La sala de prensa. Oh, una de esas salas en las que uno presupone que las cosas son de una manera cuando tan sólo lo son a veces. Cuando no es una cosa es la otra: en este mismo instante, un periodista español proporcionando un hilo musical a través de una conversación telefónica suponemos que muy, muy poco privada (aunque jugosa para la competencia). Y da igual que sea español, que a poco que uno se tire un par de horas descubrirá que ni los unos son tanto ni los otros son menos, que para tocar los huevos no hace falta ser de un país en particular.

Por ahí, libremente. Y quítese usted que paso yo o por las buenas o por las mejores: Radu Jude llega a Locarno como lo hizo el año pasado a Gijón, presentando una de las películas más interesantes. Probablemente, y a falta de algo mejor. En aquel entonces fue 'Aferim!', ahora es 'Inimi cicatrizate (Scarred Hearts)', libre adaptación de una novela de Max Blecher en la que este, inspirándose en su propia vida, relata las vivencias de un veinteañero que padece tuberculosis ósea después de que este, en 1937, ingrese en un sanatorio en la costa del mar Negro donde pasará sus días cubierto de una escayola y tumbado en una camilla.

Filmada en 35 mm y un aspect ratio de 1.37:1, y compuesta en su mayoría de planos fijos muy concisos separados por intertítulos, Jude ratifica su madurez como autor con esta obra muy diferente a todo lo que había hecho anteriormente, pero igual de elocuente e incisiva en esa complejidad oculta dentro de un pragmatismo que provoca que sus imágenes se degusten como un azucarillo... envenenado: Jude permite que la narración no permanezca inflexible sobre lo que sucede en el mundo previo a la II Guerra Mundial, permitiendo así que la historia de Emanuel adquiera una dimensión de la que, sólo al final (y tras algún que otro minuto de más), somos verdaderamente conscientes.

Algo parecido intenta Joao Pedro Rodrigues con 'O Ornitólogo', curiosísimo "survival" cocinado a fuego lento que durante buena parte del trayecto resulta de lo más enigmático, captando toda nuestra atención merced a lo esquivo de su propuesta. Más o menos, hasta que su "tagline" se materializa -As coisas acontecem, basta acreditar: Las cosas suceden, sólo cree-. Fernando, el solitario ornitólogo en busca de iluminación que de explicación a una serie de sucesos ¿que simplemente pasan? ¿o que simplemente pasan por una razón?

¿O que simplemente pasan por una razón concreta (el público a un lado)? Como suele pasar tan a menudo en las cuestiones de fe, proporcionar una respuesta al público -no necesariamente coherente- exime a este de tomar una decisión; esto es, condena al beneficio de la duda al ostracismo e inhabilita, como es el caso, una reflexión que ya queda claramente condicionada. O peor, posicionada en un dualidad a favor/en contra que atenta contra la propia reflexión -como vamos comprobando en España elección tras elección de un Sr. Presidente que ni es señor ni es presidente-.

Un recorrido diametralmente opuesto presenta 'El auge del humano', de Eduardo Williams y que adquiere su verdadero fundamento al final tras en este caso sí una acertada puntilla. "Todo está conectado" rezaba el cartel de 'El atlas de las nubes' de las ahora hermanas Wachowski. De Argentina a Mozambique pasando por Filipinas (y unas hormigas). Una óptica de claro aspecto amateur sigue en su deambular a varios jóvenes bastante humildes que van abriendo sus mirada hacia un mundo que antes no percibían...

La clave está, como no, en esa enfermedad latente en todos nosotros que depende de la conexión a internet para ser más o menos grave (como bien sabemos por aquí, en Locarno). Como tantas otras, Williams desarrolla su alegoría bajo la dictadura de una cotidianidad en la que los extras miran a cámara sin disimulo alguno... una auténtica prueba de fe -bastante molesta- que trae consigo la compensación de un final que justicia, en cierto sentido, la reiteración que supone el uso de la falta de artificio como un artificio (involuntario).

También empieza como un artificio el 'Afterlov' de Stergios Paschos, una producción que no tiene ni una sola escena que no deje claro lo rematadamente griega que es. No obstante Paschos promete una cosa y ofrece otra no tan distinta, pero si claramente diferente y que nos pilla con la guardia bajada. Una casa y dos personajes interpretados por Haris Fragoulis e Iro Bezou, una pareja recientemente separada cuyo pasado, presente y futuro se alterna constantemente para descolocar al público de manera harto pasional, de manera harto arrebatadora.

Crear una expectativa y romperla a cada paso, combinando el uso intensivo del montaje con el uso intensivo de los dos actores. La cinta descoloca y enamora a partes iguales, jugando continuamente con una zona de comfort que rompe por completo en su clímax, una soberbia y desenfrenada toma de unos diez minutos que se erige, por derecho propio, en una de las cimas de esta edición de Locarno. El caos una relación de pareja dónde recuerdos, caprichos, pasión o sentimientos tergiversan la percepción hecha película, hecha una rabiosa y a la vez irresistible película.

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex