Eddie el Águila

Iniciado por reporter, 09 de Junio de 2016, 10:42:07 PM

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Eddie el Águila


SINOPSIS: Eddie El Águila es una historia emotiva sobre Michael "Eddie" Edwards (Taron Egerton) un peculiar y valiente saltador de esquí británico que nunca dejó de creer en sí mismo, incluso cuando una nación entera le excluía. Con la ayuda de un entrenador rebelde y carismático (interpretado por Hugh Jackman), Eddie consigue ganarse el corazón de todos los fans del deporte logrando competir en los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary 1988.

CRÍTICA: Whisky con leche

La historia del olimpismo está marcada, como no podía ser de otra manera, por grandes hazañas; por historias de esfuerzos titánicos recompensados con los mayores honores. Por esa voluntad inquebrantable de romper las barreras físicas y mentales que supuestamente marcan los límites del ser humano. Se reduce todo, en definitiva, a querer ir más allá de estas fronteras; a desearlo con tanto convencimiento, y a tener tanto talento, que lo que antes parecía imposible, pase ahora a formar parte de la más fantástica de las probabilidades. Está todo esto, claro... pero también lo que viene por detrás. Porque resulta que debajo del podio también hay vida inteligente, y ésta puede ser tanto o más fascinante que la que ocupa los cajones más altos de la gloria. Es este sub-mundo de perdedores anunciados o de triunfadores contra todo pronóstico, en el que las distancias vuelven a adquirir estas proporcionas tan humanas (¿mundanas?), factor imprescindible para que se produzca la identificación del espectador para con el show que está presenciado... que de esto también (sobre todo) viven los Juegos, ¿no?

De modo que siempre toca admirar el mérito colosal que tienen monstruos del calibre de Jesse Owens, Usain Bolt, Haile Gebrselassie o Michael Phelps, por pulverizar todos los records habidos y por haber; por hacernos vibrar con cada nueva marca histórica conquistada... Pero no menos respeto merecen ''esos otros'', desde el mítico nadador Éric Moussambani, quien por poco no se ahogaba cada vez que saltaba a la piscina, hasta el bueno de Steven Bradbury, quien se colgara, sin quererlo ni buscarlo, una de las medallas de oro más increíbles de la historia de la humanidad, pasando por otras leyendas como Paula Barila Bolopa, Hamadou Djibo Issaka, Philip Boit o Trevor Misipeka... Todos ellos (y los que nos quedan) forman parte de una especie de Olimpo freak; una suerte de gran familia de hijos bastardos de algún semi-dios descarriado. Puede que su llama no arda con mucha fuerza, pero sin duda siguen llevando su testigo, pues sus aptitudes y su nivel competitivo a lo mejor ni lleguen a la excelencia de las plusmarcas regionales, pero su lucha (contra las tendencias, la historia y, en general, el mundo) es una carrera de obstáculos igualmente trepidante, y con la que, muy fácilmente, se puede empatizar. Ahí está la magia.

¿O no fueron los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Calgary los más épicos de la historia? ¿Y no lo fueron gracias a, por ejemplo, Devon Harris, Dudley Stokes, Michael White, Samuel Clayton y Howard Siler (es decir, el equipo jamaicano de bobsleigh)? ¿Y qué decir de Michael Edwards? Perdone... ¿quién? A los primeros les tenemos ubicados en el mapa gracias a aquel clásico (bueno, no tanto) de la Disney con John Candy, titulado 'Elegidos para el triunfo', pero el segundo no nos suena tanto... Hasta la llegada de 'Eddie el águila', nuevo filme de la que, a estas alturas, ya puede definirse como la factoría Matthew Vaughn. El director, guionista y productor aparece en esta ocasión en calidad de lo último, auspiciando así el tercer largometraje del actor (de profesión) Dexter Fletcher, quien para la ocasión rescata del olvido una de esas pequeñas historias que hacen del deporte algo tan grande. Grosso modo, la cosa va de seguir los pasos que llevaron al joven Michael ''el águila'' Edwards (¿ya va sonando más?) a convertirse en el primer representante de la Gran Bretaña en la modalidad olímpica de salto de esquí, en los citados Juegos de Invierno de 1988.


