La chica del 14 de julio

Iniciado por reporter, 19 de Julio de 2014, 02:39:06 PM

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La chica del 14 de julio


SINOPSIS: En París arranca la historia de cuatro amigos (Héctor, Pator, Truquette y Charlotte) que salen de vacaciones sin saber que el gobierno ha decidido acortar el verano para salvar a los bancos. La cosa se desmadra: robos, disturbios, ataques de los veraneantes de agosto a los veraneantes de julio y la mayor manifestación jamás montada: 320km de atasco de París a Versalles en la operación retorno (eso sí, forzado). El grupo se divide, inmerso en el caos de un país sin vacaciones de agosto, pero nada les detendrá cuando su único objetivo se convierta en encontrar, ante todo y a lo loco, a Truquette, la chica del 14 de julio.

CRÍTICA: Épater le monde entier

La cosa va así: Hace unos días, el calendario indicaba que por fin había llegado el 14 de julio, es decir, la fiesta nacional por excelencia de la nación por excelencia. Francia engalanada, es decir, París ("y diez más") recubierta de banderas, adornos tricolores y otras milongas conmemorativas. Viva la pompa y el despilfarro... y ya lavaremos mañana. Todo alegría, todo cánticos y vítores lanzados al aire. Lo mismo que mirarse al espejo y magrearse las partes nobles, pero a nivel masivo. Visto ahora, es decir, casi una semana después y con la cabeza un poco más fría (y sin olvidar que estamos en el año 2014... siglo XXI, vaya), parece que esta orgía nacionalista sea una pieza de museo que se resiste a ser descatalogada. Porque admitámoslo, lo del fervor patriótico es muy del siglo XVIII, a lo sumo del XIX, en cualquier caso, no de esta época. No de la nuestra, vaya. Pero ahí estaba el mundo (y quien esté libre de pecado...), incluido François Hollande, quien al igual que todos sus antecesores en el ilustrísimo cargo de Monsieur le Président de la République, no desaprovechó la ocasión para darse un baño de multitudes.

Porque la cosa va así: Por muy jodido que esté el panorama (y para François desde luego lo está... más allá de sus garbeos post-tour en motocicleta, claro), siempre queda la opción de cubrirse, de pies a cabeza, con la banderita; de saludar a las tropas con toda la solemnidad del mundo, de desfilar elegantemente por los Campos Elíseos en un cálido y soleado 14 de julio... y esperar a que la popularidad remonte. Easy. Porque admitámoslo, no hay mejor día en todo el año que el 14 de julio. La razón es sencilla: en ningún otro momento sale tanto a relucir lo cutres, lo casposos y, en definitiva, lo horteras que somos todos. En el fondo, es muy gracioso. Tanto, que sólo podría serlo más si a Dios nuestro señor le diera por apretar el botón de Fast Forward de su mando a distancia, para que estas tan esperadas 24 horas se convirtieran en 12, o mejor, en 6... o mejor aún, en un puñado de minutos. Así todo se vería de forma aceleradísima, y las largas caminatas de los mandatarios se convertirían en los 100 metros lisos, y los himnos tan solemnes en un tonto estribillo entonado por un coro de voces de pito. La ostia. La cámara rápida es, indudable y objetivamente, la puta ostia.


Llegados a este punto de la reflexión, te acuerdas de que ya va siendo hora de que hagas algo con tu vida... o mejor dicho, de que este mundo de mierda te permita hacer algo con tu vida. Lo de hoy en la oficina de empleo ha sido un drama: Resulta que no puedes aplicar para ningún trabajo porque el sistema informático requiere un contrato de alquiler (o en su defecto, una prueba documental de propiedad inmobiliaria) que desde luego no tienes. ¿Y por qué?, porque al no estar integrado en el mercado laboral, ni Cristo te deja poner los pies en su maldito apartamento. Lo más jodido es que no puedes culpar ni al empresario ni al arrendador. Al fin y al cabo, ''la cosa'' está así de jodida... no se puede señalar a nadie en particular. De modo que a apechugar. Lo bueno de tan deplorable situación, es que tus vacaciones siguen prorrogándose un poquito más. Al menos hasta donde aguante la cartera... Lo malo es que, en una medida de extraordinaria extraordinariedad, el gobierno ha decidido suspender las vacaciones oficiales de verano. Operación entrada drásticamente adelantada; colapsos garantizados en 300 kilómetros a la redonda. Interminables colas de choches desde París hasta Versalles. Nos han jodido. Una vez más. Y a partirse.

Entonces, después de cuatro horas sin moverte en el embotellamiento, caes en la cuenta. Por fin. "Detrás de cada verdad, hay otra." Mires donde mires; te fijes en lo que te fijes, todo parece estar mal colocado; todo parece estar mal construido. El engranaje resultante es un monstruo deforme que chirría y amenaza constantemente con venirse abajo. Y aun así, el muy cabrón aguanta. Quizás porque su función no ha sido nunca la de funcionar correctamente. Espera, ¿y si el objetivo de todo este grandioso percal no fuera otro que el de divertir a los cuatro privilegiados sentados en una trona lo suficientemente alta como para que la mierda no les salpique? Recuerden la norma sagrada: ''Es gracioso si no me pasa a mí.'' Y en efecto, es tronchante si uno sabe poner de por medio la distancia necesaria. A veces sucede que estás tan cerca que pierdes la perspectiva. Siguiendo con esta misma lógica, otras veces, sucede también que la broma es tan grande que el asunto deja de depender de las meras distancias. El primer (y genial, vaya esto por delante) largometraje de Antonin Peretjatko tiene como principal objetivo el de desenmascarar la gran farsa (y pasarlo bien a su costa) en la que vivimos, o si se prefiere, dejar al desnudo, sin concesiones que valgan, el absurdo en el que nos rodeamos... Y de paso, burlarse un poco de nosotros, por qué no decirlo.

Todo es incorrecto, porque todo forma parte de la misma broma... porque la vida es chiste, y los chistes, chistes son. Bajo este -irrefutable- convencimiento, el director y guionista se aleja de la realidad (en lo que a espacio y tiempo se refiere) para que ésta quede totalmente expuesta. Héctor y Pator, dos amigotes de toda la vida, se han quedado tirados (en todos los sentidos) y, lo más importante, al igual que los demás miembros de la humanidad, están en celo. Uno está colado por Truquette, el otro por Charlotte. Ellas no lo tienen claro, pero igualmente no se lo piensan dos veces a la hora de hacer las maletas y subirse al coche de estos casanovas frustrados. Destino: la playa, la que antes se encuentre. Y que sea lo que Peretjatko todopoderoso quiera. Planteada a modo de alocada road movie (aunque lo cierto es que la propuesta se adecua a otras muchas etiquetas), 'La chica del 14 de julio' es una película en la que todo (diálogos, situaciones, secuencias, encuadres, narración...) parece ser incorrecto. Hace pues del sinsentido su principal seña de identidad, lo cual tiene todo el sentido del mundo, ya que en este loco mundo de majaras, estar cuerdo es la opción más demencial. Y viceversa.


"Se volvió loco. Emprendió un viaje interior y nunca regresó.", dice en un momento dado una de las protagonistas, refiriéndose a un pobre diablo sin un nombre que realmente importe. Pausa para otra reflexión: ¿Y si a Quentin Dupieux (no, no es casual el peluche de Mr. Ozio) no pudiera sacarse de la cabeza la burrada esa de la Nouvelle Vague? ¿Y si por el camino nos dejáramos a otros muchos genios de la talla de Jacques Tati o Peter Sellers? Imagínense. Sigamos: El trayecto ya no se mide solamente en metros, sino también en segundos, litros, Amperes y candelas. El recorrido del punto A al punto B prescinde de la tentación de la línea recta, y el viajero se recrea en cada meandro, en cada detalle, en cada tontería. Monedas de 0€, balas de cloroformo, guillotinas con conciencia propia que cortan (y dejan de hacerlo) a su antojo. El ritmo lo marca el gag, que prescinde del prefijo ''running-'' porque ha pasado a abarcarlo absolutamente todo. Por la gracia divina de la propia risa, magnánimamente omnipresente. Desde los créditos de apertura a los de clausura. Sin pausa; sin perdón. ¿Absurdo? Sí... pero no tanto cuando nos toca comérnoslo a nosotros. ¿O acaso el dinero que guardábamos en el banco no perdió todo su valor de un día para el otro? ¿O acaso no llevamos dormidos tanto tiempo que para despertarnos no bastaría ni con una somanta de leches de campeonato?

Entonces, después de cuatro horas sin moverte en el embotellamiento, caes en la cuenta. Por fin. La chorrada se ha convertido de repente en una de las denuncias más salvajemente divertidas que alguien haya podido parido en muchísimos años. En estos tiempos en los que la lucha de clases ha pasado a ser otra graciosísima pieza de la Broma Maestra, se trata de cambiar el ''burgués'' del famoso ''Épater le bourgeois'' por un ''todo el mundo''. Escandalícese (o ríase, que lo mismo da) quien quiera, que esto es un país libre. Dadaísmo, sí, y de una actualidad por encima de lo meramente actual. Normal, cuando parece que llevemos ya más de doscientos años atrapados en el mismo sketch. Más allá de la anacronía, este nuevo enfant terrible llamado Antonin Peretjatko (que no existiría sin los infinitos referentes con los que -tan bien- juega) confirma lo visto en su desternillante cortometraje de presentación titulado 'French Kiss': desde su afrancesamiento, es seguramente una de las personas más anti-francesas en este planeta (qué sexy)... lo cual no hace sino convertirle en muy honorable Ministro del anti-TODO (en mayúsculas, sí). El rifle de feria duele que te cagas, tiene munición ilimitada, y quien lo sostiene tiene un pulso acojonante.

Nota: 7,4 / 10
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Wanchope

Cita de: reporter en 19 de Julio de 2014, 02:39:06 PM
Planteada a modo de alocada road movie (aunque lo cierto es que la propuesta se adecua a otras muchas etiquetas), 'La chica del 14 de julio' es una película en la que todo (diálogos, situaciones, secuencias, encuadres, narración...) parece ser incorrecto. Hace pues del sinsentido su principal seña de identidad, lo cual tiene todo el sentido del mundo, ya que en este loco mundo de majaras, estar cuerdo es la opción más demencial. Y viceversa.

El problema es que dicho sinsentido puede resultar tan inteligente como imbécil. O las dos cosas a la vez. Mientras lo de Quentin Dupieux resulta excéntrico, lo de Antonin Peretjatko me resulta caprichoso. Durante sus primeros minutos funciona y sorprende para bien, pero llega un punto que el todo vale resulta incluso molesto tras permitirse todo tipo de licencias, no siempre atinadas. Valoro su apuesta y la personalidad de la misma, pero al mismo tiempo su plena libertad para hacer todo lo que quiera sin miramientos me acabó cansando.

Un filme de difícil valoración en cualquier caso, tan distinto y peculiar que puede dar lugar a todo tipo de valoraciones. Y en ese sentido no cabe duda que resulta un filme interesante, sí, pero ni de casualidad para todos los públicos.
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Genjuro

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