Un matrimonio desgastado por el paso de los años, el desamor de un marido insensible y agresivo, la falta de hijos y una práctica irracional y enfermiza de la religión explican la atormentada vida de Gregoria, que sólo confía en liberarse gracias a la Providencia, que parece indiferente a su dolor. Providenciales resultan para ella las palabras de un moribundo, palabras proféticas y esperanzadoras que la llevarán a tomar una decisión que cambiará para siempre su destino.

Con el nombre de Celia emprende una vida diferente, lejos de su casa, en el seno de una acomodada familia gallega con un hijo de siete años que se convertirá en el motor de su vida. La intensa relación que se establece entre ellos despertará en Celia un extraño instinto maternal que la lleva a proteger al niño de cualquier persona o circunstancia amenazante, aun a costa de su propia vida. Lo que Celia no sabe es que el verdadero peligro no se encuentra en quienes conviven con el pequeño, sino en ella misma, atormentada por sus particulares fantasmas.