'La monja' - Muchos sustos, y poco ruido
Básicamente, Corin Hardy vuelve a repetir la jugada de 'The Hallow' cambiando el folclore irlandés por el folclore del universo de 'Expediente Warren'. O más bien, lo intenta aunque el resultado no esté tan logrado, ni como lo estuvo en la mencionada película -que tampoco es que fuera decir mucho- ni como lo ha estado en las anteriores películas que forman, esta, la última gran franquicia del cine de terror apadrinada por James Wan.
Se entiende "su fichaje", aunque "no se entiende" del todo su fichaje. Me explico. Hardy llamo la atención de Hollywood a través de lo que también destaca en 'La monja', su lograda ambientación y un diseño de producción tan económico como muy resultón. Pero al mismo tiempo, le han puesto al frente de una producción cuyo guión, repleto de lugares comunes de corto alcance, prácticamente penaliza estos aspectos, supeditados en gran medida a aquello en lo que Hardy se mostró, y se ha vuelto a mostrar más torpe... esto es, en "esos sustos" sobre los que acaba fundamentándose buena parte del llamado "cine de terror" comercial.
Es un titular evidente, recurrente y facilón pero no por ello menos acertado: Muchos sustos, y poco ruido. "El capítulo más terrorífico" para quién esto suscribe, que ha disfrutado los cuatro títulos anteriores del universo de los Warren, es también "el capítulo más pobre" por cuanto le falta mayor fundamento que no sea el susto (gratuito) más desafortunado que afortunado; especialmente, a la hora de dar vida a un personaje, a una imagen, a un póster, a un concepto terroríficamente estupendo.
Y es que 'La monja' titular de la película queda a merced de una barraca de feria, sin mayor dimensión que la de unos ojos que brillan en la oscuridad como los del 'Depredador'. Errática, dispersa, gratuita, caprichosa, facilona... y poco imaginativa salvo en tres o cuatro momentos -conceptualmente muy poderosos- en lo que sería una película "de terror" del montón de no estar licenciada por una franquicia de tan buena presencia. No aburre, tampoco sorprende, y 90 minutos después uno se plantea si al igual que con el Space Jockey, no hubiera sido mejor dejar que fuera nuestra imaginación la que nos hubiera contado qué había detrás del cuadro...
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex