El chico del millón de dólares

Iniciado por reporter, 25 de Octubre de 2014, 01:30:00 AM

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El chico del millón de dólares


SINOPSIS: En esta película basada en una historia real, el agente deportivo JB Bernstein (Jon Hamm) comprende que el negocio ha cambiado y que su carrera no va por buen camino. En un último esfuerzo para salvar su medio de vida, pone en marcha una estrategia para descubrir al mejor lanzador de béisbol de la siguiente generación. Quiere encontrar un lanzador joven al que pueda convertir en una gran estrella de la Major League de béisbol. Y con el fin de conseguirlo, viaja a la India para organizar un reality llamado "The Million Dollar Arm", del que saldrá el mejor lanzador. Con la ayuda del cascarrabias Ray Poitevint (Alan Arkin), un ojeador retirado con un don increíble para descubrir talentos, encuentra a Dinesh (interpretado por Madhur Mittal de "Slumdog Millionaire") y a Rinku (interpretado por Suraj Sharma de "La vida de Pi").

CRÍTICA: El orgullo de la Disney

Al grano, a la espinilla y sin entrar en spoilers: la Disney, y todo lo que ésta implica (sí, por dónde empezar...), es algo así como Norma Louise Bates. Como la progenitora de Norman, exacto, porque lo primero que nos grita tanto la experiencia como el instinto es que su presencia es tóxica; que lo mejor que podemos hacer, en pos de nuestra integridad psico-física, es huir cuanto más rápido y pronto mejor. Y sin mirar atrás. No obstante, hay algo en ella que nos retiene; que nos dice, cual diablillo posado en el hombro, que al fin y al cabo este mundo no puede ofrecernos mejor compañía. Cosas de la atracción del mal; cosas del incomparable amor / poder maternal, que por mucho que pueda llegar a manifestarse en las tendencias más sociópatas, sigue siendo irremplazable. De modo que, a pesar de todo, ahí estamos, entre sus brazos, ese espacio vital mágico y letal en el que siempre seremos bienvenidos.

Y volvemos a (si es que alguna vez hemos abandonado) la casa de Mickey Mouse, ese sitio cuyas puertas siempre estarán abiertas, tanto a los hijos de toda la vida como a los nuevos... incluso a los pródigos. Al fin y al cabo, a la Disney, sea cual sea la forma a través de la cual se manifieste, le interesa que haya habitación para todo el mundo, que de esto vive la gran maquinaria. No en vano, hablamos de una de las compañías que mejor le tiene cogida la medida a este guarrísimo y aún más escurridizo negocio. Pongamos, por ejemplo, su nuevo y enésimo producto: 'Million Dollar Arm' (traducido literalmente, ''El brazo del millón de dólares''; traducido al lenguaje de las distribuidoras españolas, 'El chico del millón de dólares'), filme basadísimo en los hechos reales que llevaron al agente deportivo J.B. Bernstein a organizar un reality show en la India para buscar a jugadores de cricket potencialmente convertibles en estrellas de la Liga de Baseball de los Estados Unidos.


Dos horas en sala de cine después, le ronda a uno la duda existencial. O lo que ha estado viendo no está tan cimentado en la realidad como afirmaban los títulos de crédito iniciales, o esta vida es realmente tan previsible como una película de la Disney. Sea como fuere, la sensación que se le queda al cuerpo es (y volvemos a Mrs. Bates) de repulsión desconcertantemente reconfortante. Dicho de otra manera, 'El chico del millón de dólares' significa explotar, una vez más (y van...), esa viejísima fórmula del cine familiar que, como dicta su propia naturaleza, tiene en el -intentar- gustar a todo el mundo, uno (seguramente el único) de sus objetivos más vitales. Cualquier atisbo de trama o personajes es un mero espejismo. Partes (fundamentales, eso sí) de un engranaje simplísimo pero igualmente gigantesco que busca desesperadamente (aunque no lo aparente, lo cual es parte del juego) mostrar la mejor cara tanto a pequeños como a mayores, o para emplear la jerga al uso, tanto a los amantes del baseball como a los del cricket... incluso a los que no sienten interés alguno por ninguno de estos deportes.

