El frasco

Iniciado por cinecom, 02 de Mayo de 2009, 10:16:20 PM

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cinecom

Acá les paso una crítica de una comedia argentina..

EL FRASCO

Dirección: Alberto Lecchi.
Países: Argentina y España.
Año: 2008.
Duración: 93 min.
Género: Comedia.
Elenco: Darío Grandinetti (Juan Pérez), Leticia Brédice (Romina), Martín Piroyansky (Luis), Nicolás Scarpino (empleado), Atilio Pozzobon (Acosta), Rául Calandra (Galván), León Dogodny (borracho), Jorge Ochoa (Petiso Posada), Sergio Ferreiro (José), Jorge Miceli (Dr. González), Paula Sartor (Jimena), María Cristina Sala (Mónica).
Guión: Pablo Solarz.
Producción: Luis A. Sartor, Guillermo Madjarian, Alejandro Piñeyro y Julio Recio.
Música: Julián Vat.
Fotografía: Hugo Colace.
Montaje: Javier Ruiz Caldera.
Dirección artística: Mariana Sourrouille.
Vestuario: Soledad Cancela.
Estreno en Argentina: 11 Sept. 2008.

Crítica:
Si esta película fuese un plato y debemos detallar los ingredientes que la componen, en El frasco tenemos: Uno de los directores más prolíficos e irregulares del cine argentino de los últimos veinte años, un guionista generalmente eficiente, un actor consagrado que aquí entrega una actuación sumamente robótica, una actriz consagrada que hace lo que puede, unos muy buenos actores secundarios desaprovechadísimos, y una historia que navega sin rumbo. ¿Es una comedia absurda? ¿Es un drama romántico? No lo sabemos ni lo sabremos, porque tal vez los propios realizadores no lo sepan. Si nos atenemos a la forma en que ha sido dirigido Grandinetti, tenemos a un personaje que no solo se conduce como robot, sino que posee una torpeza pseudo-chaplinesca y una manera de actuar "busterkeatoniana", que parecería que podría derrumbarse el mundo sin que él se de cuenta siquiera. Con eso tenemos una comedia absurda, y un personaje que parece salido de otro planeta. Pero, ¿qué pasaría si a ese personaje se lo intenta mostrar tierno, o se lo inserta en una historia romántica? Juan Pérez, tal su nombre, no es el personaje de Chaplin ni se le parece, su andar carece de comicidad, y su único gag físico se repite hasta el cansancio. Lejos de generar empatía (en el caso de Charlot su condición humilde generaba cierta conexión con él, aquí no existe conexión posible), los traumas infantiles que cuenta hacia el final no solo llegan tarde, sino que tampoco explican aunque sea su extraña forma de moverse. Si fuese solo un ser apocado y mudo (como su sobrenombre), si no tuviese ninguno de estos elementos innecesarios que lo alejan de las dimensiones de un personaje verosímil, uno ingresaría de manera más sencilla en esta historia de amor. Pero esto no sucede, y la construcción del personaje de Grandinetti deja mucho que desear. Tampoco ayudan las historias secundarias, como la del hermano menor de Romina (Leticia Brédice) que secuestra por amor a una menor de edad, que no solo no aportan nada a la trama principal, sino que parecen tener demasiada fuerza para una película que desaprovecha sistemáticamente este tipo de ejes paralelos. Y menos ayudan los personajes que aparecen siempre en el mismo lugar, sin hacer nada, solo dedicados a emitir alguna que otra opinión y que, si están para una construcción pintoresca de la vida pueblerina, no consiguen ni siquiera eso, y quedan como meras marionetas (no más contundentes en ese sentido que el propio protagonista). Se supone que el puntapié inicial de la historia, el dichoso frasco con la muestra de orina, es un apunte de por sí absurdo, pero eso solo no alcanza para una comedia absurda, y tampoco alcanza el trazo grueso sobre el personaje de Juan, porque hace falta mucho más para redondear una comedia de este tenor, y si se intenta acoplar esto a una historia de amor, con los sucesivos problemas narrativos que ello conlleva (el primer beso, que rapidamente se convierte en una compulsiva escena de sexo, no beneficia a ninguno de los dos géneros entre los que se debate el film), da como resultado algo que no es ni lo uno ni lo otro, porque ni siquiera llega a ser algo que por momentos es una cosa y por momentos otra, debido a que siempre se cuela el drama en esa errática vida de pueblo. Curiosamente, esto surge de un guión de Pablo Solarz (Historias mínimas, ¿Quién dice que es fácil?) , que no nos tiene acostumbrados a este tipo de ambigüedades, y de Alberto Lecchi, un experimentado director que siempre ha demostrado, de mejor o peor manera, que entiende los códigos genéricos. Por lo que aquí no sabemos bien qué ha ocurrido y quién tiene la culpa de semejante disparate más cercano del ridículo que de otra cosa, aunque sospechamos que se trata de un guión y un actor víctimas de una mala decisión de director, que no ha medido los límites (o no ha sabido expresar las intenciones) de vestir a un actor con piel de Pinocho.

Alguien la vio?? opiniones?
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