Hay películas que se pueden definir en tan sólo dos palabras, y tan anchos que nos quedamos. 'La Reina de España' es, efectivamente, una de estas películas que resumiremos -sin resquemor alguno- como una "españolada casposa" (en el peor de los sentidos). Puede ser que, según creo recordar, me suena así a lo lejos (y que siga siendo a lo lejos), que la película de 1998 ya coqueteaba con esa denominación, si bien y a diferencia de la de 2016, manteniendo durante al menos parte de su metraje un cierto halo de honor costumbrista que ahora supone una considerable diferencia para con la vergüenza ajena.

Algo así como lo que ocurrió a principios de año con la ya olvidada 'Zoolander No. 2', o cuando el intento mal calibrado de repetir la jugada transforma lo paródico de una en el absurdo de otra; quizá, precisamente, por la existencia de un antecedente que taitantos años después nos recuerda que han pasado esos taitantos años. Para todos. Y lo que antes fue algo más o menos fortuito ahora, sin la presencia de un Rafael Azcona al que uno se imagina allá arriba de copas con el Generalísimo, se siente como una replica desnaturalizada por lo rematadamente gratuito, caprichoso y deslavazado de cuanto ofrece.

Ese momento en el que Fernando Trueba pasa de director de 'Belle Époque' a ser el responsable de 'El embrujo de Shanghai'. En el que se fuerza, con pereza, y uno pasa a ser ese chiste del que en teoría pretendía reírse... si es lo que se pretendía, que el despropósito solo deja claro un rancio propósito. Claro que tampoco importa, sea lo que sea y en cualquier caso sigue siendo tan escaso como triste, hasta el punto de que cuesta lo mismo reírse con ella que de ella. O el costumbrismo acartonado, y trasnochado, que nos deshonra en nuestra insignificancia como ciudadanos de esa patria llamada cine.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex