Eva Van End

Iniciado por reporter, 31 de Enero de 2015, 03:18:35 PM

Tema anterior - Siguiente tema

0 Miembros y 1 Visitante están viendo este tema.

reporter

Eva Van End


SINOPSIS: Etty, su marido y sus hijos Evert, Erwin, Manuel y Eva son una familia perfectamente normal que, con los años, han desarrollado una manera un poco disfuncional de relacionarse unos con otros. Entonces, de repente, la encarnación de la perfección entra en sus vidas convertida en Veit, un estudiante de intercambio alemán. Con su llegada, la duda, la inseguridad, el miedo y el deseo invaden la familia Van End. Durante las dos semanas de estancia de Veit, los cinco miembros de la familia comienzan a reinventarse, ya que se sienten cada vez más alejados de si mismos y de los demás. Pero al final, no es la perfección lo que están buscando...

CRÍTICAS: Bienvenidos al suburbio holandés

Aquel retrete no estaba diseñado para que los estudiantes y profesores hicieran sus necesidades. Estaba ahí para que los alumnos de la universidad de la vida aprendieran un poco más acerca de los personajes extraños con los que les había tocado convivir. Por supuesto, estaban permitidas las micciones y/o excreciones de rigor, pero siempre y cuando éstas fueran acompañadas de los pertinentes estudios de campo en los muy respetables dominios de la antropología. Había que aprovechar el aurea de intimidad creada no por el diseño de aquellos lavabos, sino por aquella convención social tan asentada, consistente en que cuando expulsamos fluidos corporales, nos ampara el sagrado derecho de mostrarnos tal y como somos, sin que nadie nos juzgue. Y así, como si no le importara a nadie, el profesor entró al escusado, se lavó las manos y después (y sólo después) orinó a gusto.

Como lo haría nuestro querido José Luis Torrente. Pero ojo, no porque fuera un casposísimo detective privado; tampoco porque su materia fuera ''Decisión Y Competencia Estratégica'' (Dios...), sino seguramente porque provenía de un sitio todavía más raro que esa asignatura. Holanda, que es el equivalente europeo de Japón. Hagan la prueba, fuera o dentro del retrete que más les plazca. Fuercen al individuo o, simplemente estén atentos a sus movimientos, puesto que tarde o temprano liberará al raro (en mayúsculas, negrita y triple subrayado) que lleva dentro. Pongamos ahora que alguien tiene la amabilidad de facilitarnos la tarea y presentarnos ese tan ansiado trabajo de campo. Pongamos que ha conseguido infiltrarse en el seno de una familia holandesa, de holandeses muy holandeses... y que éstos son aún más extraños de lo que nuestros sueños más húmedos nos habían llegado a insinuar.


El estreno de 'Eva Van End' en España es una excelente noticia, no sólo por la recuperación (o directamente descubrimiento) de una de estas muchas pequeñas joyas con las que el cine nos premia cada temporada (en serio, sólo hace falta buscar un poco), sino también por la reivindicación que, de paso, podemos hacer de esa distribución minoritaria (sobran los nombres) que puede compensar su irrisoria envergadura (no se me ofendan, por favor) con la reivindicación de, precisamente, esas gemas que normalmente caerían en el más cruel e injusto de los olvidos. El debut en el largometraje de Michiel Ten Horn nos presenta, como hayan hecho anteriormente otras muchas otras, un factor externo (y para más inri, extranjero) ''teorémico'' que va a perturbar el siempre frágil orden de la familia clásicamente nuclear... y disfuncional. Abróchense los cinturones...

... Porque no hay nada más explosivamente inestable que la -falsa- calma de la vida suburbial. Esto es cierto en Estados Unidos, España y, por supuesto, Holanda. Como si se tratara de una respuesta a la imprescindible 'Bienvenidos a la casa de muñecas', de Todd Solondz (película de la que 'Eva Van End' bebe mucho), los distintos frentes con los que trata la historia orbitan alrededor de una niña (a las puertas de la adolescencia) invisible a ojos de cualquier miembro de su comunidad (familia, instituto...). El estado emocional de ésta (peligro) va a marcar la pauta y, obviamente, el tono de todo lo que está por llegar. Con un aire indie muy bien calibrado, Michiel Ten Horn nos mete de lleno en un mundo que si bien no es del todo propio (se intuye también, por ejemplo, la influencia de autores como Jared Hess), no por ello carece de personalidad, ni mucho menos de encanto o interés.

Como exige la revolución hormonal, todo lo que nos rodea parece transformarse en una serie de potentísimos estímulos, tan bellos como hostiles; tan atractivos como... extraños (estaba cantado). A Ten Horn le mueve algo más que un muy estimulante gusto por lo simplemente raro. Al fin y al cabo, detrás de esta estimable ópera prima subyace parte de la esencia de esa tormenta vital en que los cambios se suceden para quitarnos algo ya nunca volverá. Hay quien en ello le ve la gracia, por el contrario, los hay quienes no captan nada más allá de la peor de las tragedias. En cualquier caso (porque ambas opciones son igualmente válidas), el filme tiene la principal virtud de navegar constantemente entre ambas sensaciones (ídem), sorprendiendo casi siempre (a pesar de que en el nudo argumental pierda algo de fuelle) con unos golpes de humor tan marcianos (aunque también cercanos), como incisivos y, a la postre despiadadamente melancólicos. Lo mejor es que el resultado no sólo se queda en la retina, sino que además llega (y de paso remueve) algo más intangible y, quizás por ello, más importante. ¿Un recuerdo? ¿Un anhelo? ¿O una parte de nosotros mismos que enterramos en el patio trasero?

Nota: 7 / 10
  •