''Adelante, le escuchamos'', dice la voz detrás del foco. El candidato se materializa sobre los tablones del escenario, y lo hace en forma de cascada humana. El tipo es todo sudor; todo nervios. Ya se sabe,
la inseguridad del debutante cuesta mucho de maquillar. Es imposible, de hecho. Se entiende, pues quien le observa es uno de los hombres más admirados de su generación. El juez, por así llamarlo, pertenece a esa clase de gente ante la cual, uno se la juega. Hay que causarle buena impresión, sea como sea, porque de ser así, los sueños se hacen realidad.
Toca demostrar que las lecciones están bien aprendidas. Ya sea a base de la solidez de la comprensión, o tirando de aquel soporte tan quebradizo al que llamamos memoria. En esto último confía, en estos precisos momentos, el joven cegado por las luces del teatro. Y de recuerdos más o menos implantados decide tirar, pues, ya que de algo tienen que servirle todas esas horas frente al espejo, repitiendo, cual loro enjaulado, las grandes sentencias que fundamentan el dogma hacia el que tanta devoción profesa. De modo que respira, hace unos estiramientos la mar de patéticos, y empieza a vomitarlo todo.
''Pues sí, verá...'', empieza. ''Todo sucede, principalmente, en un bloque de apartamentos típico de la clase media-baja.'' Silencio. ''...
Ahí encontramos lo de siempre'', aclaración que se convierte en la antesala de una risa nerviosa que de nuevo, despierta cierta pena. ''Pues eso, que hay apartamentos desocupados desde hace tiempo, los hay que están a punto de serlo... y hay uno, en concreto, que resulta la mar de interesante.'' Pausa dramática. ''Le escuchamos'', espeta la voz. ''Sí, sí... Como iba diciendo, en uno de estos apartamentos hay una familia, pero ojo, que no es la típica familia de los cuentos de hadas, eh. Ésta de la que hablo yo, está marcada por la tragedia. Le cuento: la madre murió hará ya un año miedo. Cáncer de pecho. Terrible. Y los miembros supervivientes todavía no han superado la pérdida. Tenemos... tenemos... al padre, que el pobre, va asfixiadísimo por la vida, intentando que el hogar salga a flote. Tenemos también al hermano pequeño, que se lo digo así, es un poco imbécil, pero que por alguna razón, se las ingenia para no caernos tan gordo como indica su grasa corporal.''
''Vaya al grano, por favor'', dice la voz, en un tono que mezcla el calor humano con una paciencia que está a punto de agotarse. ''Sí, sí... desde luego, a esto iba! A la hermana mayor; a la protagonista de la función. Guapísima, créame. Y lista también, eh. Y valiente... muy valiente. Y algo insensata, pero bueno, usted ya me entiende, la chiquilla está en esa edad tan complicada en que... ya sabe... justo está descubriendo la... la... la-la...'', vuelve a sacudirse el ansia con alguna que otra convulsión, ''La sexualidad''. Silencio en la sala interrumpido, eventualmente, por algún grillo. Pasa una planta rodante por uno de los pasillos de la platea. Pasa otra. Y otra. Y otra... Hasta que la voz finalmente se pronuncia.
''Bienvenido a bordo, colega'', dice James Wan a su amigo del alma, Leigh Whannell. Y así, con esta orgía metacinematográfica no-demasiado apetecible, se explica el origen, desarrollo y posterior desenlace de 'Insidious: Capítulo 3'. Y si entendieron de qué trataba -realmente- 'La cabaña en el bosque', entenderán también de qué va todo esto.
Porque sí, aquella genialidad concebida por Joss Whedon y Drew Goddard, tenía razón: La jugada se repite. Por enésima vez. Ad eternum. Y como casi siempre en esto del box office (y especialmente con los proyectos en los que Oren Peli pone su nombre, así como su -poco- dinero), el cómplice necesario del crimen es ese ente todopoderoso conocido como Gran Público. Es decir, que
si hemos llegado al ''Capítulo 3'', es porque en el fondo (y no tanto) nos encanta ver siempre lo mismo. Instalados en la comodidad de esta poltrona llegan dos sospechosos habituales (Whannell & Wan, quienes tradicionalmente han sido las caras de la misma moneda), dispuestos a hacernos saltar de la butaca (hablamos de tópicos, no lo olvidemos) con lo de siempre. A las piezas en el tablero ya mencionadas (e infinitas veces antes utilizadas), se le suma la presencia de otros actores más o menos secundarios que juntos, componen ese familiar retablo, tan eficiente a la hora de provocar contorsiones entre la audiencia, como a la de engrosar las arcas de los peces gordos, que al fin y al cabo, por esto (y sólo por esto) estamos aquí.
