La planificación es la clave del éxito. Vivir el día a día es una filosofía de vida igualmente válida, pero a la larga hace que uno se acabe estampando con el primer obstáculo mínimamente difícil de esquivar. Hay que tener siempre en cuenta el futuro para así prepararse para lo que se nos viene encima, para estudiar con la suficiente antelación a nuestro enemigo y para conservar las energías suficientes para afrontar los retos con un mínimo de garantías. Quien alguna vez en su vida haya sido asiduo en cualquier festival de cine sabrá que toda planificación (aquí entra la distribución de horas destinadas a las películas que queremos ver, a cubrir las necesidades más esenciales, a dormir...) no puede ir más allá de los tres primeros días de certamen. Porqué siempre hay cambios de última hora, porqué siempre hay una sesión a la que no se puede entrar y, por consiguiente, tienen que rehacerse todos los horarios... y porqué, no nos engañemos, somos unos vagos.
No ayuda demasiado a la causa el que los programadores se duerman en los laureles y copien nuestro modus operandi. Esto es, focalizar toda la atención en las tres o cuatro grandes presas que tenemos entre ceja y ceja y dejar que la inercia y nos lleve a los demás objetivos secundarios... en las condiciones que la divina providencia provea, vaya usted a saber cuáles serán... En la 64ª edición del Festival de Cine de Cannes a muchos se nos vio el plumero. Tanto a los huéspedes como los anfitriones... tanto unos como otros evidenciamos nuestra total ineptitud a la hora de sentarnos delante de un calendario y saber rellenarlo con un mínimo de cordura / criterio / sentido de la eficiencia. Seguramente el momento en el que todo esto se vio más claro fue durante la proyección de la película que ahora nos concierne: 'Érase una vez en Anatolia'.
Todos los honores y facilidades -faltaría más- para ver lo nuevo de Terrence Malick... y lo nuevo de Pedro Almodóvar... y lo nuevo de Lars Von Trier... incluso para lo nuevo de Aki Kaurismäki. Con los demás, que cada uno se lo monte como mejor pueda. Así las cosas, al bueno de Nuri Bilge Ceylan le tocó entrar en escena el penúltimo día de competición, cuando las energías estaban a punto de agotarse y las máquinas de café echaban humo. En sesión nocturna, para ponerlo todavía más difícil. Ciertamente no era el mejor escenario para presentar una película de casi tres horas de duración en la que la acción, como era de esperar, brilla por su ausencia... los ronquidos oídos durante la proyección (que entraron en épica disputa decibélica contra los diálogos y, por supuesto, los silencios del film) así lo atestiguaron. La pregunta de ''¿Y si 'Érase una vez en Anatolia' hubiese sido presentada durante los primeros compases del festival?'' queda como lo que es, una peligrosa incitación a la ficción... lo cual no quita que la respuesta más segura probablemente se habría traducido en un mayor apoyo por parte de una crítica experta en, tal y como quedó demostrado, no racionarse demasiado bien. Por suerte, y por cierto, De Niro y compañía aguantaron mejor el reto, otorgando a la propuesta un merecidísimo Gran Premio del Jurado.
Para expertos en la dura pero a la postre muy agradecida materia de la belleza formal, el Sr. Nuri Bilge Ceylan, quien ya ganara otro Gran Premio del Jurado, así como el otorgado a la Mejor Dirección en Cannes en los años 2002 y 2008 respectivamente. Se trata de uno de esos autores arthouse, cuyo hábitat natural se encuentra en citas cinéfilas como la que nos ocupaba aquellos días. Aquellos eventos en los que muchas veces se aprecian determinadas propuestas por el "simple" hecho de alejarse de las tendencias generales. El turco Ceylan encarna a la perfección este espíritu. Es quizás por esto, y porque su última película, 'Érase una vez en Anatolia' nos mantendría sentados en la butaca durante más de dos horas y media, que las caras de buena parte de los asistentes a la sesión de media tarde a la Sala Debussy eran más bien... largas, claro.
Pero resulta que finalmente, y por increíble que parezca, los ciento sesenta minutos de metraje pasaron, al menos para los que aguantamos despiertos, mucho más rápido de lo esperado, gracias a un cineasta en estado de gracia tanto a la hora de escribir, como de dirigir. La historia empieza con tres coches circulando por una carretera en plena noche. De uno de ellos baja un hombre esposado y unos policías que buscan lo que parece ser la escena de un crimen. No hay suerte, y la caravana se ve obligada a retomar la marcha. Y así hasta que salga el Sol. "Puede usted contarlo como si se tratara de un cuento de hadas", comenta un personaje a otro al principio de la aventura... y precisamente de esto va la película: Unos policías buscan un cadáver. O dicho de otra manera: Érase una vez en Anatolia, un grupo de hombres que surcó las llanuras turcas amparados por el misterio de la oscuridad, y con la mente puesta en la resolución de un terrible crimen. Es lo mismo... o no.
Así, se construye un clarividente discurso sobre la dicotomía entre la fantasía y el escepticismo (que tiene su cumbre en la cada vez más enigmática historia de una mujer que predice la fecha exacta de su propia muerte), en el que el espectador, siempre según lo abierto que esté a lo planteado por Ceylan, se decantará por una opción u otra. Cine de calidad, en el que se deja libertad a la audiencia para que viaje del modo en que más le plazca. Buen cine, el mismo que se crece en la memoria. Gran cine, como en el que en la multiplicidad de lecturas no se da estricta preferencia a ninguna de ellas. Donde ya habrá más unanimidad es a la hora de reconocer la capacidad del otomano a la hora de captar imágenes de todo tipo -importante- que se quedan grabadas en la retina... ya sea un tren atravesando la negra noche, o una roca con forma humana iluminada fugazmente por un relámpago, o el perfil de un doctor que poco a poco, va digiriendo lo que acaba de vivir... Solo posible en Anatolia; solo posible de la mano de Ceylan, ese extraño mago que, poco a poco, y de manera muy planificada, nos somete a su embrujo.
Nota:
7 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas