The D Train

Iniciado por lourdes lulu lou, 27 de Septiembre de 2015, 01:04:30 PM

Tema anterior - Siguiente tema

0 Miembros y 1 Visitante están viendo este tema.

lourdes lulu lou

The D Train (2015)


Crítica:
Dan Landsman (Jack Black) es el entusiasta presidente del comité de alumnos de su promoción y también objeto de burla de todos. Para impresionar a sus así llamados "amigos", se compromete a convencer al más famoso de la clase, Oliver Lawless (James Marsden), protagonista de un anuncio a nivel nacional de Banana Boat, para que asista a la reunión y así aumentar el número de asistentes. Dan viaja a Los Ángeles y desencadena una espiral de mentiras que detonan e intoxican por primera vez su monótona vida. A cambio de la precaria amistad de Oliver, Dan sacrifica la relación con su mujer (Kathryn Hahn), su hijo (Russell Posner) y su jefe (Jeffrey Tambor), y se pierde en la obsesión por aprobación y reconocimiento.


Crítica:
"Cuando te mientes a ti mismo, mientes al mundo entero"; hacer algo a lo grande, lograr impactar para ser recordado, ¡por fin triunfar!, sin saber ni darse cuenta de que ya lo estás realizando.
La clave de la película, su atractivo enganche es su protagonista, su honestidad narrativa y su contagioso y ligero ritmo, y no me refiero a Jack Black, también productor de la misma que deja sus acostumbradas bufonadas e interpreta ¡para variar!, si no a ese compañero de colegio o facultad de quien decimos "hubiera hecho cualquier cosa por ser su amigo", idealizada figura, prototipo de la perfección a conseguir que, tras años y una vida recorrida, sigue perpetuo e indemne en ese pedestal de nuestra archivada memoria, protegida de las desilusiones del día a día y a salvo de la decepción de lo que soñaba con ser y acabó siendo.
Hermosa figura de cristal que se rompe y deja de brillar si te acercas demasiado, embelesada estatua de hielo que se derrite al establecer contacto, al hacerlo humano e intentar obtener algo de calor y afecto del mismo pues "no significó nada para mi" es su emblema de vivencia para lucir una existencia, increíble y molona, ¡a tope! hasta que se quita las gafas, se sincera y muestra sus cartas, sus fracasos y penas y comienzas a ver al hombre perdedor, estrellado -que no estrella-, y empiezas a apreciar lo que tanto esfuerzo te ha llevado y tan poco has valorado, tú y todos aquellos que rodean y aman a tan importante persona.
Es divertida y alocada, esa parte funciona bien, armónica pareja la formada por el guapo de la clase y su compinche inesperado de juerga que amenizan con placer, credibilidad y osadía la aventura ocurrida en L.A.; sigue el plan previsto de entretenimiento y curiosidad tras su desembarco en pequeña ciudad de inolvidable cuadro de antaño, esa postal de añoranza de tiempos pasados donde todo se recuerda con sonrisas y abrazos, la función esquizofrénica de quien era el amigo exclusivo del rey/ahora olvidado y relegado a uno más conserva el apetito mantenido durante todo el recorrido de la cinta -lástima que no incurriera más a lo "Carrie" y únicamente insinuara la presencia de su espíritu-; el sermón final, de piedra filosofal descubierta tras tropezar y caerse en ella, malogra parte de la buena sintonía establecida hasta el entonces.
Porque el discurso de Oprah Winfrey "agradezcan lo que tienen y tendrán aún más; si se concentran en lo que no tienen, jamás en la vida tendrán suficiente" de remate espiritual, que abre los ojos y sanea el alma, empobrece el ameno apetito del argumento mantenido hasta entonces -amén del personaje del hijo, que flaquea por todos lados- pues, en un principio, tenemos un guión difícil de clasificar ya que vende comedia, drama, humor negro y vergüenzas propias, todo envuelto en candidatos tópicos de cliché estudiado pero que se comportan con alevosía e intrepidez y, exhiben un atrevimiento inusual para este tipo de trabajos.
Los 40, la edad cumbre para una crisis recordatoria de lo que somos, lo que vendemos ser y lo que insinuábamos con vivir y experimentar, la excusa de la reiterada reunión de ex-alumnos y Jack Black actuando y dejándose de tonterías, en excelente camaradería con un seductor y fascinante James Marsden, más una soltura dialéctica que expresa momentos de veracidad sorprendente y una mezcolanza de tiempos actuales y clásicos que, como el propio actor, del gran anuncio nacional que todo lo pone en marcha,alude y confiesa: "..., pruebo un poco de todo, sin definirme por nada"
Ciertos puntos emocionales los clava, en otros se queda cojo de ideas y eficiencia pero, en general, posee un encanto y deslumbramiento que te lleva a seguirla con devoción y a difrutar de sus pasos con excelentes ganas, incursión en la que, aún certificando sus reparos donde se estanca y no progresa, su dictamen es de abrazo grato, valoras su resultado con ese optimismo de salir contenta y haber pasado un buen rato.
¿Sobre definirla?, creo que es mejor ir directo a verla, como el buen gazpacho tiene ingredientes varios, la base es fija y luego añades tantas novedades como quieras incorporar según gustos y apetencias pero, el veredicto es unánime, apetece su sabor, el conjunto gusta.
Llegar a cumbre, acariciar la gloria durante un instante para darse cuenta de que sólo era humo envolviendo y adornando la tristeza de su presente; dejar de ser un seguidor, de mendigar por un amigo para reforzar el carácter.
Sobria, narra con desparpajo, sin desarrollar todo su potencial pero, marcando el paso con la firmeza de dejar huella.
"The D train", seudónimo de hombre modesto y corriente de atributos dignos y decentes; no fuel el rey del instituto pero, por fin ¡lo es de si mismo!
Enamora brevemente.


Nota: 5,6
lou
  •