"El color del spfá " capítulo 3

Iniciado por juanluis, 20 de Febrero de 2010, 12:08:10 PM

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juanluis

  Aquí os djo el tercer capítulo, con los habituales enlaces.

   Capítulo 1  http://www.elseptimoarte.net/foro/index.php/topic,14610.0.html
   Capítulo 2 http://www.elseptimoarte.net/foro/index.php/topic,14655.0.html


                                                                           3



       El marido de Natalia acudió  a la policía a denunciarles. Puesto que sabía el  nombre completo de Abel, lograron con facilidad la dirección. Pero necesitaban una orden judicial para entrar en su casa, y mientras esta llegaba el sargento Federico Piñas reunía a varios de sus hombres en una habitación de la comisaría habilitada a tal efecto para preparar el asalto.
         -  ¡ Muchachos!, comenzó el sargento. No hay día sin que un retorcido cabrón quiera tocarme las pelotas más de la cuenta. Hoy no vamos a detener a un maldito asesino, ni a un contrabandista de mierda, ni aun hijo de puta de ladrón. Hoy vamos a por una cucaracha más hedionda que la peor de las letrinas de la cárcel más asquerosa del mundo después de siete siglos sin limpiar. Hay por ahí suelto un pequeñín  al que la zorra de su madre le reía las gracias desde que fue destetado. Porque al personaje en cuestión, no se la ha ocurrido otra cosa que hacer lo que no habéis leído en vuestra vida en el historial de ninguna de esas perlas que Dios deja sueltas por el mundo de vez en cuando. La escoria muchachos, no ha hecho nada más y nada menos que poseer un sofá negro. Los policías quedaron atónitos. Sí muchachos, no oyen mal vuestros oídos.
Seguramente me pidan que lo traiga con vida con el objeto de juzgarle. Pero sabed muchachos, que si esa basura se opone lo más mínimo a la detención, quiero que arranqueis a jirones el sofá y se lo metáis por el culo en trocitos de tres centímetros cuadrados cada uno.
       Me acompañareis los doce que estáis aquí reunidos. Dos os quedaréis en el garaje vigilando el coche , dos en el portal, dos en la calle de atrás , y los otros séis subiréis conmigo. ¿ Entendido?. Todos asistieron. Llamaron al sargento, que salió, y recibió la orden judicial.

