El Quijote también será ''reinventado'' para la gran pantalla
Era cuestión de tiempo, es de suponer, que tarde o temprano Hollywood fijara en su punto de mira una nueva versión de una de las grandes obras de la literatura universal, 'Don Quijote de la Mancha', la obra maestra de Miguel de Cervantes Saavedra publicada a principios del siglo XVII. Aunque como marcan los cánones actuales el ingenioso hidalgo sufrirá un lavado de cara que disponga de sus aventuras de una forma más amena para el público del siglo XXI.
Así, se habla más de una historia inspirada en el relato que de una adaptación propiamente dicha, y en la que la letra escrita de Cervantes se transformaría en una cinta de aventuras de capa y espada a lo 'Piratas del Caribe', con un Don Quijote que no está loco enfrentándose a la realidad de un mundo fantástico pero terrenal y tangible. O lo que viene a ser lo mismo, los molinos se pondrán en pie de guerra.
El todopoderoso productor Joel Silver, responsable entre otras muchas de la trilogía de 'Matrix' y que ya intervino en la reinvención de 'Sherlock Holmes', moverá los hilos de un proyecto incorporado a la "vía rápida" de producción de la Warner Bros., lo que significa que la idea sería acometer su realización de cara a un estreno de aquí a 12-18 meses, más o menos. Veremos a ver...Capítulo I:
Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha muchotiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua,rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero,salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas losviernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las trespartes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas develludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días deentresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa unaama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte,y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba lapodadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era decomplexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigode la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada,que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben;aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamabaQuejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narracióndél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estabaocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, contanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de lacaza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidady desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura paracomprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todoscuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien comolos que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de suprosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y máscuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde enmuchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón sehace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de lavuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que devuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacenmerecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase porentenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni lasentendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estabamuy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque seimaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría detener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, contodo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquellainacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dallefin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera,y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se loestorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que erahombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero:Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero delmesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que sialguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula,porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballeromelindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no leiba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban lasnoches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así,del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vinoa perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en loslibros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos,heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; yasentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquellamáquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él nohabía otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díazhabía sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballerode la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dosfieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio,porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de laindustria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entrelos brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser deaquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, élsolo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldosde Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantostopaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro,según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor deGalalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.
En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamientoque jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible ynecesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de surepública, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con susarmas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello queél había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todogénero de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos,cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valorde su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tanagradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, sedio priesa a poner en efeto lo que deseaba.
Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de susbisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había queestaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejorque pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada deencaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque decartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacíanuna apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte ypodía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dosgolpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en unasemana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hechopedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo,poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedósatisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, ladiputó y tuvo por celada finísima de encaje.
Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y mástachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le parecióque ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban.Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, segúnse decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, ytan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procurabaacomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese decaballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razónque, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrasefamoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicioque ya profesaba. Y así, después de muchos nombres que formó, borró yquitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al finle vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro ysignificativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahoraera, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo,y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar donQuijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasión los autores desta tanverdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada,como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís nosólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió elnombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula,así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya yllamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy alvivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a surocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otracosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andantesin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase éla sí:
-Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro porahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballerosandantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o,finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarlepresentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y digacon voz humilde y rendido: ''Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro,señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla eljamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual memandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandezadisponga de mí a su talante''?
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso,y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree,que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buenparecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende,ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y aésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y,buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y seencaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea delToboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico yperegrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosashabía puesto.
Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha
por Miguel de Cervantes Saavedra
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