Y ahí está,
la película dedicada al gran gurú de nuestra época; al héroe que, muy desinteresadamente, cambió la vida -a mejor, se entiende- del mundo entero. Perdón, papeles equivocados... resulta que el retrato robot ahora facilitado no se corresponde con nadie actualmente vivo, de modo que al final nos tendremos que conformar con la persona que inventó (mejor dicho, que supo vender) un dispositivo para escuchar música y un teléfono móvil. No está nada mal para un genio... del marketing. Punto. El hecho de que el mundo pareciera que fuera a colapsarse con la muerte de Steve Jobs fue, en efecto, un apocalíptico indicativo de la falta de luces en una sociedad que no tuvo a nadie mejor que ensalzar que a un tirano en forma de moderno hombre negocios que hacía sus presentaciones en pantalones vaqueros. Vaya. El caso es que el planeta lloró, y mucho, la muerte de uno de sus más queridos líderes... del mismo modo, el público de Sundance (donde se presentó en sociedad la película que ahora nos concierne) esperaba como agua de mayo, y con el pañuelo de la nostalgia en la mano, la presentación de la película dedicada a su vida y obra.
La verdad es que no puede colocarse a 'jOBS' en la carpeta de grandes decepciones de aquella maravillosa edición del festival de Robert Redford, porque a poco que se mantuviera la cabeza mínimamente fría respecto al susodicho personaje (es decir, si el receptor sabía distinguir al simple hombre del dios que nos obligaron a comprar),
era de esperar que del material de base difícilmente pudiera salir algo salvable... mucho menos si este ''algo'' decide tomarse tan delirantemente en serio a sí mismo. Pero ni con estas, se sigue prefiriendo la versión de ''el hombre que cambió el mundo'', y claro, no hay más que ver lo agradecido que estuvo ''el mundo''. Al final de la presentación oficial de 'jOBS', en el Eccles Theatre (la joya de la corona del festival), se escuchó una sonora ovación. Los hubo incluso que se levantaron, para que de algún modo, sus aplausos se oyeran más que los de la persona de al lado.
La aclamación no fue para la película, sino para la
confirmación del nacimiento de una nueva religión (si hay una dedicada a, por ejemplo, Diego Armando Maradona, ¿por qué diablos el sanutrrón Jobs no podría tener la suya?). Al fin y al cabo, el
fanatismo es lo único que explica tanto la reacción del público ante tal bazofia, como el enfoque que usa el endeble director Joshua Michael Stern (a sus correctos pero híper-manipuladores, por sensibleros, filmes anteriores nos remitimos) para hablarnos del que sin duda alguna es su ídolo. Esto sí, por mucha devoción que se mostrara durante la proyección, la primera y muy indicativa de la charla a posteriori con el máximo responsable de la cinta fue ''¿Dónde está Ashton?'' (AKA ''Me importa un comino todo... ¿dónde está el tío bueno?''). Lo dicho, muy revelador.
A lo largo de dos horas de metraje -que parecen cuatro, o más-, 'jOBS' va sacándole la piel a la sagrada manzana, más concretamente, a su profético creador,
deteniéndose brevemente en las sombras para alargarse descaradamente en unas virtudes que a sus ojos se dirían homéricas, pero que en realidad son poco más que las conquistas de un visionario -admitámoslo- de las vendas (''Que el mercado no te diga lo que quiere... dile 44 tú al mercado lo que quiere.'' Éste y no otro es el auténtico legado). Mientras se echa en falta más rigor en la historia empresarial del gigante empresarial (en este sentido, la película se ve superada hasta por la olvidable pero correcta 'Piratas de Silicon Valley')
Ashton Kutcher se adueña del espectáculo, confundiendo la caracterización con la imitación (en los peores tramos, con la caricaturización) y paseándose con paso torpón -lo mismo que Stern- por este intolerablemente divinizado biopic,
insufrible y autocomplaciente prueba de que la falta de grandes hombres / mujeres de nuestros tiempos ha llevado a los escritores / diseñadores de libros de autoayuda a apoderarse de nuestras vidas. Muy triste... muy gris.
Nota:
3 / 10
por Víctor Esquirol Molinas