              En el ascensor Natalia  miraba las teclas de los pisos con preocupación, ya que no terminaba de gustarle la idea de seguir adelante con aquello. Bajaron , y entraron en el piso de Abel, que caminando por delante de ella fue guiándola hasta el salón donde se encontraba el sofá negro.
   -¡ Míralo!. ¿ No me digas que no es bonito?, preguntó Abel que se había sentado en él.
   Natalia  miraba el sofá con algo de pavor. El sofá se mostraba como algo extraño. Sus sensaciones le recordaron a una vez que pudo ver a un muerto hace años.  Se encontraba de viaje , y tuvo que parar porque en un lado del arcén se encontraba un coche siniestrado; donde minutos después vio a un joven  tendido sobre el volante sin vida. En aquel instante pensó en lo novedoso de aquello, en el sentido de que no estaba sentada delante de un televisor, en cuya pantalla se sucedían ante la indiferencia del espectador  auténticas matanzas;  porque estar de pie delante de un muerto era algo totalmente diferente. Y así volvió a sentirse frente al sofá.
-¡ Esto no me gusta cariño!. Tienes que deshacerte de esto cuanto antes.
- ¿ Deshacerme de mi sofá,?, ¡jamás!. ¡ Ven aquí!, ¡siéntate!.
     Ella obedeció, se sentó en el sofá, y comenzó a acariciarlo de forma robótica.
-   ¿ A que es suave?.
Natalia  continuaba tocándolo, y poco a poco se fue familiarizando con su textura, hasta que llegó a tocarlo fuertemente con ambas manos.
-   ¡ Sí , sí, sí  que es bonito!, pero esto solo nos puede traer problemas.
-   ¡Olvídate de eso!. Abel  la cogió de las manos, y las besó. Luego comenzó a acariciar su rostro, y  se besaron. Poco a poco fueron cumpliendo el habitual ceremonial que precede al amor en su plenitud física, y ambos empezaron a ser embargados por un suave placer, que aunque obtuvo mayores resistencias al comienzo  en Natalia, se fue apoderando simbióticamente de los dos. Un sereno calor les iba recorriendo el cuerpo, que motivó que se fueran desprendiendo lentamente de sus prendas, que iban mostrándose como obstáculos entre su piel  y el negro manto del sofá. Desnudos, Abel fue empujándola hacia atrás, y el contacto de su espalda con el sofá se asemejaba a la sensual  sensación del agua caliente cuando se toma un baño, al tacto de la arena una tranquila tarde de verano; cuando en la placidez del ocio nos entregamos al sol lejos de alguna preocupación; y la cómplice amistad de un jersey de algodón. Y de esta forma se fueron entregando el uno al otro, en el simpar entorno de aquel sofá negro, símbolo del deseo; ajenos a que en dirección hacía allí venían una cuadrilla de policías dispuestos a hacer cumplir la ley, comandados por Federico Piñas. Al llegar  fueron hacía el lugar indicado las tres parejas que debían permanecer fuera del edificio. Los otros seis subieron con el sargento hasta el piso indicado. Uno de ellos sacó un hacha, y  dio tres sonoros hachazos en la cerradura que se venció ligeramente, y no opuso resistencia alguna a una solemne patada de uno de los policías.
-   ¡ A por ese cabrón muchachos!.
El tremendo ruido de los hachazos sobresaltaron a la pareja que apenas pudo reaccionar porque en poco más de  un par de minutos estaban en el salón. Alcanzaron solo  a  taparse un poco  con la ropa.
-¡ Esposadlos!.
-Pero..., deje al menos que nos vistamos, dijo Abel.
- A guantazos te voy a vestir yo a ti. ¡Andando!.
  Los sacaron de allí desnudos, y en la calle un periodista, avisado por un policía que se encontraba escondido entre los coches pudo fotografiar el momento en que los introdujeron en el coche.  Los condujeron hasta comisaría, donde después de un interrogatorio fueron trasladados a la cárcel.
   Al día siguiente, en un kiosko cercano a la Universidad,  Matías Márquez, un estudiante de Derecho bastante aficionado a encabezar todo tipo de manifestaciones en defensa de alguna causa compró el periódico, en el cual  la detención de Abel y Natalia ocupaba el titular . La noticia se había extendido rápidamente por todos los sitios, y fue obviamente el tema de conversación en el café que posteriormente tomó Matías con un compañero en el bar de la Facultad.
-   ¡ Menudo paquete le va a caer a este tío!. Le comentó a Matías.
-   ¡ Joder!, le va a caer una buena. Pero la verdad es que ha tenido un par de huevos.
¿ No me digas que no?. Siglos y siglos, y hasta ahora nadie se había atrevido. Ese tío se merece un monumento.
-    Monumento el que va a tener que construir su madre en su casa para verlo el resto de sus días; y eso suponiendo que le queden bastantes días de vida.
-   Pues no sé. La verdad es que estaba pensando en esto mientras venía hacía aquí, y me estaba enrabietando un poco, joder. ¡Que manía con prohibir lo que es de uno!.Habría que hacer algo. Si tuviésemos pelotas habría que hacer algo.
-   ¿ Algo?. Pues yo paso Matías. Esto es grave, y peligroso. Yo paso.
Matías no quiso soltar ningún discurso crítico acerca de la cobardía , y siguió callado hasta que se tomó el café. Durante las clases no pudo quitarse de la cabeza lo que había ocurrido con Abel, y no paraba de pensar en que era una excelente oportunidad para reivindicar que esa estúpida ley fuese derogada; y que de una vez por todas  se delimitase claramente que actos y decisiones dependían exclusivamente de la esfera individual, para que dejasen de ser perseguidas enarbolando la bandera de lo natural y lo que es objetivamente justo. Por eso fue trazando un pequeño plan para provocar una gran revuelta estudiantil en apoyo de los detenidos. Primero imprimió unas cuartillas con la frase " Sal a la calle con un sofá negro". Y luego sacó fotocopias, que fue dejando a escondidas en sitios claves de la Universidad. En un par de días el debate estaba servido, además de  haber llegado a oídos de la autoridad, la cual mediante continuos comunicados alertaba a los estudiantes de las desagradables consecuencias represivas que podía tener cualquier acto que perturbase el orden público. Pero la idea de Matías fue ganando adeptos poco a poco, sin que hubiese al principio ningún acto que refrendara ese sentimiento que iba creciendo poco a poco, hasta que una mañana de domingo en una plaza donde solían reunirse a beber los estudiantes apareció un sofá cubierto con una sábana negra,  y un cd encima; que posteriormente fue visionado por la policía, y en donde parecían jóvenes con la cabeza encapuchada brindado a la cámara con alcohol.


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juanluis

Cita de: Amármol en 23 de Febrero de 2010, 08:37:47 AM
el 4º mañana?
pssssssst, pssssst; que vienen, que vienen


  Mañana Jueves tenéis el desenlace.
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