Tras el fiasco (mayormente artístico) de 'Annabelle', no es de extrañar que la ''Marca Wan'' buscara a alguien de su confianza para hacerse cargo de una de las franquicias que mejores resultados (a todos los niveles) le ha dado, y que por tanto, más cariño es capaz de invocar. La saga 'Insidious' completa la trilogía como lo han hecho muchos otros antes: saltando (hacia atrás) en el tiempo, para contarnos así los orígenes de algunos de sus personajes / frentes argumentales más icónicos. El punto de partida que ofrece en este caso
la excusa de la ''precuela'' es, ya de por sí, un campamento base lo suficientemente sólido (aunque no demasiado) a partir del cual seguir suspirando por ese terror de antaño que tanto gusta a los progenitores. Hablamos de una estética, unas temáticas y unos (mono)tonos clásicos, orquestados por unas formas supuestamente modernas, pero a la práctica rancias. Por supuesto,
buena parte del terror vendido se apoya en la omnipresente amenaza de la subida abusiva de volumen, combinada con conceptos visuales desagradables, inquietantes, incómodos, asquerosos, violentos...
La gracia está en ver cuantas paradinhas pueden hacerse antes de chutar el penalty, sin que, obviamente, se descubran demasiado las intenciones. El problema (para 'Insidious 3'; para todo lo que ha venido después de 2013) es que el propio James Wan ya perfeccionó este arte en la excelente 'Expediente Warren'. A los demás, de momento, se les ve el plumero. Más aún si muestran tanto
empeño por no salirse de la rutina. Será por vagancia o por miedo a salirse del camino marcado, pero lo que más evidencía la ópera prima de Leigh Whannell es la autoconvencidísima posición de inferioridad (ante el encargo, se entiende) por parte del director.
Al debutante ni se le pasa por la cabeza el crimen de interpretar. Se limita a recitar una líneas antes recitadas. Más que admiración hacia el maestro, se intuye una subyugación (abusiva, claro) hacia un manual que, por lo visto, no admite discusiones. No puede recurrirse al exonerante del cuerpo homogéneo de la saga, menos aún, cuando la cara dura del continuismo (entendido como derivado directo de la ley del mínimo esfuerzo) es tan visible como los espectros que, cómo no, amenazan con destruir las, al fin y al cabo, más inamovibles dinámicas familiares.
Así las cosas, lo único que cambia en la propuesta (aparte de una serie de autoguiños que básicamente son fruto de la acumulación de metraje) es el número en la coletilla del título.
Bien para los fans más conformistas; mal para los insensatos que se creen con derecho a pedir algo más. Y ni una cosa ni la otra (si es que juzgar debemos) para una fórmula que en su flagrante falta de fe en el demonio del desgaste, tiene, qué cosas, buena parte de su encanto. Casi lo mismo que con Dermont Mulroney, quien está llevando esto de la vejez de manera triste, intrascendente y, a pesar de todo, entrañable... Ni caso, pues es en esta tan conocida manera para transitar entre el mundo de los vivos y el de los muertos, para aprovechar la oscuridad más absoluta, para hacer que de ella salgan las criaturas más espantosas (en definitiva, para seguir sacando petroleo de esa concepción del terror tan desacomplejadamente feriante) que la serie sigue reivindicando su -innegable- encanto. Nos montamos, una vez más, en ese tren de la bruja tan cómico en la compañía de la sala de cine... y matador en la posterior soledad del hogar. Mientras, la maquinaria no se ha movido ni un solo centímetro. Sigue hurgando en el mismo pozo... ¿hasta que se quede seco?
Nota:
5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol