No me voy a complicar más que los responsables de este nuevo eco de la icónica película de 1996: La sexta entrega de 'Scream' es tan buena como la quinta. A la franquicia el cambio de ciudad no le ha sentado ni bien ni mal: Fuera de Woodsboro las cosas viene a ser más de lo mismo, con Nueva York convertido en un mate como otro cualquiera que asoma de vez en cuando por la ventana.

Salvo en el Metro, la excepción a la norma.

La teoría parece clara y obvia: Si te gustó, disfrutaste o sobreviviste a la anterior, enhorabuena, probablemente seas en parte culpable de esta, y tal vez te vuelva a gustar, la disfrutes de nuevo o descubras que sufres algún tipo de daño cerebral. Si por el contrario como a un servidor te pareció mala, peor o cualquier otro adjetivo degradante o hiriente, mejor ahórratela. Vivirás más y mejor.

En cualquier caso, ¿qué aporta 'Scream VI'? Un poquitito de sangre para intentar paliar la somnolencia derivada de la ausencia de sentido común, nervio, suspense e incluso de sustos. Sería, de nuevo, un quiero y no puedo de no ser porque, de nuevo, al menos en apariencia, no parece que pudiese ni aunque quisiese intentarlo. Pura y oportunista rutina recaudatoria a costa de los fans.

Las de 'Saw' tienen las trampas, al menos hasta que llegó Chris Rock. ¿'Scream VI' qué tiene, un vagón del metro lleno de Ghostface la víspera del Día de Todos los Santos? Ni aún con un ejército, ya sea en un decorado con vistas a Woodsboro, Nueva York o New Bern. Que van seis. La (auto)exigencia no debería ser una opción. La (auto)exigencia debería ser siempre una condición.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex