'Mi ex es un espía' - No dejes que una película estropeé un chiste
'El espía que me plantó' transmite la misma sensación de película a medio hacer que transmiten buena parte de las comedias norteamericanas de los últimos 25 años. A ver si nos entendemos: Es como si nos pusiéramos a hacer una tortilla de patatas con un vaga idea de cómo se hace y luego, con o sin las prisas, sirviéramos en la mesa un revuelto de patata, cebolla y huevo.
¿Acaso está malo el revuelto de patata, cebolla y huevo? No tiene por qué, no al menos por definición. Pero no es una tortilla de patatas. Y tampoco el plato que uno quiere que le pongan sobre la mesa cuando paga por una tortilla de patatas. Cuando estamos en nuestra casa puede valer, como por valer, puede valer cualquier cosa. Pero cuando no estamos en casa, la cosa cambia.
Lo cierto es que 'El espía que me plantó' empieza bien, y durante sus primeros 35/45 minutos incluso sorprende lo bien rodada que está la acción. Durante ese tramo parece que, verdaderamente, se trata de una película. De algo parecido y a la altura de por ejemplo los 'Espías' de Paul Feig. Algo elegante, y además, también divertido. Hasta que llega la hora de darle la vuelta a la tortilla...
... y como suele ocurrir, lo que hasta ese momento parecía una película se transforma en una vaga apariencia. Y lo que hasta ese momento iba para tortilla acaba convertido en un revuelto. La elegancia, la gracia, el sentido común. Todo desaparece, y 'El espía que me plantó' revela su auténtica cara: La de buena parte de las comedias norteamericanas de los últimos 25 años.
Para hacer una tortilla de patatas no basta con echar patata, cebolla y huevo en una sartén. Un monólogo de 12 minutos no exige el mismo trabajo que uno de 120 minutos. No es lo mismo un programa de sketches a lo Saturday Day Night que una serie de televisión como 'Seinfeld', del mismo modo que 'Seinfeld' no es una película como se presupone que lo es 'El espía que me plantó'.
El problema con 'El espía que me plantó' es que se trata de un sándwich de chorizo de una máquina expendedora que se hace pasar por el plato principal de un restaurante de comida casera. O algo que se le parezca. Cuando estamos en nuestra casa puede valer, como por valer, puede valer cualquier cosa. Pero cuando salimos de casa y pagamos por ello, la cosa cambia. Bastante.
Máxime cuando lo que más que un trabajo, parecen unas vacaciones. O porque lo llaman humor cuando quieren echarle un poco de cara, y además, cobrar por ello.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex