Papeles en el viento

Iniciado por lourdes lulu lou, 08 de Mayo de 2015, 03:49:41 PM

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lourdes lulu lou

Papeles en el viento (2015)


Sinopsis:
Tres amigos (Peretti, Echarri y Rago) deberán hacerse cargo de la hijita de El Mono (Diego Torres). Organizan entonces una estafa impensable en el mundo de la compraventa de jugadores de fútbol.

Crítica:
"¿Qué le dejo yo a mi hija?" Tres fantásticos amigos que la querrán toda su vida, como si fuera su propia hija.
La fuerza de la amistad, en los malos momentos, como motor de arranque y base de un argumento que se mueve entre el dolor presente y el recuerdo de un pasado más halagüeño, la pérdida de ese hermano querido que causa tristeza y añoranza y que es obligación moral y leal hacia la promesa hecha, cuidar de una niña a la que hay que transmitirle la pasión por el fútbol, el amor por los colores del equipo, ese delirio y adrenalina que reúne a los colegas, domingo tras domingo, en una deliciosa rutina de viaje, compra de entradas y disfrute del maravilloso y cálido ambiente de los papeles en el viento, suspendidos en el aire, cuando salen los jugadores al campo y la emoción del espectáculo está por empezar, esa sabiduría de cháchara incesante, conversación intrascendente de quienes son expertos entrenadores del deporte del pie, encubierto, que llena las horas, refuerza los vínculos y es exquisitez de vida por levantarse cada mañana a la espera de ese día.
Legar la herencia entusiasta del patriarca desaparecido a su descendencia y asegurar su bienestar económico -por inversión desacertada del susodicho que se lo juega todo a una carta mal jugada- es el cuerpo de un guión flojo, débil, de buenas intenciones pero escaso que aborda el sentimentalismo y la desesperación de quien engaña, miente, traiciona y hace lo que haga falta por cumplir su palabra y donde, la presencia del deporte rey, es mera excusa y anécdota en la que apenas se incide, ligereza y modestia como adjetivos principales de un equipaje que opta por la suavidad para escapar de lo complicado, simplicidad que no ahoga, sencillez que no asfixia pero, a la vez, impiden profundizar en un relato que pasa por encima de las cosas serias, que relega el tormento a un lado para centrarse en entretener y divertir a la audiencia, habilidad en la que tampoco acierta con consistencia pues sólo ofrece gotas superfluas, pinceladas nimias de un humor, presunta comedia, ausente en la mayoría del trayecto trazado.
Trama que realza el lema "Todos para uno, uno para todos", sin límites, ni disculpas y hasta el final, pase lo que pase, sólo brevemente se disgrega y surgen discrepancias, en el sólido equipo A, para crear una escasa tensión y rebeldía que, prontamente, se resuelve siendo lo que sustenta y mantiene al filme el arte y talento de sus intérpretes -Peretti, Rago y Echarri- , un armonioso trío que con su sincera y cómoda actuación se ganan la atención del público ya que, por mucho que se les aprecie y coja cariño, la levedad es estandarte que define su contenido y sustancia, andadura sin muchos contratiempos ni excesiva motivación, honradez que no eleva, en demasía, su voltaje.
Una comandancia de los miembros de la orquesta que disimula carencias de la obra representada y de quien lleva la batuta en la dirección, sabor medio que no alcanza grandes cuotas pero evita el pasteleo, no solicita gran interés ni gran esmero en su observación y seguida, atención gratuita que se entrega sin peaje, que va y viene sin problemas según alicientes para obtener una media prototipo -están bien, puede verse, gusta sin esfuerzo- que agrada según ocasiones aunque, sin grandes alteraciones ni enormes sentimientos.
Poca estela de ínfima huella para el acostumbrado encanto y delicia que se desprende, en general, al visionar el sugerente cine argentino, neutralidad que no logra caldear pero tampoco hace huir al personal, da para pasar un tiempo agradable de tenue compás y emociones al dente, sin excesiva cocción, agilidad en las formas y simpatía fácil de entregar, carácter moderado de suavidad grata para la importante misión que se ha de llevar a cabo pues ¿hay crimen mayor que tu hijo sea del Racing siendo tú del Independiente?,  ¿desprecio mayor al legado paterno que ser aficionado del Boca y tu prole del River, ser merengue y tu hijo amado colchonero o, pero aún, culé convencido?
¡Un poquito de por favor!, que hay detalles que maltrechan al corazón e imperdonables amores que duelen en el alma.
Hay que asegurar la aficionada herencia no sea que se pierda o mancille al caer en errónea esencia o, el colmo del despropósito, la desgana e inapetencia hagan acto de presencia en un espíritu que ignora y olvida el valor de sus raíces ya que ¿qué opción es más desastre total?, ¿qué no le guste el fútbol o sea del eterno rival?


