'Rifkin's Festival: Un romance equivocado, en el lugar adecuado' - Hacer por hacer
Voy a escribir esta crítica de la misma manera que presupongo y doy por hecho que Woody Allen escribió 'Rifkin's Festival': En punto muerto. Y así también, presupongo y doy por hecho, la rodó y montó. De fondo la ciudad de San Sebastián y su Festival de Cine, ese que tanto ha echado de menos un servidor este año.
Poco más que eso, una especie de pobre sucedáneo de lo que venía siendo para mí una costumbre anual desde hace cinco o seis años, no recuerdo. El caramelo que te dan después de haberte partido la cara. 'Rifkin's Festival' es un caramelo, y lo disfrutas como si fuera lo que es, un caramelo del montón. Uno más, que que más da.
Lo sé, es un cliché: Allen se empeña en rodar año tras año una película, en una rutina que dificulta que volvamos a ver una obra a la altura de aquellas por las que le recordaremos; esto es, seamos sinceros, la mayoría pertenecientes al siglo pasado. Desde luego que 'Rifkin's Festival' sólo la recordarán donde la rodaron. O ni eso.
'Toma el dinero y corre' viene como anillo al dedo, porque eso parece 'Rifkin's Festival'... aunque no haya porque pensar mal, no al menos de esa manera. No es más que la obra de alguien que lo dicho al principio, trabaja "en punto muerto". Por inercia, por rutina. Por costumbre, por nombre. Para hacer tiempo. Porque puede.
O lo que algunos llamarían un Woody Allen menor. Muy, muy menor. Chiquitito. La obra de un cineasta -que algo siempre queda- viviendo de las rentas, plenamente acomodado y sin intención alguna por salirse un ápice de su zona de confort. De arriesgarse lo más mínimo, de intentar superarse a sí mismo. Hacer... por hacer.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex