien se repite más que la Aniston y siempre parece vivir en la misma película aunque el fondo sea distinto, no tiene que ver con mi escasa apreciación de esta producción que deja más bien frio en pleno verano, así como tampoco influye la indiferencia más absoluta que causa un correcto Josh Duhamel desesperado por resultar gracioso (y no seguir siendo confundido con uno de los impersonales Transformers del sr. Bay). No obstante si la pareja protagonista hubiese sido otra, si sus secundarios hubieran tenido la más mínima oportunidad de aportar algo más que clichés banales y aburridos, o si al guión se le hubiera dado la oportunidad de explorar alguna de las vías alternativas que tan sólo se insinúan, igual hasta este producto podría haber resultado algo más entretenido, gracioso y hasta interesante, como por ejemplo lo era la película protagonizada por Steve Carell y Juliette Binoche con la que comparte mismo nombre castellano. Pero claro, entonces no estaríamos hablando de un sucedáneo, y para eso hay que ponerle un poco de interés y, sobre todo, ganas...
Nota:
4.0
por Juan Pairet Iglesias