El pregón

Iniciado por reporter, 19 de Marzo de 2016, 05:38:33 PM

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El pregón


SINOPSIS: Juraron que no se verían las caras nunca más... Pero, por una cantidad razonable de dinero, están dispuestos a hacer una excepción. Los hermanos Osorio (Andreu Buenafuente y Berto Romero), glorias olvidadas de la música electrónica de los 90, han tocado fondo. Cuando les contratan para ir juntos a dar el pregón en su pueblo natal, Proverzo, no imaginan la que se les viene encima. Sus intenciones de llegar, ganarse el dinero y salir corriendo se ven truncadas por planes secretos, hordas de fans y tradiciones ancestrales. Si salen de allí con vida ya será todo un logro...

CRÍTICA: Pool Party Time

Los ''nochenta'', esa serie de años que enlazaron los funestos 80 con los maravillosos 90, fueron lo más. La música, el cine, la estética, las fiestas... todo lo que surgió de aquella prodigiosa etapa fue igualmente prodigioso. El vello del cuerpo todavía se eriza cuando suenan algunas notas de aquel temazo, o cuando recordamos aquella peazo escena del peliculón aquel, o cuando una micro-partícula de cocaína salta por accidente de la tarjeta de contacto y termina, como por arte de magia, en lo más profundo del conducto nasal. Ay... la coca. Esto sí que lo echábamos de menos. La experiencia filo-proustiana desemboca, cómo no, en la recuperación de esas sensaciones... y de esa energía, esa vitalidad, esas ganas de triunfar y de quemar el mundo. El Conan barbárico que llevamos dentro vuelve entonces a poseernos y a tomar el control de la poca materia gris activa que nos queda, mientras nos hace suspirar por, precisamente, lo gris que se ha vuelto todo ahora; por el desengaño que ha acabo aplastando las esperanzas y anhelos de la juventud... en definitiva, que antes todo estaba bien, y ahora no, como si el mundo se hubiera ido a la -puta- mierda.

Pero espera un segundo, ¿y si en realidad no hay drama? ¿Y si todo esto lo hemos creado nosotros solitos? ¿Y si los nochenta dieron asco? Joder, visto en perspectiva, aquellas bandas eran lo peor... y aquellos directores, aún más pésimos... ¿Y las pintas que nos traíamos? Madre mía, qué bochorno. De hecho, ayer mismo te topaste sin querer con un álbum de fotos de la época, y a los pocos segundos de haberlo abierto, te viste obligado a quemarlo para purgar todos sus pecados, siguiendo el ritual de exorcismo de 'Posesión infernal' (el del remake, claro, no el del original... claro). Por desgracia, los restos de ''nieve'' que impregnaba cada página, creó una capa protectora que salvó aquel recopilatorio infernal de las llamas redentoras. No hubo manera. La conclusión, más allá de cualquier posible explicación científica, fue que uno no se escapa así como así de su propio pasado... mucho menos cuando éste se remonta a los ominosos nochenta, esa terrible era en que la humanidad todavía se recuperaba de esas ganas irrefrenables de autodestruirse. Los que en su día lograron cabalgar aquella ola por supuesto arrastran, a día de hoy, numerosas secuelas.


No es exagerado hablar de shock post-traumático. Lo mismo que en las grandes guerras, de ahí uno salía convertido o en súper-hombre o en despojo humano. Los protagonistas de la historia que ahora nos concierne, son dos supervivientes, muy a su pesar. Hace veinte años (más o menos) los hermanos Osorio lo petaban. Supergalactic, que así se llamaba su grupo, era una de las mayores referencias en el concurridísimo panorama de la música electrónica española. Filmaban nuevos videoclips cada semana, producían partituras a un ritmo incluso mayor y, obviamente, vendían discos como churros. Los estadios se petaban, las fans se apelotonaban y la vida, sí, era más rosa (palo) que la chaqueta que vestían en los conciertos a modo de uniforme... Hasta que se acabaron los nochenta, y con ellos, el mal gusto generalizado... y con él la fama de los Osorio. Desde entonces, no se han vuelto a dirigir la palabra. Porque se odian, y porque su compañía les recuerda, en cierto modo, el lugar infecto del que provienen. Solo que el sitio es también un tiempo... y justo cuando creían que habían acabado con el pasado, el pasado decidió recordarles que él no había acabado con ellos.

