La familia Bélier

Iniciado por reporter, 26 de Abril de 2015, 05:01:26 PM

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La familia Bélier


SINOPSIS: En la peculiar familia Bélier, todos son sordos menos Paula, que tiene 16 años. Ella es indispensable para su padres en el día a día, sobre todo en la explotación de la granja familiar. Animada por su profesor de música que ha descubierto en ella un sorprendente don para el canto, decide preparar la prueba para un concurso de radio nacional. Una elección vital que podría significar alejarse de su familia y un paso inevitable hacia la edad adulta. ¿Podrán los Bélier sobrevivir sin quien ha sido siempre sus labios y sus oídos... o triunfará el espíritu de una familia que haría cualquier cosa por seguir unida?

CRÍTICA: Cuatro monos

Viernes noche, ha terminado el cole, el insti y cualquier horario laboral. Todo el fin de semana por delante... y como siempre, toca empezarlo con la reunión familiar de rigor. Porque mamá, papá y los hijos se quieren los unos a los otros, pero también porque los adultos no tienen nada mejor que hacer, y porque los más pequeños todavía son peques. Ya menos; cada día menos, pero digamos que todavía lo suficiente como para quedarse en casa sin rechistar... demasiado. A ojos de cualquier forastero, parecería que en el salón se está llevando a cabo una ronda de aquel clásico juego que, a lo largo de su existencia, tantas amistades y, claro, familias, ha destruido. Tres personas sentadas; una permanece de pie. Seis ojos clavados en ésta última, la cual no para de gesticular de forma exagerada. El silencio es absoluto, tanto como la atención puesta en la exhibición de mímica.

El espectador, que se cree más listo de lo que realmente es, lo tiene claro, e intenta adivinar el título de la película... hasta que empieza a sospechar que tal vez no sea tan inteligente como sus ideas preconcebidas le habían inducido a pensar. De modo que se traga el orgullo (porque no le queda otra), y tras unos segundos de breve autoevaluación mental, decide prestar -verdadera- atención a la escena... solo para darse cuenta de que lo que aparentaba ser un juego, a fin de cuentas es una realidad ante la cual no pueden hacerse bromas. ¿O quizás sí? Pues sí, claro, ¿o acaso éste no es un país libre? Adelante, pues, con las risas. Y con las lágrimas, y con las broncas, y con las reconciliaciones, y con los abrazos, y con los besos... y con esas últimas sonrisas que sin mediar palabra, tanto explican. Éstas son, efectivamente, las vivencias de una familia cualquiera... solo que esta familia tiene algo que la distingue de las demás. (¿Y cuál no?)


Todos sus componentes, excepto uno, son sordomudos. Son los Bélier, entrañable conjunto de entrañables personas en una no menos entrañable localidad de provincias francesa. La gente de dicha comunidad, tan bonachona como ignorante (con todo lo bueno y lo malo que esto último implica) ha sabido encontrar, con el tiempo, un espacio propio ideal para que dicha ''anomalía'' tenga cabida en su muy pacífico (e igualmente anodino) día a día. Todo en orden; todo paz y harmonía, hasta que... sucede lo inevitable. Es casi una cuestión de gravedad: tarde o temprano, el outsider tiene que dejar claros sus rasgos distintivos; todo aquello que le distingue de lo(s) demás, y claro, la reivindicación suele saldarse en un choque de trenes en el que, como era de esperar, hay víctimas más o menos mortales. Pues en este mismo cruce de vías se sitúa Eric Lartigau para su última película.

Después de perpetuar uno de los peores crímenes que el cine europeo haya infringido hacia sus espectadores ('Los infieles', así se tituló aquella aberración), el cineasta parisino vuelve a la dirección en solitario para reivindicar de nuevo una marca propia que, visto lo visto, tardará en recuperarse. El problema de 'La familia Bélier' no está en ese humor (tan típicamente francés, por cierto) que tan a menudo confunde la irreverencia con el mal gusto más ofensivo (véase en el caso que ahora nos concierne, y a modo de ejemplo, el trabajo de una Karin Viard empeñada en hacer del lenguaje de signos y de la gilipollez un mismo gesto), si no en la demasiado inconsistente gestión del material con el que trabaja. Es como si quien mueve los hilos se hubiera dado cuenta de todas las posibilidades que proporciona el punto de partida... mucho después de que éste se haya abandonado.

Porque como sucedía en aquella escena con la que nos hemos topado al principio, el conjunto de apariencias, simplemente simpáticas, encierran un contenido que parece ir en contra de la naturaleza de un producto asentado en las bases del crowd-pleaser. No todo es tan bobo como parece... solo que al final, sí. Para entendernos, Lartigau filma un coming of age que pretende ahondar en los problemas de comunicación de icha etapa vital en el seno de cualquier familia que se precie, solo que por el camino queda irónicamente retratado en la certeza de que no hay peor sordo que aquel que no quiere escuchar. Los malabarismos entre la libertad del individuo y las jaulas de la colectividad (representados en una muy atractiva concatenación de conflictos cuyos contendientes van cambiando constantemente de rol) se convierten, a la larga, en una tópica sucesión de chistes de sobremesa (la carrera política del padre de familia) y golpes de efecto de un trasfondo emocional demasiado elemental (ese número musical de clausura). Hora y media después, y como casi siempre en estos casos, nos quedamos mudos (por puro aburrimiento, o indiferencia, o rabia, o terror...), pues una vez más, se nos ha intentado hacer creer que con la misma superficie de siempre, basta para a llegar hasta unas profundidades que existen, pero como si no.

Nota: 4 / 10
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lourdes lulu lou

Aprecio y estima lo que das/una linda y bella película lo que recibes, justo trato de sentido recuerdo y perspicaz memoria.
"No es una desventaja ser sordo, es una identidad", también lo es ser parlante y oyente, camino difícil que intenta tomar la Billy Elliot francesa de la canción al haber crecido en una particular y pintoresca familia donde, su linaje de realidad, subsistencia y conducta es ser sordomudo, quedando al margen todo aquel que oiga y hable, excepto una fiel y leal hija que esconde su hermosa voz por miedo a ser escuchada y apreciada por todos menos por los más importantes, esa querida y expresiva familia adorable, diseñada burlescamente, que atrapa, avasalla y engancha impidiendo el despegue y desarrollo de quien quiere y puede ser libre, "...,libre como el sol cuando amanece, como el mar, como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar", como por siempre recordará esa inolvidable y potente voz que acompañaba a tan certera letra.
"Para crecer hay que matar al padre", dijo Sigmund Freud en una de sus innumerables exageraciones, metáfora cierta que implica alejarse de la figura paterna para adquirir la propia, dejar al polluelo caminar por si sólo sin el cobijo seguro de la madre, crecer como artista en la construcción de la particular personalidad, soltarse del abrazo matriarcal y enfrentarse a las imposiciones patriarcales, tomar postura, adquirir espacio, decidir, errar, experimentar..., y, sólo entonces -2...,sabré lo que es al fin la libertad", volviendo a referir a tan ilustre cantante citado.
Empieza con simpatía musical, armonía encantadora que se ratifica en su escena final, donde termina con una admirable y sugestiva exhibición artística de canto, que seduce y enamora, para conmover a un corazón, ya volcado, ante la soltura y pericia de este exclusivo tándem, matrimonio característico que ofrece descaro para afrontar la vida y valentía para encarar los proyectos, combinado con sutiles toques de humor y estridencia forzada por una evidente exageración de su estructura que busca la gracia, complicidad y permiten esa mueca instantánea, de sonido espontáneo y seco, expresión gramatical cortante definida en un efusivo ¡Ja! que dura unos segundos pero ratifica, con contundencia, que sigues con devoción y apego las desventuras de esta singular estirpe que relata el complicado paso de dejar marchar a quien más se quiere para que su timidez y sonrojo despierten al soleado sonido musical del sentir orgullo por uno mismo al descubrir y andar su propio camino.
Emotiva, cariñosa y dulce, no empalaga y permite su visión con empatía de adhesión tenue que, con sutileza, eleva sus decibelios en escenas concretas para mayor implicación del engatusado espectador, ya prendado, porque sin ser enormemente profunda..., la quieres inmediatamente, porque sin elevar al máximo su potencia..., lo hace lo suficiente para encandilar, porque sin ser intensa..., te vale para saciar tu necesidad, porque sin complicarse la vida..., reconforta y, porque siendo contenida en su camino y evolución..., nunca has apreciado tanto la moderación ni saboreado con mayor gusto la sensibilidad y sencillez honesta que, Eric Lartigau, exhibe en su relato y dirección con sincera gracia, agudeza y chispa gracias al apoyo imprescindible de la fantástica y afectiva interpretación de todos sus actores participantes, quienes logran crear una afinidad espléndida y gloriosa que se amolda finamente a tu persona y permite su deliciosa compañía, sin pedirles lo máximo ni recriminarles lo mínimo.
Sencillamente gusta por natural, amena y graciosa, hechizo de elegir destino, dificultad de dejar marchar a un hijo, rabia de nunca poder compartir mundos, desconsuelo de jamás oír esa hermosa y linda sonoridad vocal, impotencia de no poder retener ni prohibir su crecimiento, soltar y liberar para, por siempre, unir y juntar pues si la dejas marchar, volverá una y mil veces a ti/si retienes su partida, correrá tan rápido y lejos que nunca más la volverás a ver, el beneficio de la generosidad/el prejuicio del egoísmo, todo un conglomerado de emociones más el descubrimiento del primer amor, la superación de la vergüenza y el afianzamiento de la segura presencia, una comedia bonita que intenta afianzar la existencia del duro proceso de crecimiento que, llegado el momento, se debe emprender.
Sin grandes perspectivas ni decoración artificiosa, ofrece una relajada comicidad y consumo grato para con lo expuesto, su perfil es claro, su objetivo transparente, nítida su evolución, evidente su resultado pero entretiene con soltura, emociona con frescura, divierte por minutos y agrada en conjunto, una efectiva pieza armónica cuya melodía es llevadera, con escala ascendente que pretende emocionar sin llegar a la lágrima, sonreír sin alcanzar jarana y abarcar una pizca de los diversos y variados sentimientos humanos para exponerlos con orden de alternancia y permitir una ensalada mixta gustosa, recordable y halagüeña pues, uno no siempre busca un plato de cinco estrellas, a veces su necesidad y apetencia es el menú del día del restaurante de la esquina.
La transparencia, pureza y obviedad son sus señas de presentación que ni niega ni oculta, cálida en su vestimenta, modesta en su andadura, ligera en su argumento, agil en su envoltura, cordial en sus personajes..., afecto y amistad lo que tú les muestras.
lou
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