La fiesta de despedida

Iniciado por reporter, 18 de Abril de 2015, 08:34:55 PM

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La fiesta de despedida


SINOPSIS: Un grupo de amigos que conviven en una residencia de ancianos en Jerusalén, construyen una máquina de eutanasia para ayudar a un amigo enfermo terminal. Cuando empiezan a extenderse los rumores sobre esta máquina, más ancianos comienzan a pedirles ayuda, creándoles un dilema emocional y envolviéndolos en las más disparatada de las aventuras.

CRÍTICA: Feel-good asistida

El dispositivo ya está a punto. Ha costado, pero el esfuerzo ha valido la pena. Las piezas están puestas en el sitio que les toca, y se han llevado a cabo todas las pruebas que exigiría cualquier ingeniero que se precie. Solo hace falta contener la respiración y rogarle al de arriba (se llame como se llame) que el invento no nos explote en la cara. Una oración rápida, unos segundos de duda... y ya está en marcha. Se activa un efecto en cadena que involucra cuatro cucharillas de postre, cinco metros de hilo dental, dos dentaduras postizas y siete cepillos de dientes. A ojos poco entrenados, el caos es absoluto, pero bajo la perspectiva del veterano inventor, todo marcha como la seda. Los cachivaches dan vueltas sobre sí mismos, efectúan saltos mortales con triple tirabuzón y amenazan, constantemente, con asesinar a cualquiera que ose acercarse lo más mínimo a esa aberración de la tecnología casera.

Al final, tanto ruido, suspense, sudor y sufrimiento para que la que apuntaba a ser la máquina del fin de los tiempos, se revele como lo que realmente es: un aparato que descuelga el teléfono fijo (¿se acuerdan?) cada vez que éste suena. Tan simple, tonto y seguramente innecesario como suena... pero al fin y al cabo, efectivo. Nadie sale lastimado. Y esto que la mujer del inventor no lo tenía nada claro. De hecho, entre los compañeros de residencia se había montado una especie de porra para determinar el momento exacto en que el artilugio se vendría abajo. Ella puso buena parte de sus ahorros al abanico de tiempo que iba de los 5 a los 10 segundos... pero nada, ya han pasado 20 minutos y esto no da síntomas de desmoronarse. ''¿Cómo diablos puede ser?'', se pregunta ella ''¿A qué diabólica lógica obedece este mecanismo?'' Mira arriba en espera de una respuesta que por mucho que espere, simplemente no llega. Lo más curioso de ello es que no se percibe en su cara rastro alguno de frustración. Todo lo contrario.


Por unos instantes, su existencia se ha visto sumida en un absurdo cuya crueldad no estaba exenta de esa calidez tan humana que, de algún modo u otro, parece que ayude a arreglarlo todo; a que todas las piezas encajen y funcionen a la perfección... en definitiva, a que estemos un poco más cerca de esa quimera al que algunos, no faltos de ambición (o insensatez) han llamado ''el sentido de la vida''. Ni más ni menos. Pongamos que la dichosa máquina descuelga el teléfono cada vez que alguien llama. Pongamos que quien está al otro lado de la línea es Dios (cuidado), quien ni corto ni perezoso, admite que su gran creación no es más que una colosal chapuza... pero que por su propio amor, que ni se nos ocurra tirar la toalla, que tenemos que seguir luchando, que tenemos que disfrutar de cada bocanada de aire que entre en nuestros pulmones, que ante todo, nunca hay que olvidarse del sumo placer de vivir.

Pongamos que la película que ahora nos concierne entra, sin pudor alguno, en la categoría de las ''feel-good movies'', es decir, que lo que prima aquí, incluso por encima del mismísimo acto de respirar, es el sentirse bien con una vida que, ojo, es muy perra. Al mal tiempo buena cara; a la vejez, tres cuartos de lo mismo. El nuevo trabajo de Tal Granit y Sharon Maymon se sitúa en uno de los sitios potencialmente más depresivos del mundo (esto es, un geriátrico), pero ya desde su primera escena, la pareja de cineastas deja claro que el regusto que debe quedarle a uno de dicha experiencia no es el salado de las lágrimas, sino el de unas risas que, en vez de ser dulces, se acercan mucho más al ácido. Pregunta incómoda: ¿Se puede hacer broma con un tema tan delicado, complejo e incómodo como la eutanasia? Por supuesto, que al fin y al cabo, éste (Israel) es un país libre... al menos para la comunidad hebrea.