En 'El pregón', el factor nostalgia es empleado con propósitos que poco o nada responden a la añoranza. La distancia y amargura que aportan la acumulación de michelines, la multiplicación de arrugas y la pérdida inversamente proporcional de pelo, hacen que la gloria pretérita se desluzca hasta estallar en mil carcajadas. La decadencia también puede ser graciosa, o al menos esto nos cuenta la teoría... a la práctica, de sobra es sabido que la pretendida comedia española (aquella diseñada para el gran público, al menos) rara vez desperdicia la ocasión de convertir sus supuestos activos en algo indistinguible de la más abrumadora vergüenza ajena. El fantasma de los ''8 apellidos'' es demasiado poderoso (y reciente) como para ignorarse y, en efecto, ahí está, sobrevolando continuamente la función. Por suerte, la producción cuenta con influencias mucho más apetitosas, como lo son las incursiones en la comedia de Daniel Sánchez Arévalo o el humor pedorro (e igualmente efectivo) de los hermanos Farrelly. La combinación funciona, dando la mezcla resultante un producto sensiblemente por debajo de sus mejores referentes, pero claramente por encima de los peores.

Es un ejercicio no muy amigo de las alegrías excesivas, de acuerdo, pero mucho más negros pintaban los pronósticos. A la hora de la verdad, todo queda en manos de una dupla experta en encontrar dignidad en eso de hacer el ridículo, y que, a su contrastado rodaje cómico (no en vano, hablamos de Andreu Buenafuente y Berto Romero), le añade una química que también funciona en la ficción fílmica. El resto, casi que no importa. Cuando la ratio de efectividad de los gags desciende, el carisma de la pareja sale al rescate; cuando se encadenan dos o tres chistes con gracia, los mismos protagonistas se encargan de magnificar sus efectos. Es como la simpática intrascendencia de los Pinker Tones, divertidísimos revisionadores de tiempos pasados musicales, tan estupendos; tan terribles... y quienes por cierto colaboran en la banda sonora de la película. Dani de la Orden (director que alterna noches mágicas barcelonesas con teorías conspiranoicas sobre la catalanidad de personajes históricos de la talla de Critóbal Colón o Leonardo DaVinci) se reivindica para la ocasión como un muy decente brazo ejecutor. Salta a la vista que la factoría El Terrat es la que está al mando. Si acaso necesita a alguien que realice su voluntad. En estas labores, tan impersonales como profesionales, poco que reprocharle al de detrás de las cámaras. Imposible, cuando la misión ha llegado tan fácilmente a los mínimos exigibles: esto es, que el enésimo recorrido por los lugares comunes de las fiestas de pueblo (tan atemporales, ellas), presentado a través de los esquemas de la buddy movie de toda la vida, se salde con más sonrisas que bostezos. Y ya. No pidas más.

Nota: 5 / 10
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jack27

Uno de los mejores puntazos de El Pregón es sin duda la construcción de los personajes y la banda sonora. Es cierto que refleja la decadencia de una fama efímera de los años 90 y que a lo mejor podemos encontrar bromas recurrentes pero para mi gusto está todo bien puesto y no he visto nada forzado. La peli tiene momentos en los que te descojonas sin remedio y eso es un golpe de efecto bien conseguido sin duda. Buenfuente y Berto lo hacen bien como pareja cómica y Belén Cuesta tiene unos puntazos increíbles también.
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Turbolover1984

Se ve tan fácil como se olvida. La verdad que vistos los palos me esperaba algo peor, pero evidentemente no es gran cosa. Buenafuente y Berto son unos genios en lo suyo y en plató tienen una química brutal, pero la cámara no los quiere y la química entre ambos en el film así como las actuaciones flojean, pero tampoco es una cosa escandalosa, al igual que los momentos más "flojos", que no llegan a molestar ni causar vergüenza ajena. De la que cada vez soy más fan es de Belén Cuesta. Jorge Sanz caso aparte, no lo voy a descubrir aparte. El mejor de lejos.

Muy sencilla, simple, seguramente predecible y con clichés varios, pero dura muy poco y arranca alguna que otra risotada buena. Aprueba.
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