Nota: 5,5
lou
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reporter

Unos domingos cualesquiera

Los preliminares son los de siempre. Apuras el café antes de entrar en la sala, das tu nombre y el del medio al que representas al encargado de la distribuidora, te metes y ahí te encuentras con el habitual puñado de caras familiares. A algunas de ellas las odias, otras te despiertan poco más que indiferencia y a otras cuantas les tienes un cariño especial. Con éstas últimas te vas, porque ¿cómo vas a renunciar a la buena compañía? Intercambiáis algunos ''Buenas...'' y ''¿Qué tal todo?'' de rigor y os ponéis un poco al día. Por interés sincero y por (re)llenar un poco el siempre incómodo silencio previo a la proyección. Quizás también por aquel tic hobbit de acomodarse en la rutina. Estás haciendo simplemente lo que hay que hacer. El horario y el escenario marcan muy bien (demasiado) la pauta a seguir. Entonces, ¿pa' qué complicarse? Aupa el piloto automático, pues, que es pronto y al cerebro le cuesta lo suyo despejarse... Hasta que se te agota la batería de formalismos, de modo que carraspeas. Una, dos y tres veces. Buscas por enésima vez la postura óptima en la butaca, te pasas la lengua por el paladar en busca de ese último ''paluego'' cafetero y, gracias a Diego, se apagan las luces y se enciende el proyector.

Y justo cuando creías (porque eres así de inocente) que la pantalla te iba a servir de punto de partida para la evasión, te topas con una escena extrañamente familiar. En un coche van tres hombres y una niña. El avance del vehículo es lento a causa del embotellamiento en el que se encuentra. Sin embargo, todo se sucede con una tranquilidad pasmosa. Lo que para el resto de mortales serían las circunstancias ideales para coger una escopeta recortada y pegar tiros a diestro y siniestro, para los personajes que estamos viendo es la excusa ideal para relajarse y disfrutar de uno de esos cálidos (no por la temperatura) y dulces (no por el sabor) momentos en familia. Pues ya está, tenemos a tres amigos de toda la vida en un coche, acompañados por la hija de un cuarto, quien por desgracia hace poco que les ha dejado para siempre. Esto último, no obstante, nos lo han tenido que contar poco después, porque como se ha dicho, en la escena en la que ahora mismo nos encontramos, impera el buen rollo. Nada especial, lo cual, precisamente, hace que el momento tenga su toque de magia. Miradas furtivas entre los pasajeros y a través de las distintas ventanillas, silencios (nada incómodos, éstos) y algún que otro comentario que llena, pero que en cualquier caso rellena. Ahora toca rememorar los viejos tiempos, hacer planes para el futuro más inmediato y, cómo no, hablar de fútbol.


Toca ponerse en la piel del seleccionador de la nacional, debatir sobre formaciones y alineaciones, repasar cánticos, comprobar cómo van las reservas de rollos de papel higiénico para que no falte nada que arrojar al césped y sobre todo, asegurarse, cueste lo que cueste, que la mocosa llevará en su corazoncito los mismos colores que los que siempre ha lucido orgullosa su familia, sin importar si ésta es más o menos adoptiva. Así se presenta (y se desarrolla) 'Papeles en el viento', película, ya en su título, quintaesencialmente argentina, más en el contenido que en unas formas algo convencionales. El director y co-guinista Juan Taratuto adapta la novela homónima de Eduardo Sacheri (autor de 'El secreto de sus ojos'), usando como incentivo inmediato la tan eficiente picaresca albiceleste, y como hilo conductor para el relato el retrato de unos personajes que tienen en la cercanía su principal argumento carismático. El objetivo está clarísimo: buscar la empatía y/o simpatía del espectador. A cualquier precio... pero sin rebajarse ni estafar demasiado. Solo lo justo. Como aquel que va al restaurante y para quedar bien con la señora, pide el segundo vino más barato de la casa.

Las notas agudas de piano acuden siempre raudas a la llamada de la fibra sensible... pero no tanto como el oficio de un reparto en el que sobresale, una vez más, el fetiche y siempre efectivo Diego Peretti. Durante hora y media, comedia y drama se van combinando para formar un todo que tiene en su fórmula final la misma proporción entre satisfacciones y decepciones. El balance general se queda en un neutro tan insulso como, admitámoslo, agradable. Al final, queda claro que la mayor parte de esfuerzos de Taratuto han ido destinados a crear en la sala de proyección esa complicidad del déjà vu buscado del domingo cualquiera, ideal tanto para garantizar aquello del buen rato como, de paso, para que los puntos débiles del producto (el desarrollo excesivamente errático de la trama, el más importante de ellos) no importen tanto. Misión cumplida, básicamente gracias al saber fundir, con esa naturalidad tan icónica (de su autor, pero sobre todo de la comunidad a la que con tanta condescendencia se nos acerca), esos dos valores tan antiguos como infalibles: la familia y el fútbol. Lo mismo que esa reunión tradicional de domingo por la tarde con los colegas, especialmente diseñada para desfogaros colectivamente a costa del deporte rey. Ya sabes lo que esperar de esta quedada porque ya sabes cómo se va a desarrollar. Cómo os vais a saludar, qué vais a pedir para beber, qué tipo de coñas os vais a gastar mutuamente, cómo os vais a despedir... Sabes hasta cuál va a ser el resultado final del encuentro. Menuda estafa, ¿no? Pues no... O sí, pero te da igual, porque venías buscando precisamente esto: la enésima repetición de ese momento en el que tan a gusto te sientes. Así de gris; así de placentero.

Nota: 5 / 10
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