'Siempre te esperaré' - Pero sin zombis
James More es un ingeniero hidráulico que ha sido tomado como rehén en Somalia por los terroristas yihadistas, que sospechan que es un espía británico. Danielle Danny Flinders es una biomatemática que trabaja en un proyecto de inmersión en las aguas más profundas de los océanos para demostrar su teoría sobre el origen de la vida en el planeta. Ambos se conocen en un aislado hotel de la costa atlántica francesa, donde preparan sus peligrosas misiones, y encuentran, el uno en el otro, al amor de sus vidas. Ahora, separados, Danny inicia su peligrosa inmersión al fondo del océano sin saber si James sigue vivo...
Este es el argumento de 'Inmersión', la novela original de J.M. Ledgard en la que se inspira la última película de Wim Wenders, realizador respetado y temido a partes iguales por entre otros, un servidor. Y así leído, no suena mal. No tiene por qué sonar mal. Ni hay por qué dudar del atractivo de una historia que así, impresa sobre el papel, puede funcionar... como no lo hace en su correspondiente adaptación cinematográfica, una de esas películas que sugieren -o confirman- que una imagen no siempre vale más que mil palabras. O en su defecto, que una imagen no vale más que mil palabras porque sí, por defecto, porque así son las cosas.
Da igual que James McAvoy y Alicia Vikander nos caigan bien, o que como siempre cumplan sobradamente con la parte que les toca: La excesiva literalidad de 'Inmersión' provoca una vía de agua que son incapaces de achicar; que la propia deriva de la película es incapaz de sobrellevar. Como un velero a merced de hacia dónde sople el viento, 'Inmersión' es lo opuesto a lo que pregona su título. Un relato superficial, frío y distante que al menos sobre una pantalla de cine, rara vez funciona de alguna manera que no sea, tirando de cliché, como un telefilme de sobremesa con el que dormir el sueño (de los aburridos o resacosos).
'Inmersión' no funciona, y ante una puesta en escena tan convencional no puede sino acabar en el fondo del océano tras casi dos horas de conflicto dramático sin galones. Dos historias entrelazadas junto con un extenso flashback entrecortado, un recurso literario que en pantalla se torna peligrosísimo; especialmente, si como es el caso, no hay nada que avive un devenir rutinario, impersonal y del todo acomodado. Una historia, unos personajes, una película que se presenta para hacer como que dice algo pero sin decir nada. Que deambula durante cerca de dos horas como un sonámbulo; o como se dice ahora, como un "walking dead".
Pero sin zombis.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex