Semáforo rojo (Cani arrabbiati) (1974)

Iniciado por El Nota, 14 de Mayo de 2013, 10:35:44 PM

Tema anterior - Siguiente tema

0 Miembros y 3 Visitantes están viendo este tema.

El Nota

Semáforo rojo —Cani arrabbiati— (Mario Bava)


Semáforo rojo, además de como (pre)testamento fílmico del ilustre Mario Bava —símbolo imposible de desligar del género del «giallo», siendo uno de sus máximos y más prolíficos exponentes— nos sirve también para atestiguar su condición de «rara avis» dentro de la filmografía del italiano —dónde entrarían también, sin duda, sus dos «spaghetti western». Pero no queramos escudarnos en esta anomalía temática —y formal— dentro de la obra de Bava, pues Cani arrabbiati (título mucho más lúcido y pertinente que la traducción al español) es una película notabilísima, en dónde se nota la mano eficaz y talentosa de un director que, eso sí, siempre trató de diseccionar el origen del mal —terriblemente visceral e incómodo— del que hacen gala sus personajes.

Recogiendo el testigo que dejó allá por 1971 Spielberg con su modélica Duel,  Bava nos mete de lleno en una espiral de horror, humillación y penosa supervivencia que tiene como protagonista la carretera. Si en la  película del director estadounidense el origen del terror germinaba de un diabólico camión, aquí procede de una banda de maleantes que, en su huida tras un atraco, y dejando atrás un buen reguero de cadáveres, acaban secuestrando un coche en el que viajan un hombre y un niño en apariencia enfermo. Mención especial merece el inicio de la cinta, una verdadera explosión de violencia a raudales que no deja un segundo de respiro al espectador.


Es justo cuando empieza el secuestro que nos vemos abocados a un viaje sin retorno, al más claustrofóbico de los horrores. No sólo vamos a lidiar con la amoralidad de unos sujetos enfermizos e imprevisibles, sinó que lo haremos también con el constante nerviosismo e histerismo que transmite Maria, otra de las secuestradas. El planteamiento discursivo de Bava, sin embargo, deja poco espacio para la misericordia y el optimismo, algo que vemos no sólo en la granulación y la aparente dejadez de la fotografía, o en el  tono vertiginoso de su melodía principal, sino en cada uno de los actos de sus personajes, que harán incomodar hasta al más pintado de los espectadores.

En el plano actoral es necesario destacar el personaje interpretado por Riccardo Cucciola —en un papel de mucho más empaque del que aparenta— como inalterable secuestrado, amén del trio de secuestradores, a cada cual más excesivo y visceral (bueno, vale, obviemos la cara de palo de Maurice Poli). Es su personaje —el de Ricardo— el que lleva a cabo un juego de espejos, en un tramo final de película despiadado, incluso brillante, que no dejará a nadie indiferente, y que no hará más que dar argumentos a favor de la solidez de la trama, así como de la eficiencia de Bava a la hora de filmar con mucho pulso una cinta dónde la tensión narrativa y el suspense registran cotas elevadísimas —el italiano lo subraya y lo resuelve con mucho oficio mediante primerísimos y sudorosos planos, muy del estilo de Leone en sus «spaghetti». Es por ello que Semáforo rojo resulta doblemente reivindicable en una filmografía que muchos se empecinarán (entendiblemente, eso sí) en «empezar por» y profundizar en los «giallos» que, al fin y al cabo, le han dado la denominación de autor.


7/10
  •