Desbarra de mala manera a cada episodio que pasa, y tras una incuestionable demostración de fuerza formal en su primera mitad deriva en poco más que uno de tantos de esos thrillers sobre putas sectas en los que la posibilidad de cualquier tipo de sorpresa o revelación solamente dará lugar a ojos de quienes realmente decidieron no verlas venir con antelación. Porque es previsible (a rabiar) cuando pretende y presume de lo contrario y aleatoria (con ganas) cuando la idea es plantear situaciones límite en el supuesto de un plan trazado que aspiraba a más que a un sinfín de encuentros fortuitos de un punto a otro de la isla procurando no llamar la atención comportándose o haciendo cosas que normalmente llamarían la atención de cualquiera.

Desaprovecha su potencial para una introspección total o para abordar a sus personajes más allá de sus motivaciones más evidentes o sus perfiles de conducta más superficiales. Por no hablar de la deliberada ruptura estructural entre los tres primeros y los tres últimos que, lejos de ofrecer una contextualización natural de lo que pudo ocurrir durante el otoño se limita a comprimir en menos tiempo del que puede permitirse la caótica situación resultante sin apenas tomarse la molestia de evocar el SIGNIFICADO de todo aquello.

No ayuda saber que dicha estación contó con un especial teatralizado que sirvió como intermedio pero que en realidad consistió en grabar al reparto improvisando sus papeles a lo largo de 12 horas de forma ininterrumpida. Me cuesta imaginar que semejante iniciativa arroje algo de luz sobre el notable vacío argumental que (nos) consta en el núcleo de la serie.