Mis hijos

Iniciado por reporter, 14 de Marzo de 2015, 03:06:12 AM

Tema anterior - Siguiente tema

0 Miembros y 1 Visitante están viendo este tema.

reporter

Mis hijos


SINOPSIS: Eyad es un joven palestino nacido en la ciudad de Tira a mediados de los setenta. Es un estudiante brillante que ha sido becado en un prestigioso y exclusivo colegio judío en Jerusalén. Es el primer árabe que estudia allí por lo que intenta por todos los medios encajar con sus compañeros y con la nueva sociedad. A pesar de su esfuerzo y de aguantar el constante acoso de sus compañeros, cuando se descubre que tiene una relación con Naomi, una joven judía, se verá obligado a abandonar la escuela. Cansado de no ser aceptado por sus orígenes y cegado por la ambición de ser admitido en sus nuevos círculos, Eyad comprende que tendrá que sacrificar su auténtica identidad para ser aceptado. Tendrá que tomar una decisión que puede cambiar su vida para siempre.

CRÍTICA: Sangre de su sangre

Sin excesivas ganas de entrar en debates teológicos y mucho menos jurídicos, un ser humano recibe dicha consideración por el mero hecho de nacer. Sin importar las condiciones o el lugar donde lo haga. A partir de ahí, está por ver la división (humana, claro) en la que se juega. Es jodido, y es así. La asignación depende, obviamente, de las condiciones y el lugar donde se haya dado a luz. Pensemos, por ejemplo, en los derechos que a uno se le atribuyen (o se le arrebatan) por el mero hecho de nacer a un lado u otro de una frontera determinada. Estados Unidos, México, Marruecos, España, Israel, Palestina... por supuesto, </>importa, y mucho, el punto desde el que nos lo estemos mirando todo. Más aún cuando las líneas divisorias siguen emperradas en moverse (normalmente, con criterios muy crueles) mientras se va repitiendo el milagro (o condena, de nuevo, depende de cómo se vea) de la vida.

De modo que mientras esperamos a que el mundo se convierta en un sitio un poco mejor de lo que ahora mismo es, tenemos toda la libertad (faltaría más) para preguntarnos sobre el grado de incidencia de estos factores ajenos (a la voluntad del individuo, se entiende) en el desarrollo del ser humano en cuestión hasta que algún día, quizás, éste sea una persona. Y para abordar ya el tema que nos ahora nos ocupa, pongamos que un alumno brillante ve truncados sus sueños (académicos, profesionales, vitales...) porque las fronteras del país en que nació, se empequeñecen día a día debido a la intervención hostil de la nación vecina. El chico, que se ha convertido en hombre, ha dejado sus proyectos de lado y ha decidido dedicar la práctica totalidad de sus esfuerzos al activismo político. La conciencia le obliga. Solo que en el proceso se topa con el amor y, ya se sabe, la vida se abre camino.


Años después, el hombre, convertido ahora en cabeza de familia, está a cargo de tres hijos que, de algún modo u otro, tendrán que seguir con su obra. La pregunta incómoda no tarda en aparecer: ''¿Qué obra? ¿La de antes o la de después del punto de inflexión que cambia tu vida?'' Maldito el día... ¿Quién es él para tomar una decisión tan importante? Y así es como el curso más o natural de lo que algunos llaman destino le lleva a decidir que será el menor de los tres retoños el encargado de volver a elevar el nivel académico (por lo menos esto) de la manada. Porque se le ve más espabilado que a los demás, porque nunca se calla una sola pregunta, porque en aquellos ojos se reflejan aquellas ganas de salir y descubrir que tiempo atrás se instalaron en la retina del padre. Porque la vida les ha llevado, a todos ellos, hasta aquel momento y aquellas circunstancias. Lo demás, queda en manos de las instancias... sin importar demasiado (por favor) su nombre.

No olvidar: A cada segundo que pasa, las fronteras van reculando (o avanzando, a saber...), y la tensión va en aumento. Vale, pero ¿qué papel juegan los individuos en esto último? El mismo que el de una piedra (o para ser más exactos, un granito de arena) en esa aglomeración de piezas que acaban montando un todo al que llamamos montaña. La misma que se nos presenta (y créanme, tiene una altura que pone los pelos de punta) cada vez que nos atrevemos a poner los pies en esa calamidad de la ingeniería (geográfica, política, social... humana) en forma de polvorín y que recibió el nombre de Israel. En estos casos, el temple, la serenidad y la experiencia lo son casi todo. El director Eran Riklis va sobrado de todas estas virtudes, y su última película es la clara consecuencia de la sabia combinación de todas y cada una de ellas. Dicho así, parece fácil, pero a la práctica, nada más alejado de una realidad terrible en la que, por desgracia, lo más fácil es que el contexto se convierta en el factor más determinante.

