En busca del optimismo ochentero
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Aprovecho la aparición -no suficiente pero siempre necesaria en verano- de la refrescante atracción audiovisual de ese vendedor de fuegos artificiales que es Michael Bay (La roca, La isla, incluso son suyas las infumables Pearl Harbor y Armageddon) para recordar (quizá sea esto lo único que hace al público más entrado en años y películas engullidas soportar los 144 minutos de este circo intrascendente y sólo en escenas aisladas soportable) la trayectoria de un maestro del entretenimiento como Joe Dante, cuya maestría para fabricar películas divertidas e inocentes aún deja una huella en aquellos que tuvimos la suerte de ser adolescentes allá por los ochenta.
Transformers es buena sólo cuando huele a Dante, cuando sus robots nos recuerdan la ironía naif y las travesuras de los Gremlins, o la heroicidad sin muertos de Pequeños guerreros. Y la iniciación al primer amor a través de la aventura más alocada e increíble tiene ecos de El chip prodigioso y sobre todo de Gremlins. La escena en la que el protagonista debe ir a su casa a recuperar las gafas es puro Dante. La forzada verborrea de unos robots que parecen más unas mascotas que los salvadores del mundo libre es puro Dante (aunque en esta película quede toda su frescura descuidada por un guión y un ritmo sin la naturalidad infantil del maestro). En Transformers la exageración de unos prodigiosos (y quizá lo mejor) FX diluye la frescura y dispersa la atención sobre la épica adolescente que con Dante sí funcionaba y llegaba incluso a emocionar.
Transformers intenta atraer con coches (qué decepción la conversión del destartalado y humanizado coche de segunda mano en un deslumbrante Chevrolet Camaro) y chica que quita el aliento y otras cosas (Megan Fox está tan sabrosa en su cinética como insípida en su interpretación) al público joven, que pronto se sentirá identificado con el protagonista, un chico inteligente, con sentido del humor pero a dos velas. Sin embargo la magia Dante es lo que tiene; todo lo transforma a través de la aventura y pronto el joven en busca de su identidad la encontrará intentando ¿salvar al mundo? (hasta en esto Transformers se diluye en una Armageddon 2). Con Dante nadie desea salvar el mundo; la aventura basta. El optimismo ochentero de la marca Dante sabía que, como en las películas indianescas de Spielberg (por cierto, coproductor de la cinta), mientras el personaje corra, salte, huya, bese y rescate la emoción está asegurada. El resto basta, incluso los FX digitales. Por eso el personaje de Martin Short en la escena final de El chip prodigioso no vuelve a su antigua vida, sino que corre tras otra misión que le haga sentir vivo.
Transformers roba sus personajes a una famosa serie de TV japonesa que allá por los ochenta hizo furor y anticipó lo que hoy es una explosión manga que trasversa todo el cine de entretenimiento made in USA (incluido Tarantino). Y combina con tímido acierto la frialdad de la máquina con la ironía antropomórfica que nos hace accesible y emocionante la aventura de los robots. Aunque en esto yo prefiero la entrañable rivalidad de los cascarrabias R2D2 y C3PO, incluso la ingenua vitalidad adolescente de Johnny 5 en Cortocircuito (John Badham, 1986), el Sayonara baby del insensible Terminator, o la heroicidad del entrañable Buzz Lightyear (Toy Story, 1995).
Y es que Transformers demuestra que el humor de nuestras sociedades ha cambiado: de la incorrección política, la ironía sin sangre o el nudismo sin preservativo de los ochenta, hemos pasado a un conservadurismo audiovisual que si bien es más realista en la puesta en escena de la acción, pronto deviene en un espectáculo vacío que ahoga la emoción en beneficio de la taquilla.
Lo mejor:
La escena en la que el protagonista debe ir a su casa a recuperar las gafas.
Sin duda, Shia LaBeouf. Un actor que sin hacer mucho transmite una naturalidad y cercanía increíbles.
Los más que evidentes conocimientos de mecánica de Megan Fox.
El realismo de los efectos digitales CGI, un prodigio de técnica, imaginación y paciencia
La escena de la niña en la piscina (muy al estilo del King Kong de Jackson o La joven del agua de Shyamalan). Quizá Transformers hubiera sido una película estupenda en clave de terror, quizá.
Un saludo desde OjO de buey y mucho cine...
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