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'Buscando a Eimish': Sin derecho a réplica

Vía El Séptimo Arte por 08 de noviembre de 2012

Una de las situaciones más odiosas y que desgraciadamente con más frecuencia se dan en cualquier relación de pareja es aquella en la que uno de los dos enamorados se enfada terriblemente con su media naranja, y para expresar su ira no se le ocurre nada mejor que soltar de sopetón y de la manera más contundente posible todas las razones que explican su actual estado de enajenación. Hasta aquí nada especialmente destacable. Lo que sí merece más atención es aquel gesto tan matador que consiste en largarse justo después de haber echado la bronca. Entonar el ''hasta luego, Lucas'', dejar al receptor del chaparrón a solas con la durísima digestión del mensaje, y lo que es más importante, irse justo a tiempo para que el otro no tenga tiempo a responder, creando así la ilusión de que, por falta de respuesta, se ha logrado la victoria en una discusión que jamás debería haber empezado.

De forma muy similar arranca 'Buscando a Eimish', la ópera prima de Ana Rodríguez Rosell. Un joven con gafas que parecen pesar más que él coge un tren y recorre media Europa para buscar al amor de su vida, quien le ha dejado plantado dejando como único recuerdo una amarga nota en la que se deja claro que su relación no iba a ningún sitio, supuestamente, por la nula voluntad de él a la hora de tener niños. La materia de la discordia es todo un clásico, y ciertamente puede llegar a ser un obstáculo insalvable... lo cual para nada justifica la puñalada trapera de marcharse a la francesa privando al pobre mozuelo del sagrado derecho a réplica. Mal por ella. Y mal por él también, ya que lejos de arrojar la toalla, se pone a babear cual perro abandonado y a seguir el rastro de su querida ama, sin saber que actuando así, no hace más que incentivar una nueva perreta por parte de la novia, cada vez que ésta vuelva a ver que las cosas no van exactamente como ella lo había soñado.

Más grave aún es el hecho de que la fatal decisión tomada por el cánido abandonado sea la principal razón por la que ahora mismo toque hablar de una película tan lamentable como 'Buscando a Eimish'. Plenamente situada en la peor tradición modernillista del mainstream ''anti-mainstream'', las cartas no tardan en ser enseñadas...y el horror empieza a fluir. Más que tratarse del cansino estilo (con su consabida elección musical, su ritmo calculadamente lento, su abundancia de caras de circunstancias que supuestamente deben añadirle profundidad a la propuesta), que a malas puede ser perdonado, ni que sea por lo acostumbrados a él -por puro bombardeo- que estamos a estas alturas, sino más bien porque absolutamente ninguna pieza del engranaje funciona bien.

Peor aún, la mayor parte de ellas parece que estén colocadas allá donde no hacen falta... incluso allá donde estorban. El montaje, por definición eje vertebrador de la narración en este arte, va destapando a ritmo vertiginoso las carencias del filme. El excesivamente brusco y torpe encadenado entre los distintos escenarios es tan solo la punta del iceberg de un conjunto que efectivamente se ahoga en su propia incompetencia. Al guión, ridículo en su desesperada búsqueda de la fachada cool, le cae el flaco favor por parte del elenco de actores, en el que no hay ni uno solo que se crea dos frases seguidas de las que está vomitando... y con razón. Uno de los efectos colaterales en medio de tanto despropósito: el desenamoramiento súbito hacia Manuela Vellés, reina del grito en la deliciosamente brutal 'Secuestrados', de Miguel Ángel Vivas, quien ahora ejerce de escurridiza novia.

El recuento de daños llega a límites insostenibles cuando se suceden sin parar situaciones absurdas, diálogos totalmente desvinculados del mundo real (de acuerdo con que el factor emigratorio está especialmente agudizado ahora en época de crisis, pero ¿no es un poco pronto para creernos que en Alemania todo el mundo habla castellano?) y ese insoportable síndrome de la depresión por falta de atención recibida que hoy en día sufre demasiada gente... y que por ello es fruto de tantos y tantos conflictos sobre el papel prescindibles. El bobalicón personaje encarnado por Óscar Jaenada pica de lleno, y recorre medio viejo continente para hacerle caso a una persona que en realidad necesita estar sola. Como para no sentir lástima por él... y por el público que pague una entrada para ver este insufrible melodrama que, reflexionando sobre el querer y el ser querido, cree alcanzar lo trascendental, cuando en realidad no llega ni a memez. Dicho esto, a correr sin mirara atrás, antes de que los afectados contesten. No se merecen este lujo.

Nota: 2 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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