Apoyándose en unas actuaciones de altura y una narración dotada de un uso excelente de la elipsis, 'Mis hijos' se convierte en una especie de ''momentos de una vida'' cuyo mayor acierto (y éste es inmenso) consiste en no perder jamás de vista el telón de fondo... sin permitir (ojo) que éste se apodere de los personajes que desfilan por delante. Lo que hace Riklis es algo tan difícil como moverse con -casi- total libertad, sin salir en ningún momento del radio de vista de la nación y la familia, estos entes controladores e igualmente sinónimos (para bien o para mal). La carga (geo)política viene determinada por el peso de lo inevitable, pero por mucho que éste sea aplastante, el cineasta consigue reivindicar, por encima de todo, y de forma pasmosamente natural y desprejuiciada, el -cálido- factor humano donde, precisamente, más hace falta. Siguiendo siempre al mismo personaje, pero con una conciencia (nada determinista) que nos sitúa a ambos lados de la maldita frontera. Sin discursos tendenciosos, sin subrayados... sin trampa alguna. Principalmente, porque, por pura decencia, aquí no hay espacio para ella. El día que entendamos esto, habremos olvidado cómo se llamaban estos, aquellos, y la tierra que  habitaban. Entonces, y sólo entonces, el mundo se será un sitio mucho mejor de lo que ahora mismo es. A esperar.

Nota: 7 / 10
  •  

lourdes lulu lou

Árabe de nacimiento/judío de adopción, compleja resolución cuando todos te recuerdan lo miserable de un lado/las alabanzas de la otra parte, cuando tu vida se complica o facilita según identidad elegida, cuando estás en medio de una encrucijada, cuando no es cuestión de política ni de religión, sino de ser práctico.
Porque "a veces, sigo sin entender nada", porque es mi vida y porque quiero ser feliz en ella, porque no soy ningún héroe patriótico que deba demostrar nada, ni bandera o estandarte de nadie, porque soy yo, joven de ilusiones, dolor y esperanza, persona que siente, sufre, sonríe y padece, como tú, árabe, judío, hebreo, musulman o ninguno de ellos, porque es difícil verme si me cuelgas una etiqueta, porque no podrás conocerme si mi nombre te condiciona, porque quiero ser libre para ser individuo, persona que circula sin exclusiones ni soporta alusiones peyorativas, porque elijo la facilidad, comodidad de paso antes que la complicación, la rebeldía de la herencia recibida, porque debo eliminar a uno de mis hermanos de alma pues la sociedad no me permite la riqueza de la mezcolanza adquirida; elegir, no unir y compartir, erróneo dilema que duele, quema y dictamina.
"Nuestra identidad es nuestro legado y no nuestra herencia, es nuestro invento y no nuestra memoria", mira hacia delante y construye, decide y camina, asume quién quieres ser y dónde dirigirte, entierra el pasado y goza el presente pues tus cientos-de-ahora conformarán ese legado futuro que dictaminará quién eres, quién has decidido ser, que concluirán tu identidad.
Ardua decisión para un niño que no comprende que su padre sea frutero y terrorista, para un joven que no entiende el liderazgo familiar que se le asigna, para un adolescente a quien, la lucha política y su carga religiosa, de poco o nada sirven cuando convive y se fascina de presuntos enemigos a quienes gusta la música y el cine, con quienes ríe, sale de marcha y se enamora, cuando la separación deja de ser tan clara o tener suprema importancia pues estás con los colegas y la novia.
Eran Riklis ofrece una relato, de producción israelí, de andadura pausada, tersa y silenciosa pero efectiva e impactante, incuestionable intervención y hendidura de tu razón, emociones y corazón, sencillez de movimientos, inofensivo proceder de duros y espinosos efectos irreparables que cautiva, sensibiliza y se consume con el placer de la digestión lenta, pero contundente y sólida, por la riqueza y sabiduría de lo servido y digerido.
Tiene la inteligencia de que la cuestión árabe-israelí pase a segundo término siendo las personas, su experiencia, felicidad y supervivencia lo más primordial a tratar y observar, Jerusalem como centro físico de una hoguera, cuyo fuego, está en peligro constante de acechar y quemar los ánimos y deseos del protagonista.
Veracidad situacional y credibilidad sentimental para una historia natural, discreta y gratamente asequible, narrada con moderación y modestia pero que sentencia con sobriedad y firmeza, consistencia para un honesto alegato al ser-o-no-ser que ¡ni Shakespeare hubiera imaginado! donde "yo sólo quería ser camarero" se convierte en una infranqueable barrera, humor dramático, que expresa verdades punzantes, para una inconexión que obliga a optar sin poder disfrutar del conjunto entero.
Puede que se perciba desidia en la conformación de los personajes secundarios, cierta ternura y suavidad en su recta final, poco marcaje e hincapié en su telón de fondo religioso-político pero, ¡déjalo todo de lado!, pues lo importante es el ser humano, no lo es ni la herencia ni la memoria, es la invención de la identidad a partir de la cual se escoge ser, legado que se centra en el atractivo e interesante Yjad, ¿o será Jonathan?
"Dancing arabs", novela de Sayed Kashua, árabes moviéndose en tierra ajena, infiltrados y a escondidas, señalado si alzas la voz, perseguido si osas levantar protesta, mísera cárcel cuando lo único que solicitas es que te dejen tener una vida, tan inquieta y soñadora como cualquier otra, que te dejen crecer y vivir como ser humano; disyuntiva que nunca debería existir ni darse.
Dentro de su franca exposición, recomendable.
lou
  •