El juez

Iniciado por reporter, 11 de Abril de 2016, 01:41:07 PM

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El juez


SINOPSIS: Michel Racine es presidente de un temido tribunal de lo penal. Racine, tan duro consigo mismo como con los demás, es apodado «el presidente de las dos cifras». Con él, siempre caen más de diez años. Todo cambia el día en que Racine se topa con Ditte Lorensen-Coteret. Ella es miembro del jurado popular. Seis años antes, Racine estuvo enamorado de esta mujer, prácticamente en secreto. Es quizá la única mujer a la que jamás haya amado.

CRÍTICA: Con la venia del Sr. Cochran

Tras una serie de acaloradas deliberaciones, el jurado parecía ya listo para emitir el tan esperado veredicto. Había sido un proceso apasionante, con sus más y sus menos; con sus idas y venidas, pero siempre haciendo gala de un nivel de interés que poco o nada tenía que envidiar a otros grandes juicios de la historia de la humanidad, como el del Pueblo contra OJ Simpson, mítico litigio donde los haya, en el que el no menos legendario abogado Johnnie Cochran presentó en sociedad la más letal de sus argucias dialécticas. La que posteriormente se conocería como ''Táctica Chewbacca'', consistía en captar la atención de todos los miembros de la sala, para poco después llevarla hacia donde más convenía, es decir, a la basura. La cosa, para no andarnos con excesivos rodeos, se reducía a reflexionar sobre cómo la disparidad en el origen etimológico de las palabras ''Wookie'' (la raza alienígena a la que pertenecía el peludo compañero de Han Solo) y ''Kashyyk'' (el planeta de procedencia de dichas criaturas) era un indicativo inequívoco de lo mal diseñado que estaba el universo ideado por George Lucas. La perorata trazaba así un movimiento circular ininterrumpido alrededor de ''Este es chewie, y es un wookie... y viene de Kashyyk'', y de ''¿Cómo es esto posible?'', y por último, de ''¡Nada de esto tiene sentido!''

Y efectivamente, no lo tenía. Nada lo tenía. Y... ''Mierda, ¿de qué estábamos hablando?'' Exacto, ésta era la intención: llegar e instalarse en el más intrascendente de los cacaos mentales. Para entonces, el desconcierto era tal que se había levantado la sesión sin nada que se pareciera lo más mínimo a una sentencia, y con el criminal de marras coleando alegremente en la calle, bien lejos de unos barrotes que lo llamaban a gritos. Y mientras, ahí estábamos los cuatro gatos de siempre, congregados para otra depresiva sesión de pases de prensa en Ciudad Condal. El lugar de reunión en aquella ocasión fue el Instituto Francés de Barcelona, o como dijo la directora de dicha institución, ''Institut Français de Barcelone''. Básicamente, la mujer no hablaba un carajo de castellano. ''¿Habláng ustédès français?'', inquirió. A lo que algunos valientes contestaron ''Oui, oui...'' Y entonces: ''Parfait. Alors, nous allons vous montrer deux films. Après le premier, il y aura une pause pour le petit-déjeuner. Après, on verra le deuxième. Je vous remercie de votre assistance, et j'attends vous revoir à tous bien tôt.'' Silencio... Se había desmontado la mentira. Algunos aplaudieron tímidamente, otros abuchearon (tanto unos como otros, por aquello de hacer algo). Al fondo de todo, el de siempre ya había empezado a roncar.


Así empezó la proyección de 'El juez', (la francesa, no la americana)... y exactamente así salimos algunos de ella. Con el mismo e insoportable estado de agitación mental, producido por uno de los peores combinados a los que se puede someter el cerebro. Esto es, una colección de inputs que se entiende por separado, pero cuya intención en tanto a colectivo es del todo indescifrable. ''No lo entiendo...'', farfullaba uno; ''No estoy entendiendo nada...'', repetía otro, a modo de sincerísimo eco. El panorama era desolador, bastante más de lo habitual en este tipo de sesiones. Los intentos por comprender lo visto se estampaban, una y otra vez, contra el muro de la ineptitud. La misma que impregna la triste existencia de todos aquellos que seguimos años luz de, precisamente, iluminados de la talla de Christian Vincent. Su nuevo trabajo, que por cierto está escrito por él mismo, es una sucesión constante de apuntes sobre... no se sabe muy bien el qué. Tratemos de resolverlo en el cine-forum posterior, entre croissants, zumitos de naranja y alguna que otra taza de café au lait. ''La cosa va sobre el sistema judicial francés'', opina uno. ''¿Ah sí? Pues yo hubiera jurado que iba sobre la relación sentimental entre un juez y una miembro del jurado'', contesta otro. ''Vaya, pues a mí me pareció que se nos estaba hablando sobre la compleja heterogeneidad de la sociedad francesa'', dice el de más allá. ''Que no, que no... que no va de nada de esto...'', afirma convencidísimo el de las siestas. El silencio que deja al final de la frase no sirve para introducir el concepto que tanto se nos escapa a los demás, sino como antesala de un sonoro eructo. Y ya.

A todo esto, si los terrícolas vienen del planeta Tierra, ¿por qué cojones son los wookies de Kashyyk? A saber... Esta aleatoriedad mental es la que preside el tribunal. A lo largo de hora y media, Christian Vincent se debate entre el drama y la comedia; entre el romance y la denuncia; entre la corte de justicia y la farmacia; entre los letrados y el ciudadano de a pie... Va aquí y allá sin parar, con el bisturí en una mano y el pack de ibuprofenos en la otra, atreviéndose con cada tema y escenario mencionado, pero sin incidir realmente en ninguno de ellos. El experimento se traduce en una suerte de pareja poligámica de hecho entre los '12 hombres sin piedad' de Lumet, 'La clase' de Cantet, y alguna comedia cursilona del montón, solo que en este caso, la unión no hace la fuerza. Las tonalidades grisáceas imperantes en el trabajo fotográfico de Lauent Dailland dan a la cinta un tono filo-documental que contrasta con los eventuales destellos de luz emanados de la ficción más pomposa. Es desconcertante, sí, pero en el mal sentido, porque de ahí no salimos.

Y ahí nos quedamos, sin saber si tenemos que centrarnos en tratar de averiguar la verdad detrás del cruce de declaraciones de testigos, o de si es mejor indagar en el pasado del Sr. Juez para así entender mejor los pinitos amorosos que se trae ahora con la enfermera danesa, o si por el contrario tendríamos que leer entre líneas (o estratos), para así saber un poco más, al final de la lección, sobre el invento ése del Estado Francés. Por desgracia, ninguno de los apuntes ofrecidos por Vincent, Luchini, Knudsen y compañía ofrecen suficiente sustancia (mucho menos encanto) como para llegar a completar un dibujo general mínimamente inteligible o, por lo menos, interesante. La resolución a la remanguillé del misterioso caso confirma que el esqueleto narrativo era más bien una excusa, y así, todo lo demás queda reducido, en el mejor de los casos, a la calidad de mero adorno, de añadido con la misma densidad que el relleno barato. Es decir... sí, entendemos las dudas que tiene uno con respecto al acusado; entendemos que el magistrado está acatarrado, hasta entendemos por qué va al veterinario para tratarse de sus dolencias... pero ni a patadas entendemos dónde demonios queremos llegar. Así de frustrante. Casi tanto como el enigma de los malditos wookies. En serio, ¿por qué del planeta Kashyyk?

Nota: 4 / 10
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