En un festival como el de Sitges te puedes encontrar de todo, tanto bueno como malo... aunque siendo realistas posiblemente lo que más te encuentres es de ese tipo de cine más allá del bien y del mal tan férreamente para devotos que le puede sentar, puede, como una ostia consagrada en sus partes más sagradas al incauto ateo de turno. Lo bueno, por suerte para los hombres y mujeres de buena voluntad y aún mejor humor, es que la idea que sustenta todo el castillo de naipes que viene a ser cualquier certamen especializado se resume en tratar de pasarlo bien, reitero, ya sea lo que sea lo que se cruce por delante de nuestros ojos... Pasarlo bien... de eso se trata, repetimos, y aunque en ocasiones sea difícil poner buena cara al mal tiempo, aunque en ocasiones obras que se hacen llamar películas, con dos cojones, nos hagan dudar de si no sería mejor abrirnos la tapa de los sesos y darnos un festín con lo que ahí arriba podamos encontrar. En resumen, obras como este 'callejón' (sin salida). Se podría entender en un ejercicio de bondad digno de alguien como la Madre Teresa de Calcuta que el debut en la realización del en otros tiempos crítico de cine Antonio Trashorras es una producción tan compulsiva en su obsesión genérica que sublima el concepto del que se vale hasta sus consecuencias más enfermizas, una especie de valiente y desprejuiciado ejercicio de estilo al borde de toda convicción cinéfila que retoza a gusto en el absurdo más banal e intrascendente; casi casi, puestos a exagerar hasta resultar prácticamente insultante, como si de una pieza de orfebrería de alta gama diseñada para su disfrute sólo en entornos de incondicionalismo casi místico (incluso aunque la protagonista no se quite la ropa... del todo).
Pero más que ponerle buena cara al mal tiempo eso sería reírse en la cara de la mismísima muerte. Se podría como por poder se puede, todo sea esgrimir una serie de palabras de forma mínimamente convincente y apretar el culo, si bien no dejaría de ser como agarrarse a un clavo ardiendo en el cual no dejaría colgado ni al más estúpido de mis rivales, si acaso sólo a los amigos de mis amigos siempre y cuando estuvieran en presencia de mis amigos. Un pequeñísimo margen de duda que pueda existir, siempre, la voluntariedad de un resultado que de tan inasumible no pueda ser concebido como el fruto de un despropósito en el que no haya mediado algún tipo de premeditación. Dicho en plata, brille o no brille, aquello que se hace llamar 'El callejón' es un mojón de unas proporciones bíblicas tan hermosas que uno, sospecha, intuye o deduce, que se debe de tratar de algún tipo de ingenio que por razones más que obvias aunque incomprensibles se le escapa a su formación como persona, en general, y como cinéfilo, en particular.
Un filme incomprendido, ¿tal vez? ¿Puede ser que bajo la apariencia de un despropósito descomunal pueda existir una joya del séptimo arte sólo apta para espectadores con un sexto sentido... especial? 'El callejón' no es que sea mala, es que según crece en mi recuerdo lo es a un nivel tan atroz que ni aún haciéndola mal aposta, ni aún siendo una broma auspiciada por Eli Roth, uno se imagina capaz de alcanzar tal resultado... tal vez si acaso, sólo Dario Argento, quien un año después demostró sin embargo que se puede caer más bajo, porque siempre se puede tener la sensación de caer más bajo. Lo cierto es que aquella herida aún no cicatrizada que según mi hemeroteca personal data del 15 de octubre de 2011 no ha dejado de crecer desde entonces, más cuando mi apuesta por ella contra viento y marea me obligó a desechar el visionado de 'Lobos de Arga' creyendo que tan sólo dos semanas después esta se estrenaría... en lo que luego fueron ocho meses. Blanco y en botella, mala y encima cabreado, todavía peor. Puede que el tiempo lo cure todo, si bien prefiero quedarme con el recuerdo de haber pisado la mierda en vez de volver a correr el riesgo de pisarla de nuevo. Allá ustedes, puede que tengan los mismos dos cojones de Trashorras que yo no encontré a mano aquel día...
Nota:
1.5
por Juan Pairet Iglesias
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