'Midsommar: El terror no espera la noche' - Demasiado viejo para morir joven
Llevo una semana pensando qué escribir sobre 'Midsommar'. Una semana durante la que no he escrito ni una sola palabra. Es una de esas ocasiones en las que me resulta "raro" hablar de una película. Una de esas ocasiones. Una de esas ocasiones en las que además dudas que las palabras puedan hacer justicia. Que tus palabras puedan hacer justicia. Una de esas ocasiones en las que te da miedo escribir, porque te da miedo no estar a la altura.
Y bueno, claro, porque es una de esas ocasiones en las que una imagen vale más que mil palabras.
Hay algo que sí tenía claro, y es que no podía dejar pasar la oportunidad de mencionar 'Demasiado viejo para morir joven'. Ambas, película y serie, serie y película, comparten una obsesión por la quietud y la parsimonia casi enfermizas. Y ambas son el tipo de producción que se meten por debajo de la piel. Esa quietud, esa parsimonia, esa pasión por la dilatación contemplativa son precisamente la aguja que nos las introducen, pacientemente, bajo la piel.
Pacientemente, a los que aún saben tomarse la vida con calma y sosiego, sosiego y calma John Spartan.
Como si fuera una sorpresa viniendo "del director de 'Hereditary', película de la que tanto difiere a la vez que hay tanto que las une. Vaya por delante que 'Midsommar' es más accesible, más plural, y más predecible en sus movimientos. Al igual que en la citada serie de NWR el quid no está en su argumento, lo está en el constante pero suave masaje que aplican sobre el mismo sus responsables. Minuto a minuto, fotograma a fotograma. Pacientemente, sin descanso.
Hay un concepto que para mí, representa lo más estimulante que puede ofrecer esa luz en mitad de la oscuridad que es una sala de cine: El concepto de estar horas y horas frente a una pared sin inmutarse, cuál niño que descubre por primera vez la televisión. Atrapado por el destello, como Caroline frente a los del otro lado. "Ya están aquí", y aquí estaremos hasta que dejen de estarlo. Ya sean dos, tres o cuatro horas. Pacientemente, sin descanso.
Cómo no, 'Midsommar' es una de esas películas que más que contar una historia, proyectan un estado mental cercano a la abstracción espiritual. Flotarás, pero no a la manera de Pennywise. Flotarás, si entras por supuesto en una dinámica que exige paciencia. Paciencia, que no un esfuerzo, que no un sacrificio. Paciencia, tranquilidad. Estar a lo que estamos, centrados. Dejar que sean los detalles los que hagan el mundo, los que marquen el rumbo.
Ari Aster sabe lo que se hace, y a dónde va. Con la cámara, con los actores. Y sobre todo, sabe que una película no es un sinopsis. Que no tiene por qué limitarse a ser una historia. El poder de la imagen, de la sugestión. De dar forma en un instante a aquellas mil palabras, y de acallar al siguiente momento otras mil palabras. En suma, de transmitir. 'Midsommar' no es un cuento aunque lo parezca, tampoco una pesadilla aunque así se muestre a plena luz.
'Midsommar' es de esas películas que no parecen una suma de fotogramas, sino una colección de cuadros.
Podría resumir 'Midsommar' en cuatro frases. Y desde luego, no eran necesarias dos horas y media para contarnos esta historia. Sin embargo ver a Florence Pugh deambular por Hårga durante esas dos horas y medias que tanto exprimen cuatro frases mal contadas resulta hipnótico. Estimulante. Adictivo. Inquietante. Molesto. Agotador. Intrigante. Tentador. Divertido. Liberador. Frustrante. Contagioso. Desconcertante. Todo ello intentando entrar por la puerta a la vez.
Como las enfermedades del señor Burns. Deseando ver su versión extendida (con al menos 30 minutos más de metraje).
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
Florence está OK. Su llanto no me convence muchísimo realmente.
https://www.youtube.com/watch?v=1aFcPFQofSw&list=UUHasHtzb9QOep1ijszEFkXw