Ésta fue la conquista... ridícula, quizás, a escala de medallero, pero brutal, seguro, a ojos de un viejo y algo amargado escayolista inglés, quien descubrió, de un día para otro, que el cabezota de su hijo salía por la tele, y que se había convertido en un ídolo de masas. ¿Pero lo fue realmente? ¿O no pasó de anomalía que los medios de comunicación explotaron, muy sádicamente, por aquello de ceder a la tentación de la mofa pública? Seguramente fue ambas cosas. Seguramente el tipo fue un héroe y a la vez un payaso; seguramente el perdedor ganó; y seguro, segurísimo, que la leche casa con el whisky. 'Eddie el águila' tiene la discreta pero muy bien aprovechada virtud de la combinación; de conocer la naturaleza bicéfala de su historia, y de saber que así mismo nos la va a presentar. En otras palabras, Dexter Fletcher hace de la comprensión del material de base el fundamento para una presentación que, tanto por comicidad como por emotividad, convence, divierte y hasta hace vibrar. Lo que debía ser adaptación se convierte así en reinterpretación, que seguramente ignora la realidad cuando más le conviene (el personaje de Hugh Jackman es ficticio, por ejemplo), pero que nunca falla a la verdad, en lo referente a conservar los valores de aquella intrascendente proeza de Calgary '88.

En éstas que entra en escena un casi irreconocible Taron Egerton, convertido en el ya famoso Michael Edwards. El tipo (el actor) se esconde detrás de unas gafas más granes que su cara, y de una serie de muecas que no se sabe si están levantando, o por el contrario derribando muros entre persona y personaje. En esta dualidad, tan extrañamente atrayente, se asienta la película, y sabe sacarle partido durante su poco más de hora y media de metraje, en la que los mecanismos de la feel-good movie deportiva quedan tan expuestos (véase la manera de regodearse en los clásicos montajes musicales para sintetizar los momentos de entrenamiento), que a lo largo de todo el recorrido nos acompaña la -maravillosa- incertidumbre de no saber distinguir entre el ''reírse-de'' y el ''reírse-con''. Poco importa, ya que una opción parece tan legítima como la otra. Y es que aunque pueda parecerlo, no hay ni pizca de mala intención, pues pensado con frialdad, el saltador se prestaba tanto a la burla como al abrazo. Su entrenador, no se sabe si el que existió o el que ha creado la (semi-)ficción cinematográfica, en este mismo debate se encuentra.

El tío, duro donde los haya, se toma el enésimo lingotazo de whisky del día mientras, incrédulo, observa cómo su pupilo hace lo mismo pero con un vasito de leche... Y nosotros, que lo vemos desde la distancia, sabemos que no podíamos estar en manos de mejor pareja. La química entre Jackman & Egerton, así como el carisma que cada uno desprende por separado, constituyen de por sí motores lo suficientemente potentes como para hacer que la función, impregnada de una pegadiza nostalgia ochentera, avance como por pura inercia. No importa ni el que los CGI's fallen estrepitosamente en los momentos más delicados... incluso sirve para reivindicar, en cierto modo, la mística de la imperfección, o como diría la prensa anglosajona, el encanto del ''underdog''; del ''heroic failure''. El fracaso heroico que, efectivamente, nos recuerda que en esto del deporte, como en la vida en general, los topes los ponemos nosotros mismos. Pues bien, con el listón fijado aquí, Dexter Fletcher parece un auténtico campeón. El nivel era más bien bajo, pero había que cumplir, y tener los cojones de saltar. Y ahí va el loser, saliendo a hombros del estado; con la cabeza bien alta. Se lo merece.

Nota: 6 / 10
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jescri

Pues a mí me ha parecido una película maravillosa. Basta decir que la vi dos veces en el mismo día. Una historia sobre los sueños de grandeza de un chico algo atípico cuya fuerza de voluntad pudo con todo. Un derroche de emoción y seguro que también de nostalgia para todos aquellos que durante el 88 tuvieron la suerte de poder ver a Eddie en sus televisores durante los juegos olímpicos de invierno.

Me gustó el papel de Taron Egerton. No era nada fácil ponerse en la piel de un tipo que como dice el amigo reporter se prestaba a la burla para unos (los menos) y al abrazo para otros (la mayoría). Su ternura y su tenacidad hace que veamos a un personaje sin vanidad, inmensamente agradable, fácil de querer. A su director, Dexter Fletcher, no puedo más que darle las gracias. Gracias por encontrar el equilibrio entre la comedia y la emoción y gracias por haber sabido transmitir de esa manera su bonito mensaje: persigue tus sueños.

Por último no puedo dejar de destacar su estupenda banda sonora.

Vuela Eddie, vuela!!! Nota: 8,5.
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