71 años, y sigue de marcha

Iniciado por Michael Myers, 11 de Julio de 2015, 06:37:01 PM

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Michael Myers

Rafael Almeida cruza la Puerta del Sol como Indurain bajando el Tourmalet, a toda mecha, pero sin perder la compostura. Muy erguido él. Es la una de la mañana y Arenal es como una calle de Atlanta repleta de zombis en The Walking Dead. Gente sale de aquí y allá casi sin tiempo a reaccionar y él los esquiva como si nada, como el que sortea piedras en un descampado. Rafael aparca su bicicleta GAC plegable, con rueda de medio metro y sin marchas, al lado de un árbol. Le pone el candado, y se dirige tranquilamente a la puerta de la discoteca Joy Eslava, en la que se inicia una cola interminable de veinteañeros. Calculamos 200.

«No creo que haya problemas para entrar directos», dice. La situación sería normal en cualquier otra circunstancia. Estas cosas pasan. Alguien que va en bici a la disco y tiene enchufe en la puerta para saltarse la cola. Sería habitual si Rafael no tuviera 71 años y esta noche, su noche, la más esperada, no fuera la vez número mil que este palentino de hombros anchos acude a la Joy.

«Como es una fecha especial iba a venir Pedro Trapote (el dueño), pero ha tenido que viajar porque tiene muchos negocios en el extranjero», lamenta Rafael, que nació un 20 de agosto de 1944 «a las doce y media de la noche, que claro, es la hora de ir a la discoteca», que estudió para ingeniero, pero no acabó la carrera, que tuvo negocios, una agencia de detectives, una empresa de congelados, otra de transportes blindados, y, cómo no, una sala de fiestas, allá en Palencia. «La monté con un amigo, él compró el material y se quedó con ella», recuerda Rafael, que siempre estaba inventando algo.

«En los años 60 quise patentar la primera discoteca sin humo. Me acuerdo como si fuera ayer, fui a la agencia de patentes y el dueño me dijo que la idea era muy buena, pero que eso correspondía al modo de explotación y no era objeto de patente». Pese a tener una vida intensa, Rafael se acuerda de todo (o la mayoría). Su casa está repleta de cuadernos que hacen de diarios y donde ha apuntado sus vivencias desde el 1 de enero del 59. «No lo apunto todo, sólo lo más destacado; es como un guión y yo desarrollo el argumento con mi memoria», suelta.

Rafael entra en la discoteca y, casi pasa desapercibido, excepto para el personal de la sala, que le da rápidamente su pulsera VIP. «¡Hombre, Rafael, qué bien que hayas venido!», le suelta uno de los responsables de la discoteca mientras le abraza cariñosamente. Le habla con admiración. «Es que es como de la familia, es un tío único». Cada pocos metros, le para alguno de los camareros para saludarle. Parece que trabaja allí.

A Rafael le ha gustado el baile de siempre, iba a fiestas, a discotecas, pero una novia de Santander le animó con el baile rápido. «Yo es que bailo de todo», suelta mientras se arranca a menear el body en la zona VIP. Música funky inunda el recinto. Charla con varias chicas que lucen shorts mínimos. Ellas se ríen. Detrás de él hay un joven negro con brazos de Mr. T -y una cadenaca de oro cuyo peso este redactor seguro que no aguantaría- que le audita de arriba abajo y le suelta una mirada en plan «te respeto, tío».

Su historia con la Joy viene de largo, claro. En los años 90 un amigo, conocido de Trapote, le consiguió una tarjeta de la Joy Eslava. «Llegó en un sobre muy bonito a mi casa de Palencia, y que por cierto tiene el número 1.969, que es el año que se implantó la peseta, y te daría los datos de quién, como... Me hizo una ilusión ir la primera vez... La Joy casi no ha cambiado desde entonces, sigue igual». Rafael se va a la barra y se pide su batido de chocolate como un campeón. A veces tira de Aquarius. Otras veces son los jefes de sala quienes le traen la bebida. «Es algo que no hacen con nadie». Es patrimonio ya de la disco. «El antiguo teatro se construyó en 1870», relata. Su pasión es tal que cuando estuvo cerrada unos meses por un incendio en 1999 él aprovechó para hacer un dossier sobre el recinto. «Se lo di al director y yo me quedé una copia».

En estas 1.000 sesiones le ha pasado de todo: «Hasta en dos ocasiones me ha venido gente a preguntar si soy el señor Eslava». ¿Y has ligado mucho? Responde socarrón: «Hasta en siete ocasiones se me echaron chicas encima... más guapas, bueno, una un poco menos, pero ya puestos...». Rafael es vegetariano, no fuma, vive al lado del Retiro y tiene una capacidad de cálculo prodigiosa -«en el colegio la profesora pensaba que me copiaba; no escribía las operaciones, ponía directamente el resultado»-, y va en bici siempre.

Da igual que llueva, nieve, o la canícula arrase Madrid. Otra de las pasiones de Rafael es arrastrar coches con ella, como el Dos Caballos [ver imagen], que este palentino arrastró en el parking de este periódico. «El récord lo hice en Fuengirola, arrastré uno igual 7,5 kilómetros». ¿Y no ha intentado el Guinness? «Lo hemos intentado, pero es muy caro». Ahora este jubilado forzudo quiere luchar contra el alzehimer y el parkinson a través del baile. «El cerebro reacciona a los sonidos. La Universidad de Washington hizo un estudio con 20 pacientes y todos mejoraron. Yo estoy dispuesto a ayudar a la gente a mejorar», dice Rafael, al que igual ve a medianoche cruzando Sol a toda velocidad. «Mi mejor negocio ha sido la salud; da unos intereses...».


Fuente: El mundo

Una historia de superación. :roto2
Quizá en esos últimos días, el amó la vida con más intensidad que nunca, no sólo su vida, la de cualquiera, mi vida.
Y lo único que quería eran las mismas respuestas que el resto de nosotros: ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Cuánto tiempo me queda?
(Blade Runner)
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