Así, todas las piezas se han colocado de modo que el engranaje desvele la verdad más absoluta y, quizás por esto mismo, la más a menudo olvidada: La comedia y la tragedia son, a menudo, las caras de la misma moneda. Llámenlo humor (judío), filosofía de ¿vida? o simplemente salud mental, el caso es que las peripecias de este grupo de ancianos que se ven obligados a escribir (sobre la marcha) su propio manual sobre la muerte asistida, no es más que el plan maestro (?) de alguien convencido de que las (son)risas son la mejor cura para los males, tanto del cuerpo como del alma. El problema es que la basculación entre los extremos nunca queda del todo justificada, o no se hace con el convencimiento que exige la ocasión. Como si el paso de la tragedia a los terrenos más puramente humorísticos (y viceversa) quedara en manos únicamente del talento de unos actores no demasiado respaldados por el guión. La muerte planea continuamente por encima de la historia, sin llegar nunca ni a la lágrima ni a la carcajada... sin ánimos de hacer daño a nadie. Todo controlado. Demasiado. La naturaleza bicéfala del producto se queda entonces en una especie de limbo en el que, efectivamente, y a pesar de todo, es tremendamente fácil sentirse bien. Porque la vida lo merece, claro que sí... mucho más, por cierto, que esta ''Fiesta de despedida''.

Nota: 5 / 10
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lourdes lulu lou

La vejez y sus achaques, ¡hay quién tuviera una varita mágica o a su hada madrina!
Un tema difícil y peliagudo, más cuando tanta tristeza y desolación se intentan llevar con leves toques de ironía y acidez, cuyo humor negro resultante llega a crear un verdadero clima sádico, complicado de manejar y disfrutar pues, la sonrisa que emerge, está rodeada por excesivo dolor y sufrimiento que nadie, en una sociedad digna, debería llegar a padecer en sus carnes.
La frontera donde situar el límite de la soportable vida y de una merecida muerte que otorge sereno descanso final, esa bienvenida al paraíso decidido de voz propia, un botón y ¡adiós! al padecimiento de un moribundo cuerpo que se consume sin remedio, respiro para un alma que por fin puede partir, donde quiere que vaya -incluso si es a ninguna parte-, y olvidarse de la tortura de una agónica existencia, ya sin sentido.
No creo que abra debate sobre la eutanasia pues la pena, condena y aflicción observadas son suficientes para relegar dicha cuestión al cajón de los asuntos a resolver más tarde, a cambio de una humanidad compasiva que se intenta exponer con esa ocurrencia y gracia, que alivia los momentos más amargos, donde el abatimiento y la desesperanza se adueñan de la situación completa, ese sagaz contraste entre lo dicho y lo visto, entre lo sucedido y la situación ridícula que le precede, o aquella esperpéntica que le sucede, todo para un relax incómodo y tirante donde se expresa, con fascinación y agudeza, "el Señor no puede ponerse porque está en el baño".
"¡Ayúdame a terminar con esto!", desfalleciente grito de súplica que encabeza esta peculiar historia israelí, atrevida y valiente, que vende en tono de comedia y sarcasmo, la gran tragedia que tiene lugar cada día cerca de nosotros, provocación inteligente y osadía incisiva para plantear lo que nadie desea, tenues risas que no se atreven a ser descaradas por la solemnidad e inconveniencia del acto, un argumento que valora, hablar y exponer con veracidad, la complicada situación que viven y atraviesan sus personajes sin olvidarse de que, en los espacios más serios y dramáticos es donde la carcajada natural surge con mayor reclamo y vehemencia.
"Por dentro son como niños, sólo el cuerpo a envejecido" y esa es la gran desdicha que se sufre con la longevidad, una mente joven y sana, con ganas de proseguir, aplastada por una materia corporal que se devalúa y extingue a cada día, a cada paso, cada vez más insoportable de llevar, con esa infructuosa resistencia férrea que ya no posee ánimo ni futuro; dos puntos de vista, el del enfermo, sin poder llevar a cabo su no-escuchada voluntad, y el del exasperado familiar que convierte, en posibilidad presente, ese deseo y ansia manifiesta por terminar con el tormento, más esos secundarios que transitan por vidas, tan derrumbadas y al límite, como paseantes ignorantes que prefieren no saber pero, en cambio, juzgan con facilidad pasmosa e inapropiada dureza.
Sensible y emotiva en los sentimientos que genera, resistente y sólida en el contenido que trata, perspicacia para plasmar ambos lados con sabio abrazo, firme resolución y una destreza de planteamiento que envuelve y no te suelta; vas a estar pendiente de estos cabales abuelos, de sus actos y maniobras, de su ansiedad y comprensión, de su astucia y maquinación para conseguir, por cuenta propia, esa urgente ayuda que nadie se quiere molestar en conceder, pues parece que todos tengan más derecho que ellos a decidir sobre su propia muerte; ternura para con los amigos, cobijo para con los desconocidos, amparo mutuo en situación de necesidad extrema que, a pesar del aspecto cómico y divertido con el que se disfraza, duele en el alma por su caminar fúnebre y siniestro.
Según tu sensibilidad y afecto del momento, de ese delicado tiempo de su consumo y digestión, la cogerás con más fervor o menos, reconociendo, siempre y por todas, que es un relato audaz y arriesgado que expone, sin tapujos ni vergüenza, una realidad cercana y consabida, muy presente en la memoria.
Buenas sensaciones y un merecido aplauso para Tal Granit y Sharon Maymom.
lou
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