La mezcla sigue fundamentándose en los tres pilares sagrados del crowd-pleaser hogareño de marca más orgullosamente yankee. Primero, el Trauma: No importa la época o el país de procedencia, lo de que tu "papi" no venga a verte jugar al baseball, puede joderte de por vida. Segundo, la Convicción: No hay problema en este planeta que no pueda resolverse con la liturgia del montaje "work-in-progress", debidamente musicalizado. Tercero, la Epifanía: No serás un self-made man como Dios manda hasta que no hayas apuñalado al gilipollas avaricioso que llevas dentro. A prueba de cualquier impertinencia artística (contando en este grupo, por supuesto, a unos actores que quedan irremediablemente desdibujados, a -sorprendente- excepción de un Bill Paxton que, milagros de tito Walt, parece haber encontrado su triste y, sin embargo, encomiable lugar en este mundo cruel), todo lo que se narre tiene que pasar por el espacio delimitado por estas tres líneas rojas infranqueables. El director Craig Gillespie está aquí, como no podía ser de otra forma, para ejecutar, nunca para interpretar (al menos no de forma estrictamente subjetiva). He aquí la evolución (tolerablemente pervertida) de aquellas películas de la década de los 40 (no es casual la referencia directa a 'El orgullo de los Yanquis'), época en la que genios como Frank Capra tocaban, de forma magistral, la fibra sensible del espectador.

En cualquier caso, este es, en efecto, el concienzudo trabajo de los tiempos de la ''Trillion Dollar Army'', es decir, de unos productores que conocen muy bien las reglas del juego. Tanto que a buen seguro habrán llevado a cabo (y posteriormente se habrán ceñido-a) infinidad de estimaciones concerniendo al público al que va a llegar la cinta de marras (con un margen de error, a escala global, no superior a más/menos un espectador, seguro). Objetivo claro: que todo en ella se antoje agradable y, más importante, no-ofensivo. Ni excesivamente cómica, ni dramática, ni simpática... pero de todo un poco. Lo justo para que esto y el incuestionable oficio Disney, absurdamente efectivo en lo superficialmente inspirador, aligeren el lastre de un metraje excesivo, además del de una falta de personalidad que si no es alarmante, es únicamente porque ya formaba parte del pacto previo a entrar en la sala de cine. Todo lo demás (que es poquísimo), queda en manos de la eterna conquista de otro happy ending que hace como que se resiste. Como siempre ha hecho; como siempre se ha explotado. Exactamente del mismo modo en que nos han mandado la pelota, desde el momento oficinal en que el cine fue oficialmente business, sí... pero a la que nos hemos querido dar cuenta, nos han vuelto a endosar los tres strikes. Eliminados. Qué rabia... y admitámoslo, qué ganas de que repitan la jugada. Así es, exactamente, cómo funcionan los abrazos Disney.

Nota: 5 / 10
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Yeezus

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Wanchope

Cita de: reporter en 25 de Octubre de 2014, 01:30:00 AM
Lo justo para que esto y el incuestionable oficio Disney, absurdamente efectivo en lo superficialmente inspirador, aligeren el lastre de un metraje excesivo, además del de una falta de personalidad que si no es alarmante, es únicamente porque ya formaba parte del pacto previo a entrar en la sala de cine.

Me quedo con esto. Lo previsible, vaya. Según te caiga Jon Hamm, supongo.
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reporter

Cita de: Yeezus en 25 de Octubre de 2014, 03:09:27 AMAlan Arkin no se salva?

Sí. De hecho todo el mundo se salva. Pero en parte, porque les obligan a poner el piloto automático que mejor se les da. Añan Arkin hace del Alan Arkin de los últimos años (gracioso, pero nada nuevo). Y así todos... menos, repito, un Bill Paxton que, dentro de lo poco que sale, sí consiguió sorprenderme un pelín.
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Wanchope

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